miércoles, 4 de diciembre de 2019

Nada. Anónimo.

Un individuo miserable y andrajoso, que se parecía mucho a un mendigo, entró un día en el palacio del califa de Bagdad en ausencia de este y se sentó sin vacilar en el trono vacío.
Los guardias, adivinando algo insólito y tal vez sobrenatural, no se atrevieron a echarlo a la calle. Llamaron al chambelán, que acudió enseguida y le preguntó al hombre de los harapos:
-¿Sabes que estás ocupando el trono del califa de los abasíes, que es el emir de los creyentes?
-Sí, lo sé.
-¿Y sabes quién es el califa?
-Lo sé y yo estoy por encima de él.
El chambelán reflexionó un instante. Después, alzando el tono, le dijo:
-¿Has perdido la razón a causa de tu pobreza? ¿Es que no sabes que por encima del califa no está más que el profeta Mahoma?
-Lo sé -dijo el harapiento.
-¿Y sabes quién es el Profeta?
-Lo sé y yo estoy por encima de él.
Los guardias parecían escandalizados. Blandían sus armas para descargarlas sobre el intruso, que se mostraba muy tranquilo y seguro de sí mismo.
El chambelán los detuvo con un gesto y formuló una última pregunta:
-¿No sabes que por encima del profeta Mahoma solo está Dios?
-Lo sé -respondió el mendigo.
-¿Y no sabes quién es Dios?
-Lo sé y yo estoy por encima de él.
-¿Por encima de Dios? ¿Sabes lo que estás diciendo? ¡Por encima de Dios no hay nada!
-Lo sé -dijo el hombre de los harapos sin moverse del trono-.
Y precisamente yo soy esa nada.

 
 

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