Un pájaro con aires de príncipe
se paró en la cabeza del Sr. Scott. El Sr. Scott en esos momentos
estaba parado delante de un espejo y, ante la increíble belleza del
pájaro, quedó inmóvil.
El pájaro no reflejaba (en el
espejo) intenciones de irse, así que él no quiso romper con el
encanto.
Mientras más se observaba en el
espejo, al Sr. Scott le fueron subiendo al corazón unas inmensas
ganas de amar. «El pájaro (pensó él) siente en estos momentos la
fuerza de mi amor. Voy a hablarle».
Cuando el Sr. Scott abrió la
boca, el pájaro dio dos hermosos aletazos y levantó el pico, como
buscando cantar. Scott no se creyó capaz de soportar tal emoción.
Pero el pájaro no cantó.
Entonces el Sr. Scott tuvo la idea más inteligente de todas:
atraparlo. Estar con él significaba darle validez a la vida. Levantó
el brazo derecho cuidadosamente, pero en el sitio del pájaro había
un interminable, un desconcertante vacío.
Ahora el espejo no reflejaba la
imagen del pájaro, y el Sr. Scott prefirió pensar que todo aquello
era el producto de su imaginación.
Al pensarlo se dio vuelta, y
sintió que las alas de un pájaro levantaban el vuelo para siempre.
Los dientes de Raquel y otros textos breves. 1993.
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