Conocernos de otra forma. Tal vez tú demasiado viejo y yo demasiado joven. Yo fascinada por los pliegues de tus ojos, y tú alentado por los pliegues de mi sexo. O mejor, yo vieja y tú de veinte. Alumno y profesora de plata a la luz de la luna. Quién sabe. Los dos ya muy ancianos o los dos tan críos que nos recordáramos hasta la muerte. Sucedió sin embargo ayer. La pelota de tu hijo rodó hasta el banco donde yo acunaba al mío y viniste a recuperarla. Tu esposa te lanzó un beso desde la pradera. Mi marido volvía de comprar el pan. Te agachaste bajo mi falda y cuando tu mano rozó mi tobillo, abrazaste la pelota como si fuera un ancla. Yo estreché a mi bebé de plomo. Dos vidas tan conclusas que haría falta un cataclismo.
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