Hace 20 años que dejé el
tabaco, pero en mis sueños todavía fumo. Trazo blancos caminos de
humo y aspiro profundas caladas. A veces sueño que canto y fumo. O
resucito a mi primo ahogado para hablar con él de tonterías, para
reírme y dar golpecitos nerviosos a un cigarrillo como si retirara
ceniza inexistente. También fumo con mi madre muerta y, escondidas
entre humo azul, diluimos culpas antiguas. Vuelvo a la universidad y
contesto alguna pregunta incierta de un delirante examen oral de
lingüística. Mientras intento hilvanar las frases que me permitan
conseguir el aprobado, mi desamparo fuma ducados, una marca que
siempre he detestado.
Cuando
por la mañana abro los ojos, debo darme mucha prisa. Antes de
despertar a mis hijos tengo que lavar y frotar bien mis dientes. Ya
se han quejado más de una vez del intenso olor a nicotina de mis
besos.
El mejor que eh leído me gustó mucho
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