domingo, 26 de junio de 2022

Voy a quedarme ciego. Carlos Casares.

Le pregunté a mamá: «¿Voy a quedarme ciego?». Me respondió: «No». Pero no le creo. Hoy por la mañana, cuando me llevaron para el corredor del patio, al sentir el sol sobre la piel, pensé: «A ver». Metí este dedo por la esquina de un ojo, levantando la venda por ver si veía algo, pero no vi nada. Ni siquiera una poca de claridad. Nada. Yo ya tenía la cosa medio tragada, pues por Santa Lucía mi mamá me llevó a Paredes de ofrecido. Aunque me quisieron engañar, bien se veía que la peregrinación era por mí, porque no me dejaban jugar ni cantar. En cambio, mi hermana iba jugando por el camino, cogiendo digitales y hablando con la gente. Y yo callado y mi mamá diciéndome: «Rézale una salve a la santa». Y yo rezando sin ganas porque el sol calentaba y el camino era largo y malo. Yo me acuerdo de cuando llevaron a la niña a la ermita de San Benito, que tampoco la dejaban en paz y la obligaban a rezar como me obligaban a mí ahora. Ella quería jugar conmigo, pero no la dejaban. En cambio, yo hacía lo que quería y nadie me reñía. Y también se ve que hoy en la casa hago lo que quiero y mi mamá no me dice nada y siempre me pregunta: «¿Quieres un poco de miel, querido? ¿Quieres un poco de vino con azúcar? He de comprarte pan blanco en la ciudad». Ya se ve que me voy a quedar ciego. Ayer me riñeron porque dije que a Camilo ya no le quiero por haberme tirado las piedras, pero solo me riñeron ayer. Y mi mamá, siempre que habla de Camilo, dice que es bueno y que no lo hizo adrede, que eso le pasa a cualquiera. Mi mamá habla así porque sabe que me quedo ciego y para que no le guarde rencor a Camilo para toda la vida. Ahora voy a ser como Nicolás, que anda con un bastón de la casa para la era o de la casa para la iglesia. Y de ahí no sale. Y mi papá se ve que anda triste porque habla poco y anteayer, cuando me quedé dormido a la hora de comer, me despertó y me dijo: «¿Dormiste de noche?». Le respondí que sí, pero no era cierto. Llevo más de una semana sin pegar ojo. Cuando me meto en la cama me entra una pena negra en el corazón y se me pone toda la sangre llena de hormigas y me acurruco muy abajo y me tapo la cabeza y rezo. Pero al rezar no se me pasa. Y sigo rezando para dormir, pero debo ser muy malo, que ya tengo tragado para mí que lo de la ceguera debe ser un castigo por mis pecados. Ahora no, pero antes mi mamá ya me decía: «Eres un pecador y has de ir al infierno». Y bien se ve que voy a ir, porque rezo y Dios no me hace caso y no duermo... El verano que viene tengo que volver a Santa Lucía de ofrecido y sin ganas de jugar ni de estallar los digitales. Y si hace sol, aguanto, que así también hago penitencia por mis pecados. En este momento hace sol. Meto el dedo por aquí, por una esquinita, y no veo nada. Me llama mi mamá: «¿Ramón!». Yo le respondo: «¡Mande usted!». Entonces ella me pregunta: «¿Estás bien?». Y yo le respondo de nuevo: «Sí, estoy muy bien». Y ella vuelve a preguntar: «¿Necesitas algo?». El sol debió meterse detrás del monte del Picouto. Ya no calienta. Dentro de poco vendrá la noche. Después cenaremos y luego iremos todos a dormir. Solo de pensarlo se me llena la sangre de agujas y una pena grande y negrísima se me mete dentro del corazón. 

Narrativa breve completa. Carlos Casares, 2012.
 

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