El
rey publicó un edicto: la Princesa se casaría con quien le llevase
el más valioso regalo. Desde todos los puntos cardinales llegaron
Príncipes que hacían gala de su riqueza, llevándole costosos
presentes. Pero ella los despachaba con desdén. De pronto, llegó un
humilde joven con una piedra.
—¿Una piedra? —preguntó
ella, con la expectativa de escuchar la trama que llevaría, como es
usual en el género, de una afrenta a una moraleja.
—Es mi
corazón, Princesa. Lo más valioso que tengo. Si lo llenas de amor,
se tornará tierno.
—Y, entonces, se supone que yo interprete
erróneamente tu regalo, y luego me enmiende, para que al final haya
cuento… ¿no?
—Algo así —dijo desconcertado el joven,
pues era evidente que no habían estudiado en el mismo colegio.
—Eso
se demoraría mucho y éste es un relato breve —aclaró ella—.
Pero, aun en caso de que funcionara, ¿no te das cuenta de que ya la
magia no interviene en el ascenso social? ¡Ten, ponte tu piedra,
antes de que tengas una complicación cardíaca en medio de
Palacio!
El joven se fue sin entender por qué le habían
empacado un plato de perdices para llevar y, de paso, dejó a los
lectores sin saber cómo terminaba la historia de la Princesa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario