miércoles, 29 de abril de 2020

Enoch. Robert Bloch.

Siempre empezaba de la misma manera. Primero era una sensación. ¿Nunca han sentido como si unos pequeños pies les anduviesen por la calavera? Unos pasos en su calavera, arriba y abajo, atrás y adelante.
Así empezaba.
No puedes ver quién da esos pasos. Al fin y al cabo se producen en tu cabeza. Si andas listo, esperas la ocasión y llegada ésta vas y te cepillas con fuerza el pelo. Pero así y todo no consigues atrapar al caminante. Él lo sabe bien. Aunque te lleves las dos manos a la cabeza y te sacudas el pelo fuertemente, nada; siempre se te escapa. Quizá salte…
Es tremendamente veloz. Y no puedes ignorarlo. Si intentas no prestar atención a sus pasos, él insiste. Baja entonces casi hasta tu occipucio, se asoma y te susurra algo al oído.
Puedes sentir su cuerpo, tan liviano y frío, dejándose caer de tal modo sobre ti que te presiona la base del cerebro. Y tiene que haber algo en sus garras, porque no te araña… Todo lo más ves luego unas marcas sin importancia en tu cuello, por las que sin embargo sangras. Y al tiempo sientes su presión, sientes que algo frío y liviano te acecha. Te acecha y te susurra cosas.
Entonces es cuando tratas de hacerle frente. Intentas no escuchar lo que te dice. Porque cuando lo escuchas ya estás perdido. Tienes que obedecerle.
Es muy listo y malvado.
Sabe muy bien cómo asustarte y presionarte aún más cuando te resistes a él. Por eso ya no me resistiré más. Es preferible obedecerle.
Ahora que le escucho, que ya he abandonado toda resistencia, las cosas no me van tan mal. Además de todo lo antes dicho también puede ser persuasivo y amable. Tentador. ¡La cantidad de cosas que puede llegar a prometerme con sólo un susurro!
Y además cumple su palabra.
La gente cree que soy pobre porque nunca tengo dinero y vivo en una especie de choza junto a la ciénaga. Pero él me da incontables riquezas.
Desde que me sometí a él y dejé de resistirme, por ejemplo, me lleva por ahí -me saca de mí mismo- durante días. Así sé que hay otros lugares, aparte de este mundo… Lugares en los que soy un rey.
La gente se ríe de mí, me cree un solitario, un tipo sin amigos; las chicas de la ciudad me llaman espantapájaros… Pero a veces, desde que le obedezco, desde que me someto a su dictado, me trae reinas con las que comparto mi cama.
¿Que todo esto no es más que un sueño? No lo creo. Mi otra vida sí que fue un sueño; la vida junto a la ciénaga sí que era un sueño. Un mal sueño. Eso sí que ha dejado de parecerme real.
Y tampoco son un sueño los crímenes.
Sí, asesino a la gente.
Eso es lo que Enoch quiere, eso es lo que me pide, ya saben…
Eso es lo que me susurra al oído. Él me pide que mate gente. Que lo haga para él.
A mí no me gusta hacerlo. Al principio me resistía… Ya le he hablado de cuando me negaba a escucharle, ¿no? Pero no pude resistir por mucho tiempo.
Quiere que mate gente para él, ya lo he dicho. Sí, él, Enoch. Esa cosa que vive en mi cabeza, que anda por mi cabeza. No puedo verle. No puedo atraparle. No puedo más que sentirle, y oírle… y obedecerle.
A veces me deja en paz durante días. Pero de pronto lo siento ahí otra vez, paseando por el tejado de mi cerebro… Oigo sus susurros de nuevo. Me habla entonces de alguien que camina cerca de la ciénaga.
No sé qué sabe acerca de ese alguien, ni siquiera sé si lo conoce. Pero aunque no lo vea me lo describe perfectamente.
-Hay un vagabundo que camina hacia la ciénaga, viene de la carretera de Aylesworthy. Es bajo y gordo, está clavo… Se llama Mike. Lleva un suéter marrón y calzones azules. Llegará a la ciénaga en diez minutos, en cuanto se ponga el sol. Se detendrá junto al árbol. Escóndete tras el árbol. Espera a que se ponga a echar un vistazo al bosque. Ya sabes qué tienes que hacer entonces. Ahora toma el hacha, rápido…
A veces le pregunto a Enoch qué me dará a cambio. Pero por lo general confío en él. Y sé que debo hacer lo que me ordena, aunque no me guste. Es mejor que así sea. Por lo demás, Enoch nunca se equivoca en nada y me mantiene a salvo de cualquier problema.
Así lo hace siempre… O así lo hacía, hasta la última vez.
Una noche estaba yo sentado en mi choza, cenando una sopa, cuando me habló de esa chica.
-Viene a buscarte -me susurró al oído-. Es una chica muy guapa y viste completamente de negro. Tiene una cabeza exquisita. Y unos huesos muy finos… Finísimos.
Al principio creí que me hablaba de alguna de las chicas con las que me premiaba, pero no. Enoch me hablaba de una chica normal.
-Llamará a la puerta y te pedirá que la ayudes a sacar el coche de la ciénaga. Tomó un atajo para llegar cuanto antes a la ciudad, pero el coche se le ha quedado ahí y encima ha pinchado una rueda, te pedirá que se la cambies.
Eso parecía gracioso. Me refiero a que me hacía gracia oír a Enoch hablar de cosas como las ruedas de un coche. Pero en realidad también sabía de eso. Enoch lo sabía todo.
-Saldrás con ella para ayudarla. No cojas nada. Tiene una llave inglesa en el coche. Úsala.
Aquella vez intenté enfrentarme a él. Me mantuve inmóvil.
-No quiero hacerlo, no lo haré -dije.
Enoch se echó a reír. Y entones me dijo qué me haría si me negaba. Me lo repitió una y otra vez.
-Bien, pues lo haré yo; seguro que lo hago mejor que tú, además -me dijo-. Pero luego me encargaré de ti…
-¡No! -grité-. Lo haré, de veras que lo haré.
-Bien, mejor así -dijo Enoch-. Estoy acostumbrado a que se me obedezca y sirva en todo lo que pido… Lo necesito para seguir viviendo. Para mantenerme fuerte. Y así podré servirte yo también, y darte las cosas que te doy… Por eso deberás obedecerme una vez más… De lo contrario…
-¡No! -grité-. Lo haré.
Y lo hice.
Aquella chica llamó a mi puerta unos minutos después, y era tal y como Enoch la había descrito. Era muy guapa, una chica rubia. Me gustan mucho las chicas con el cabello rubio. Me alegré de verla por eso. Iba muy contento con ella bordeando la ciénaga, hasta donde se le había averiado el coche. Como me gustaba tanto su cabello no la golpeé en la cabeza con la llave inglesa, sino en la nuca.
Después, Enoch me dijo paso a paso qué hacer.
Una vez hice lo que tenía que hacer con mi hacha, tiré su cuerpo a las arenas movedizas. Enoch me avisó de las huellas de las ruedas del coche, que me puse a borrar al momento.
Me preocupaba el coche, pero Enoch me mostró cómo utilizar un madero para sacarlo de donde había quedado atascado. No estaba seguro de conseguirlo, pero lo hice. Y mucho más rápido de lo que jamás hubiera supuesto.
Fue estupendo ver cómo se hundía luego el coche en las arenas movedizas. Antes eché en su interior la llave inglesa. Enoch me dijo, cuando acabé de hacer todo aquello, que me volviera a casa. Poco después me quedaba dormido.
Enoch me había prometido algo muy especial esta vez; seguro que por eso me quedé dormido tan pronto. A medida que me iba durmiendo sentía que me liberaba de esa presión que Enoch ejerce sobre mi cabeza… Seguro que iba a buscar algo para recompensarme.
No sé cuánto dormí, pero creo que fue mucho tiempo. Todo lo que recuerdo es que finalmente comencé a despertarme, y que al hacerlo supe que Enoch estaba otra vez conmigo… Pero me pareció a la vez que algo iba mal…
Me incorporé al sentir aquellos golpes en mi puerta.
Esperé un momento. Esperaba que Enoch me susurrase al oído qué hacer.
Pero Enoch debió de quedarse dormido. Duerme bastante, a veces. Cuando lo hace, nada le despierta durante días. Cuando eso ocurre estoy libre. La verdad es que me gusta sentirme así, disfruto de esa libertad… Pero no la disfruté entonces. Hubiera necesitado su ayuda.
Seguían los golpes en mi puerta, cada vez más fuertes. No podía esperar más.
El viejo sheriff Shelby entró en mi casa.
-Vamos, Seth -me dijo-. Tengo que encerrarte.
No protesté. Sus ojos pequeños y negros escrutaban cada rincón de mi choza. Cuando los clavó en los míos apenas pude aguantarle la mirada, hubiera querido esconderme, sus ojos me hacían daño.
Él no podía ver a Enoch, claro. Nadie puede verle. Pero estaba allí. Lo sentía dormir en lo alto de mi calavera, descansando sobre la manta que le ofrecía mi pelo. Escondido en mis rizos, durmiendo plácidamente, como un bebé.
-Los amigos de Emily Robbins -me dijo el sheriff- me dijeron que quería llegar a la ciudad atajando por la ciénaga… Hemos encontrado huellas de las ruedas de su coche junto a las arenas movedizas.
Enoch se había olvidado de avisarme de aquellas marcas. ¿Qué podía hacer yo?
-Todo lo que digas ahora podrá ser utilizado en tu contra -me previno el sheriff Shelby-. Vámonos, Seth.
Salí con él. No podía hacer otra cosa. Me llevó a la ciudad y había allí un montón de gente tratando de asaltar su coche. Entre esa gente había muchas mujeres. Gritaban a las hombres que me sacaran de allí, que me dieran mi merecido.
Pero el sheriff Shelby logró mantenerlos a distancia, y al fin consiguió meterme sano y salvo en una celda. Me metió en la celda que había entre otras dos, que estaban vacías. Estaba solo. Completamente solo, si no llega a ser por Enoch. Pero seguía durmiendo a pesar de todo.
A la mañana siguiente, aún muy temprano, el sheriff Shelby llegó acompañado por varios hombres. Supuse que ya había sacado de las arenas movedizas el cuerpo de la chica. O quizá aún no lo habían encontrado: me sorprendió que no me hiciera ninguna pregunta.
Con Charley Potter, sin embargo, la cosa fue distinta. Quería saberlo todo. El sheriff Shelby lo dejó a solas conmigo mientras iba a investigar algo más… Me llevó el desayuno a la celda y mientras lo tomaba comenzó a preguntarme cosas.
Permanecí en silencio. No tenía por qué responder a las preguntas de un imbécil como Charley Potter. Creía que yo era un loco, como toda la gente que estaba en la calle. Mucha gente en la ciudad creía que estaba loco y lo cree aún, por culpa de mi madre, supongo que eso creen, y por la manera de vivir que he tenido siempre, solo, junto a la ciénaga.
¿Qué podía decirle a Charley Potter? Si le hubiese hablado de Enoch no me habría creído.
Así que no hablé.
Me limité a escuchar.
Entonces Charley Potter me contó cómo habían empezado la búsqueda de Emily Robbins, y cómo el sheriff Shelby comenzó a revisar otros casos de desapariciones, diciendo que el fiscal del distrito había pedido una gran investigación sobre todos esos casos. También me dijo Charley Potter que iría a examinarme un médico.
No había pasado mucho tiempo cuando llegó aquel doctor. Charley Potter tuvo que hacer grandes esfuerzos para evitar que la gente que había en la calle entrase, cuando abrió la puerta de la comisaría al doctor. Supongo que querían lincharme. El médico era un hombre bajito con una de esas graciosas barbitas… Pidió a Charley Potter que lo dejar a solas conmigo y empezó a hablarme.
Era el doctor Silversmith.
La verdad es que en ese momento yo no sentía nada. Todo había pasado tan rápido que no tenía tiempo ni de pensar en nada.
Era como una parte de un sueño… El sheriff, la multitud en la calle, eso acerca de la investigación del fiscal, el linchamiento, el cuerpo hallado en las arenas movedizas…
Pero algo en la mirada del doctor Silversmith hacía que las cosas empezaran a cambiar.
Era un hombre real, de acuerdo… Podrán decirme ustedes que como médico sólo pretendía meterme en una Institución, después de que yo le hablara de mi madre.
Sobre eso fue que me hizo una de las primeras preguntas. ¿Qué había acerca de mi madre?
Parecía saber un montón de cosas acerca de mí, por eso me fue fácil hablar.
Empecé a contarle un montón de cosas. Le conté que mi madre y yo habíamos vivido juntos allí, junto a la ciénaga. Y cómo hacía los filtros con hierbas y los vendía. Y cómo recogíamos las hierbas para los filtros por la noche. Y le hablé de cuando me dejaba solo por las noches y yo me las pasaba en vela oyendo ruidos extraños.
No podía decirle mucho más y él lo comprendía. Sabía además que todos decían que mi madre fue una bruja. Incluso sabía cómo murió… Sabía que la mató Santo Dinorelli, que fue una noche a casa y apuñaló a mi madre, después de acusarla de que su hija se hubiera fugado con un vagabundo porque ella le vendió uno de sus filtros… Sabía que desde entonces yo había vivido allí solo, junto a la ciénaga.
Pero no sabía nada de Enoch.
Enoch, que seguía allí, durmiendo en mi cabeza tranquilamente, como si no pasara nada.
Por alguna razón me descubrí hablándole al doctor Silversmith de Enoch. Quería explicarle que yo no había matado a aquella chica así por las buenas, porque me dio la gana. Por eso tuve que hablarle de Enoch. Y del trato que hizo mi madre una noche en el bosque. No me dejó ir con ella -tenía yo sólo doce años entonces-, pero antes de salir me hizo sangrar un poco y metió mi sangre en una botella pequeña.
Cuando regresó la acompañaba Enoch. Se quedaría conmigo para siempre. Mi madre me dijo que cuidaría de mí en todo momento.
Hablé de todo esto con mucho cuidado, explicándole al doctor muy bien que yo no podía hacer nada. Mi madre ya me había anunciado que Enoch guiaría mis pasos.
Sí, es verdad que Enoch me ha protegido durante años, tal y como me lo prometió mi madre. Ella sabía bien que yo era incapaz de valerme por mí mismo. Así se lo dije al doctor Silversmith porque me parecía un sabio y podría comprenderme.
Fue un error.
Me di cuenta nada más hablar de eso. Mientras el doctor me miraba con atención, y apuntaba hacia arriba con su barbita diciendo “sí, sí” una y otra vez, sentía que sus ojos me penetraban. Igual que los ojos de la multitud que estaba en la calle. Ojos que hablaban. Ojos que no confían en ti por mucho que te miren. Ojos amenazantes.
Después comenzó a preguntarme un montón de cosas ridículas. Primero sobre Enoch, aunque me di cuenta de que sólo intentaba creer en Enoch. Me preguntó por ejemplo cómo era que podía oírle pero no verle. Me preguntó también si alguna vez había oído otras voces. Me preguntó qué sentí cuando maté a Emily Robbins, pero yo no quería pensar en eso, ni recordarlo: En realidad me hablaba como si yo estuviese loco.
Se estuvo burlando todo el rato de mí, en el fondo, porque no conocía a Enoch. Lo demostró al preguntarme cuánta gente había matado. Y luego quiso saber dónde estaban sus cabezas.
Pero no pudo burlarse de mí mucho tiempo más.
Empecé a reírme de él y me levanté.
Esperó un poco más y se fue moviendo la cabeza. Seguí riéndome porque sabía que no había encontrado lo que buscaba. En realidad quería descubrir todos los secretos de mi madre, y los míos… Y también los de Enoch.
Pero no pudo, por eso me reí tanto de él. Y luego me dormí. Estuve durmiendo hasta la tarde.
Cuando desperté había otro hombre ante los barrotes de la celda. Tenía una cara gorda y simpática y unos ojos graciosos.
-Hola, Seth -me dijo amistosamente-. ¿has echado una cabezadita?
Me llevé las manos a la cabeza. No sentía a Enoch, pero sabía que estaba allí y que aún dormía. Se mueve bastante cuando duerme.
-No te asustes -me dijo aquel hombre-. No voy a hacerte daño.
-¿Le ha enviado el doctor? -le pregunté.
Aquel hombre se echó a reír.
-Por supuesto que no. Me llamo Cassidy, Edwin Cassidy, y soy el fiscal del distrito. Me hago cargo de tu caso. ¿Puedo pasar y sentarme contigo?
-Estoy encerrado.
-No importa, el sheriff me ha dado las llaves -dijo Mr. Cassidy.
Abrió mi celda, entró rápido y tomó asiento en el camastro.
-¿No me tiene miedo? -le pregunté-. Ya sabe, se supone que soy un asesino.
-¿Por qué habría de tenerte miedo, Seth? -y se echó a reír de nuevo Mr. Cassidy-. Claro que no… Sé bien que no querías matar a nadie.
Me puso la mano en el hombro y no me aparté. Era un amano cálida, blanda, regordeta. Tenía un gran anillo con un diamante en uno de sus dedos, uno de esos anillos que deben de brillar mucho bajo el sol.
-¿Cómo está Enoch? -me preguntó entonces.
Me levanté.
-Tranquilo, no pasa nada -me dijo Mr. Cassidy-. Ese idiota del doctor me lo contó cuando me crucé con él en la calle…. Pero él no puede entender nada acerca de Enoch, ¿verdad, Seth? Tú y yo sí…
-Ese doctor piensa que estoy loco -musité.
-Bueno, aquí, entre nosotros, Seth, la verdad es que al principio resulta un poco difícil creer lo de Enoch.. Pero acabo de estar en la ciénaga. El sheriff Shelby y sus hombres andaban buscando por ahí… Encontraron el cuerpo de Emily Robbins y otros cuantos más. El cuerpo de un hombre gordo, y el de un niño, y algún indio… Las arenas movedizas los conservan en bastante buen estado, ya lo sabes.
Le miraba a los ojos, que me sonreían. Eso me dijo que podía confíar en él.
-Y encontrarán más cuerpos si continúan buscando, ¿verdad, Seth?
Asentí.
-A mí no me interesa, no voy a esperar más… Sé que me dices la verdad, no tengo más que verte… Fue Enoch quien te empujó a cometer esos crímenes, ¿verdad que sí?
-¿Qué quiere usted saber? -le pregunté.
-Bueno, un montón de cosas… Me interesa mucho Enoch, ya sabes… ¿A cuántas personas te ordenó matar?
-A nueve.
-¿Y están todas en las arenas movedizas?
-Sí.
-¿Sabías quiénes eran?
-Solo conocía a alguno -y le dije los nombres de aquellos a los que conocía-. Enoch me los describía muy bien y yo sólo tenía que salir a buscarlos, los reconocía enseguida.
Mr. Cassidy se echó a reír de nuevo, ahora más fuerte, y guardó el cigarro.
-Puedes serme de gran ayuda, Seth -siguió diciéndome en voz baja-. Supongo que sabrás en qué consiste el trabajo de un fiscal de distrito…
-Es una especie de abogado, ¿no? Se encarga de los juicios, todo eso…
-Eso es… Estaré en el juicio que se te haga, Seth… Pero supongo que no te gustará verte allí, ante toda esa gente, y tener que responder a un montón de preguntas acerca de lo que pasó, ¿no es así?
-No, la verdad es que no me gustaría, Mr. Cassidy… La gente de esta ciudad me odia.
-Bien, mira lo que harás… Me lo contarás todo y hablaré en tu favor… Es una propuesta de amigo, ¿de acuerdo?
Hubiera deseado que Enoch estuviera allí para ayudarme, pero seguía durmiendo. Miré a Mr. Cassidy y respondí según lo que me aconsejaban mis pensamientos.
-De acuerdo -dije-. Se lo contaré todo.
Y le conté todo lo que sabía.
Mr. Cassidy tosió un par de veces, nada más, pero ni se echó a reír ni nada, no hacía otra cosa que escucharme con mucha atención.
-Una cosa más -me dijo cuando acabé-. Hemos encontrado varios cuerpos en la ciénaga… Hemos identificado el cuerpo de Emily Robbins y algún otro, pero nos sería más sencillo hacerlo si nos dijeras algo, Seth… Creo que me lo puedes contar. ¿Dónde están sus cabezas?
Me alarmé, me puse en guardia.
-Eso no se lo puedo decir -le respondí- porque no lo sé.
-¿No lo sabes?
-Se las di a Enoch -añadí-. Usted no puede entenderlo, pero por eso mataba gente para él… Enoch quería sus cabezas.
Mr. Cassidy parecía realmente confundido.
-Siempre me hacía cortarles la cabeza -seguí diciendo- para llevársela. Yo echaba los cuerpos a las arenas movedizas y me iba a casa. Enoch me decía que me acostase y me recompensaba. Luego se iba, creo que para llevarse la cabeza… Eso era todo lo que quería.
-¿Y para qué quería las cabezas, Seth?
-Verá -le dije-, no le servirá de nada encontrar esas cabezas, no las reconocería.
Mr. Cassydy se levantó y sonrió forzado.
-Pero ¿por qué dejabas que Enoch hiciera esas cosas?
-No tenía otro remedio. Si no, me lo haría él a mí. Siempre me amenazaba con eso. Por eso le obedecía.
Mr. Cassidy me miraba dar vueltas por la celda, pero no decía una palabra. Parecía muy nervioso y cuando me acerqué de nuevo a él se apartó un poco.
-Usted contará todo esto en el juicio, claro -le dije-, todo acerca de Enoch y lo demás…
Negó con la cabeza.
-No voy a hablar de Enoch en el juicio, y tampoco lo harás tú -me dijo-. Nadie debe saber que Enoch existe.
-¿Por qué?
-Trato de ayudarte, Seth… ¿No imaginas lo que dirá la gente si haces mención a Enoch? Dirán todos que estás loco… Y tú no quieres que pase eso…
-No, claro que no… Pero ¿qué hará usted? ¿Cómo va a ayudarme?
Mr. Cassidy volvió a sonreírme.-Tú temes a Enoch, ¿verdad? Bien, estaba pensando… ¿Por qué no me lo entregas?
Me alarmé.
-Sí- siguió diciendo Mr. Cassidy-, supón que me entregas a Enoch… Yo cuidaré de que no te haga nada durante el juicio y tú no dirás una palabra sobre él… Seguramente no le gustará que la gente sepa qué hace…
-Eso es verdad -le dije-, a Enoch le molestaría mucho verse allí… Es un auténtico secreto, ya sabe usted… Pero la verdad es que no quiero entregárselo a usted sin consultárselo primero, y ahora mismo duerme.
-¿Duerme?
-Sí. En mi cabeza… Creo que usted sí puede verlo.
Mr. Cassidy me miró atentamente la cabeza y luego carraspeó.
-Bueno, creo que sería mejor esperar a que despertase, así podría hacerme una idea -me dijo-, y podría explicarle a él la situación, sería lo mejor… Seguro que le parecerá bien.
-Tendrá que prometerme que cuidará de él -dije.
-Claro- dijo Mr. Cassidy.
-¿Y le dará usted todo lo que le pida, todo lo que le apetezca?
-Naturalmente.
-¿Y no dirá una palabra a nadie?
-A nadie.
-Por supuesto que se imagina usted lo que le ocurrirá si no da a Enoch todo lo que le pida -traté de prevenir a Mr. Cassidy-. Le arrancará la cabeza…
-No te preocupes, Seth.
Me quedé callado un minuto. Sentía algo que se deslizaba hacia mi oído.
-Enoch -susurré-, ¿puedes oírme?
Podía oírme.
Entonces se lo expliqué todo. Le dije por qué iba a entregarlo a Mr. Cassidy.
Enoch no decía una palabra.
Mr. Cassidy tampoco decía una palabra. Se limitaba a mirarme sonriente. Supongo que le resultaba un poco extraño verme hablar con… nadie. Con nada.
-Vete con Mr. Cassidy -dije a Enoch-. Ve con él, anda…
Y Enoch se fue.
Noté un gran alivio en la cabeza.
-¿Ya lo siente usted, Mr. Cassidy? -pregunté.
-¿Qué? ¡Oh, sí, claro que sí!- dijo, y se puso en pie.
-Cuide bien de Enoch -le dije.
-Cuidaré muy bien de él.
-¡No se ponga el sombrero! -le avisé-. A Enoch no le gusta que le echen encima un sombrero.
-Perdón, no me había dado cuenta… Bueno, Seth, tengo que irme… Ten por seguro que voy a ayudarte en todo lo que pueda, pero recuerda que para ello no debes decir nada acerca de Enoch. Volveré pronto y hablaremos del juicio. El doctor Silversmith trata de convencer a todo el mundo de que estás loco, así que quizá sea mejor que niegues todo lo que le has dicho… Y que no digas nada de Enoch, recuérdalo.
Aquello sonaba bien, era una idea excelente, Mr. Cassidy era un buen hombre.
-Todo lo que usted diga será bueno para Enoch, Mr. Cassidy, estoy seguro -le dije-, y si es bueno para él también lo será para usted.
Mr. Cassidy me dio la mano y luego se fue con Enoch. Me sentí cansado. Quizá era la tensión que sentía, o quizá era que me sentía extraño sabiendo que Enoch no estaba conmigo. Me acosté y dormí mucho rato.
Era ya noche cerrada cuando me desperté. Charley Potter me traía la cena.
Dio unos pasos atrás cuando abrí los ojos y le dije hola.
-¡Asesino! -me dijo-. Eres un criminal, han encontrado nueve cuerpos en las arenas movedizas… Eres un maldito demonio.
-¿Por qué dices eso, Charley? -le pregunté-. Siempre te creí un amigo…
-¡Maldito loco! Me largo de aquí ahora mismo, aunque antes cerraré bien tu celda. El sheriff quiere que vigile para que esa gente que quiere lincharte no entre, pero me parece que pierde el tiempo, si fuera por mí…
Charley apagó las luces y se largó. Oí cómo cerraba la puerta principal y la atrancaba. Me quedé completamente solo en la comisaría.
¡Completamente solo! Me resultaba muy extraña la sensación de sentirme solo por primera vez en muchos años… Solo, sin Enoch…
Me pasé los dedos por la cabeza. Me sentí desnudo, raro, abandonado.
Brillaba la luna a través de la ventana y me asomé para contemplar la calle entonces vacía y silenciosa. Enoch amaba la luna. Le hacía sentirse vivo. Le daba fuerzas; en cuanto la veía se le iba el cansancio. Me pregunté cómo se sentiría entonces con Mr. Cassidy.
Supongo que estuve contemplando la luna mucho rato. Me pesaban ya las piernas cuando me aparté de la ventana de la celda al oír que alguien abría la puerta.
Mr. Cassidy entró corriendo.
¡Quítamelo de encima! -decía-. ¡Quítamelo de encima!
-¿Qué ocurre? -le pregunté.
-Enoch… Creí que estabas loco, pero puede que el loco sea yo… ¡Quítamelo de encima!
-¿Por qué, Mr. Cassidy? Ya le he dicho lo que tiene que hacer para que Enoch se encuentre a gusto, ya le conté cómo es…
-No deja de caminar por mi cabeza -me dijo-, lo siento de un lado a otro. Y le oigo también… ¡Qué barbaridades me dice al oído!
-Ya se lo dije a usted, Mr. Cassidy… Seguro que Enoch le pide algo, ¿no? Bueno, ya sabe usted de qué se trata… Tendrá que hacer lo que le pida, lo ha prometido usted.
-No puedo. Yo no mataré para él, no puede obligarme…
-Sí puede. Y lo hará.
Mr. Cassidy se agarró a los barrotes de la celda.
-¡Seth, tienes que ayudarme! Llama a Enoch. Que se quede contigo otra vez, hazlo, por favor… Rápido…
-De acuerdo, Mr. Cassidy -le dije.
Llamé a Enoch. No me respondió. Lo llamé de nuevo. Silencio.
Mr. Cassidy comenzó a llorar. Eso me dejó atónito y sentí lástima por él. Parecía no entender nada, y eso que le había prevenido. Pero sé bien lo que Enoch puede hacer contigo, Sé bien qué puede conseguir de ti cuando te susurra al oído de esa manera tan suya. Primero te coacciona, luego te deja sin respuesta, después te obliga…
-Será mejor que le obedezca -dije a Mr. Cassidy-. ¿A quién le ha pedido que mate?
Mr. Cassidy no me prestaba atención. Sólo lloraba. Después abrió la celda contigua a la mía y se encerró allí.
-No puedo hacerlo -decía entre sollozos-. No puedo, no puedo hacerlo…
-¿Qué es lo que no puede hacer usted? -le pregunté.
-No puedo matar al doctor Silversmith en le hotel y entregarle a Enoch su cabeza… Me quedaré aquí, encerrado en esta celda… Aquí estaré a salvo y no podré hacer daño a nadie… ¡Maldito demonio, tú, Seth, maldito demonio!
Se derrumbó en el camastro, sin dejar de llorar. Lo veía a través de los barrotes que separaban nuestras celdas, lo veía con las manos en la cabeza, sacudiéndose el pelo.
-Pronto se sentirá mejor, ya lo verá -le dije-. Enoch hará que se sienta mejor… Por favor, Mr. Cassidy, no se preocupe…
Mr. Cassidy suspiró profundamente, lo supuse agotado. Dejó de llorar y no dijo una palabra. No respondía a mis llamadas.
¿Qué podía hacer yo? Me senté en un rincón de mi celda, en el suelo, observando la luz de la luna que entraba por la ventana. La luna encantaba Enoch, la luna le volvía fiero.
Entonces Mr. Cassidy comenzó a gritar. No muy alto, pero sí profundamente, desde lo más hondo de su garganta. No se movía, sólo gritaba desgarradamente.
Supe que Enoch comenzaba a conseguir lo que pretendía.
¿Qué esperaba Mr. Cassidy? ¿Que iba a poder resistirse? Ya se lo había avisado yo…
Seguí allí sentado, tapándome las orejas con las manos de vez en cuando para no oírle.
Entonces vi que se levantaba del camastro para aferrarse a los barrotes de la celda. No se le oía nada. Cayó al suelo lentamente, en silencio. En realidad no se dejaba sentir ni un ruido.
O sí. ¡Claro que sí! Allí estaba de nuevo aquel sonido que me era tan familiar, aquello que hacía Enoch cuando estaba hambriento. Una especie de arañazo. Las uñas o las garras de Enoch cuando te arañaba porque quería comer.
Aquel sonido salía de la cabeza de Mr. Cassidy.
Allí estaba Enoch, sí, en plenitud de forma, feliz y contento de tener un nuevo siervo.
Yo también me alegré.
Alargué el brazo a través de los barrotes y le quité a Mr. Cassidy las llaves. Abrí mi celda y quedé libre.
No tenía por qué seguir allí… Total, Mr. Cassidy yacía sin vida en el suelo de su celda. Tampoco tenía por qué quedarse allí Enoch. Lo llamé.
-¡Enoch, ven conmigo!
Fue la vez que más cerca estuve de verlo… Era como una luz blanca y refulgente; lo vi salir del agujero rojizo que había en la nuca de Mr. Cassidy.
Sentí entonces de nuevo aquel peso leve y frío en mi cabeza, que tan bien conocía, aquella presión que durante tanto tiempo me había acompañado. Supe que Enoch había vuelto a casa.
Salí al corredor y abrí la puerta de la comisaría.
Los leves pies de Enoch corrían por el tejado de mi cerebro.
Juntos nos adentramos en la oscuridad de la noche. La luna brillaba en todo su esplendor, todo estaba en calma. Oía claramente lo que me susurraba Enoch al oído, lo sabía contento de estar otra vez conmigo.

Weird Tales, 1946.
 

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