A Jean Lorrain.
Colart, señor de
Beaufort y caballero, pasó a lo largo del cementerio al volver por
la villa de Arras una noche que había bebido muy tarde el hipocrás
con miel en el Hotel du Cygne. Allí, a la luz de la luna, que
parecía roja porque estaba coronada de niebla, vio a tres jóvenes
de vida alegre cogidas de las manos. Mascullaban sutilmente y
sonreían de labios para fuera. Ellas le prendieron muy dulcemente
por debajo de los brazos, y dos le dijeron que se llamaban
Blacminette y Belotte, y la tercera, que era flamenca, sacudió sus
rubios cabellos y le habló en su dialecto. Las otras la llamaban
Vergensen.
Al acercarse, el
caballero de Beaufort vio que daban vueltas alrededor de una losa
blanca. Y las tres jóvenes de vida alegre se rieron de él cuando
retrocedió, pues derrababan sobre la piedra agua regia de un frasco
verde -y la piedra empezó a crepitar como cal viva-. Y en ella
arrojaron lagartos destripados, ancas de ranas, hocicos peludos de
ratas, patas de aves nocturnas, mineral de arsénico, la snagre negra
de un barreño de cobre, tiras de ropa interior sucia, raíces de
mandrágora y largas flores que se llaman dedos de muerto. Y,
mientras, decían sin cesar: "Jinetes de escobetas, jinetes de
escobetas, jinetes de escobetas".
Colart ya no supo en
qué lugar del mundo estaba. Pero Belotte, Bancminette y Vergensen lo
llevaron hacia un viejo horno de cal que se abría junto al
cementerio. Permaneció a la sombra de la puerta blanca, y de allí
salió una mujer, sin falda, ni zapatos, ni atavíos; parecía ir
vestida únicamente con una larga camisa marcada con anillos lunares,
y su rostro estaba cubierto a medias por una caperuza negra. Las tres
muchachas aplaudieron, gritando: "Demiselle, Demiselle,
Demiselle".
Pero aquella
Demiselle llevaba en sus manos una cazuelita de barro y unas varillas
de madera. Untó cinco varillas con un ungüento negro que había en
la cazuela, y las tres muchachas se las pusieron entre las piernas,
cabalgándolas como si fueran un caballo. Y Demiselle mandó hacer lo
mismo al caballero de Beaufort. Y con su dedo le untó las palmas de
las manos; de repente, Colart se encontró volando por el aire de la
noche con las cuatro mujeres. Pues la varilla untada que había entre
sus piernas le parecía que fuera un caballo vagabundo de vuelo
silencioso, y que de sus manos untadas de ungüento brotaban
membranas provistas de garras parecidas a alas.
Cuando volaban
pasada la ciudad de Arras, el caballero Colart interrogó a las tres
jóvenes. Y ellas le dijeron que iban a ver a su Amo al bosque de
Mofllaines que está a una legua en el cmapo. Y Vergensen, sacudiendo
la cabeza, siguió riéndose en el aire.
Descendieron en un
claro débilmente iluminado. La masas de follaje temblaban. Había
una mesa prodigiosamente larga, cuyo extremo se perdía en el bosque,
junto a unas altas fuentes. Estaba repleta de carnes rojas, oscuras,
y blancas, cuartos de cordero, costillares de buey, piernas de
cabrito y cabezas de jabalí. Las aves se amontonaban en pilas, con
grasa bajo sus finas pieles, y unas ocas gordas, clavadas en un
espetón, colocadas encima de todo. Las salseras estaban llenas hasta
el borde de agraz y de caldo claro con almíbar. Las fuentes relucían
como la plata y el oro bajo los flantes, los pasteles de crema y las
coronas de pasta frita. Las copas altas humeaban, proque estaban
rojas de vino templado, y había cántaros de hidromiel rubio y
espumoso. Y por toda la mesa, tan lejos como alcanzaba la vista,
había mujeres desnudas echadas que hundían sus talones en copas
ovaladas, entre la cristalería y los cacharros de madera veteada y
esmaltada. Pero en el centro, sentado a medias sobre las mujeres y
las carnes, se alzaba un gran perro negro, con las patas separadas y
la fauces ensangrentadas, ladrando a la luna.
Y el perro lanzó un
ladrido hacia Demiselle, y Colart se quedó temblando entre Belotte y
Bancminette, porque Vergensen, quitándose la ropa, se había lanzado
hacia la mesa y besado el oscuro hocico del gran perro. Y al
caballero le pareció que, a modo de compensanción, el perro mordió
a la flamenca en el pecho, dejándole un triángulo rojo como si la
hubiera marcado a fuego. Sin embargo, Colart se situó entre Belotte
y Blancminette, que le hicieron beber, en un vaso de forma extraña,
un licor caliente que tenía sabor a tinta. E inmediatamente después
vio que lo que le había parecido un perro negro era un mono verde en
cuclillas, con una cola cimbreante, una mandíbula que chasqueaba y
dos ojos de fuego. Varios comensales fueron a besarle la pata, y él
les clavaba la garra junto a la boca. Allí Colart de Beaufort
reconoció a una dama de alta alcurnia de Arras, Jehanne d'Auvergne,
y a Huguet Camery, barbero, al que llamaban Padrenuestro, y a Jehan
le Fèvre, escribano mayor, junto con otros escribanos más, señores,
clérigos y notables de la ciudad, e incluso a un viejo pintor que
podía tener setenta años, de barba blanca, Jehan Lavita, a quien
conocía bien.
Este viejo pintor
parecía ser allí muy apreciado, y los otros lo llamaban abad de
Poco-Juicio, y a modo de reverencia él agitaba su capelo a derecha e
izquierda. Como era retórico, recitó varias trovas y bellas baladas
de vida alegre, y una en alabanza de la Virgen María, a cuyo término
se descubrió la cabeza y dijo "¡Que mi amo no se disguste!".
Aquello hizo reír a Vergensen, y el mono verde le tiró del pelo por
debajo de la caperuza.
El abad de
Poco-Juicio se acercó al caballero y lo saludó muy devotamente con
el nombre de "hermoso señor", y le dijo que quería
llevarle hasta su amo para que le rindiera homenaje, pero le ordenó
escupir durante el camino. Y mientras lo seguía, Colart iba pasmado
de miedo; pues en el suelo había un largo crucifijo en el que los
comensales ponían los pies y que le ordenaron mancillar. Luego llegó
ante el mono verde, y allí supo que se había equivocado, al ver que
el mono verde era propiamente un macho cabrío de pies hendidos, que
en verdad sólo se parecía a un mono por su larga cola. El abad de
Poco-Juicio le puso en la mano dos velas encendidas, y le dijo que
fuera así, de rodillas, a besar el trasero del machocabrío, que es
la forma de rendirle homanje. Y Colart llevaba las dos velas
encendidas, mientras los jinetes de la izquierda gritaba: "¡Homenaje,
homenaje!", y las amazonas de la derecha: "¡Nuestro Amo,
nuestro Amo!". El macho cabrío se volvió y Colart obedeció,
pensando que su boca ardía y expulsaba humo.
Y hecho esto, el
macho cabrío llamó a las amazonas de la izquierda y a los jinestes
de la derecha, y alabó a Colart por su fe; y el abad llevó otros
nuevos con dos velas en el puño, que besaron al macho cabrío como
lo había hecho el caballero. Luego, entre las mujeres desnudas y el
abad que recitaba lays, todos se pusieron a comer y beber. Y
de repente se levantó una ráfaga de viento frío y el cielo se
volvió gris entre las hojas. Las amazonas y los jinetes se colocaron
las escobetas entre las piernas, y Colart volvió a encontrarse
volando en el aire de la mañana. Y demiselle fue la primera que
desapareció, luego Belotte y Blancminette; pero Vergensen se había
quedado con el macho cabrío en el bosque de Mofflaines.
Todas estas cosas,
que fueron confesadas por Colart, caballero, señor de Beaufort, ante
el obispo de Arras, lo hubieran llevado a sufrir el tormento en sus
mazmorras. Porque, antes que él, habían sido entregadas a la
justicia seglar Demiselle, Belotte y Blancminette, jóvenes de vida
alegre, junto con el abad de Poco-Juicio. Les ciñeron la cabeza con
una mitra en la que estaba pintada la figura del diablo en medio de
las llamas, y fueron quemados en cadalsos, aunque el abad se había
cortado la lengua con un pequeño cuchillo para no responder por su
boca durante la tortura. En cuanto a la flamenca de cabellos rubios,
que reía cabalgando hacia el sabbat, no puedieron
encontrarla, y Colart nunca volvió a verla. Pues el caballero no fue
quemado. El duque de Borgoña envió desde Bruselas a su heraldo
favorito, Toisón de Oro, para oír su confesión. Colart de Beaufort
fue coronado con la mitra en que estaba pintada la figura del diablo
y encerrado durante siete años, a pan y agua, en una de las
prisiones del obispo de Arras que se llamba el Bonnel.
martes, 29 de septiembre de 2020
El sabbat de Mofflaines. Marcel Schwob.
El rey de la máscara de oro, 1892.
Imagen: Aquelarre, de Francisco de Goya, 1797-1798.
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