Tanto se amaban que lograron de la Suma Bondad su más ferviente deseo: ser alas del mismo pájaro. Así, jamás se separarían, unidos en un cuerpo, diferentes y libres. Bogaban por las atmósferas radiantes y cortaban en su vuelo la luz de los astros; sobre el mundo, embriagados del perfume de los bosques y de los jardines emanado hacia la albura y del sabor del mar que impregna las nubes. Alas del mismo pájaro, del pájaro del Amor, Él y Ella, unánimes, sentían esa dicha buscada de alentar y pensar hermanados, de que empujara la misma sangre el de su acción simultánea, de entregarse al deliquio de soñar horizontes con un solo espejismo.
Hasta que un cazador disparó sobre el pájaro, certero. Una de las alas, cortada brutalmente, planeó por el espacio, palpitante de angustia. El pájaro, abatido, fue botín del cazador, quien puso al mutilado en una jaula para recrearse en su dolor. El pájaro, con una de sus alas solamente, desesperábase, golpeaba los barrotes de la jaula para huir. El ala cortada iba loca por el aire en busca de su mitad; acercándose a la jaula pretendía forzar los hierros y unir su destino y su carne al prisionero. Y así vivían, sin su logro, como todos los amantes.
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