El rulo blanco, similar a un rabo de nube, brillaba
con una luz que provenía de su centro mismo, y era esa luminosidad combinada
con el vaporoso penacho la que precisamente acentuaba el efecto repetitivo del
recuerdo, que retornaba ahora con una voz tan clara que parecía un presente
elástico, un instante pasado-presente-futuro que abarca la vida en cámara
lenta.
........
Con el siguiente rabo de nube, el mensaje resonó
otra vez, un eco de efecto de sonido reverberante y el filo de su brutalidad
hundiéndose en su pecho, hendiendo en lo más blando, incrustándose entre latido
y latido con la fiereza propia de lo inesperado: Te dejo, Pepe, te dejo dejo
dejo te dejo te te te dejo.
......
Y Pepe, inmóvil desde ese instante fatal, veía en la
repetición los labios ahora ajenos y que tanto aseguraron que hasta que la
muerte los separe y eternamente por siempre jamás sin fin y sin solución de
continuidad, pero que ya no le pertenecían más, mil veces enroscados en el
vapor del café, el rabo de nube que se apoderó de las palabras para
eternizarlas en su caprichoso ascenso.
......
Milagros no dijo más Pepe te dejo te te te dejo dejo
te dejo dejo dejo, ¿era necesario hundir más la daga traicionera? Se fue
después de haber convertido al silencio en una eterna repetición, y al latir
del corazón en un cuchillo envenenado de dolor.
......
Pepe examinó la taza de café, las roscas de vapor
blanco envolvieron su visión; se acercó al borde y miró su propio reflejo
lloroso en la superficie llana, inmóvil, del oscuro líquido. Desde aquel día,
Pepe no toma café.
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