"A veces hay auténticos
milagros". Bonita sentencia para escucharla en boca de un
sacerdote pero no en la de un médico, como a él le acababa de
ocurrir. Masticaba la horrible sentencia mientras conducía bajo una
lluvia inclemente. Había exigido sinceridad brutal y desde luego, no
podía quejarse al respecto. Sentía ahora su vida como una bomba de
relojería con fecha de denotación imprecisa. ¿No era eso
precisamente la definición misma de existencia? Pero no, para él ya
no era tan imprecisa. Meses, quizás años le habían dicho, también.
Inmerso en su angustia no tuvo tiempo material de esquivar a aquel
inoportuno gato. Le pareció notar el momento exacto en que la
cabecita del felino crujía bajo la rueda. No se bajó a mirar, como
habría hecho tan sólo unas horas antes, ni siquiera aminoró la
marcha, no tuvo ningún sentimiento de pena ni compasión. Sólo
sintió envidia.
Polvo: relatos liofilizados de pompas de papel. 2010
Ya lo leí, soy Fabián Díaz Herrera
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