Helen,
este mes me leen en el “Tennessee Express” que vendes “El Este
del Edén”. Me quedé verde, del revés. Me desesperé. Ése es el
césped en el que te besé. “¡Que le den!”, pensé. “¿Qué se
cree? ¿Qué te crees?” Es él. Sé que es él. Es Peter, el que
ejerce de bedel en el Wester Herst. Sé que ese demente te enternece.
¿Qué ves en ese pelele, en ese mequetrefe, en ese percebe? ¡Qué
estrechez de mente! ¡Qué memez! Te desmerece. Me encelé de ese
repelente, de ese vehemente, de ese ser que te empequeñece. Llegué.
Le esperé brevemente. Me peleé. Le encerré en el Mercedes. Le
pegué de leches, de frente. Le quebré tres veces en el vergel en el
que te besé. Le meé. Eché éter en ese germen. Le quemé. ¿Te
estremece? ¡Excelente! ¿Crees que te perderé, que cederé? Me
mereces. Me perteneces. Ven… ¡Bebe este detergente!
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