“La ciencia
ficción te balancea en el acantilado.
La
fantasía te empuja”.
Ray Bradbury
Cierto día apareció en mi jardín un juguete como un
pequeño camión metálico de seis ruedas. Abrí la puerta y lo observé intrigado.
El juguete giró su pequeña cámara y me observó a la distancia. Luego, con una
tijera cortó una rosa y la guardó en su interior; con una pequeña pala mecánica
tomó una muestra de tierra y la guardó; con unas pinzas tomó una bolita de
vidrio, la observó con su cámara y la guardó; avanzó un par de centímetros y
con las mismas pinzas tomó una boleta del agua, la observó, la dobló en cuatro
partes y la guardó; con una pequeña red atrapó una libélula y la guardó. Su
cámara giró en noventa grados y se dirigió hacia una piedra, la levantó con su
pequeña grúa y atrapó un grillo que también guardó.
El juguete avanzó hacia mí, se detuvo frente a mis
pies, alargó su cámara hasta la altura de mi ojo, escudriñó mi rostro, me tomó
una foto para luego regresar al centro del jardín. De detuvo, guardó todas sus
herramientas con un susurro electrónico y se quedó quieto. Comenzó a vibrar.
Desde la parte inferior del juguete parpadeó una luz roja; luego se encendió
una llamarada azul que lo elevó sobre el suelo, oscilando en el cielo, para
desaparecer desde mi vista.
Me
quedé allí, en el dintel de la puerta, sin comprender, en este medio día
marciano.
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