Ella esperó que la lluvia
amainara. No quería arruinar su nuevo corte de pelo y las extrañas
ondulaciones que la peluquera le había hecho en la nuca. Vas a
causar sensación, le dijo la manos de tijera, fatigando la laca en
las pequeñas guadañas doradas que se mecían con parsimonia de
reina.
Un guardia anunció que las
nubes se alejaban. La llevaron al caldalso. Ella puso la cabeza ahí.
Fue rápido. No se le movió ni un solo pelo.
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