El manotazo
titubeante derriba otra mosca. ¿Ha visto señora McGuffin que
este año eestos dipterios volapatadores están mas le, le, lentos
que de costumbre? La pequeña mano coge la mosca de las alas y
dibuja una parábola temblorosa hasta colocarla en el montón donde
se hallan el resto de los insectos. ¿Será la hipanopia de la
histo, tor, ria que sub nierte nierte a la...? Ya ve señora
Guffinmac que eesto es el fin. ¿Lo ve? La cabeza pelada tiembla,
se inclina hacia un lado, unos ojos empañados miran atentamente el
montón. El fin, fin, ¿lo ve señora Gufmacin? Se aveci, ci, na,
el fin, fin, final de los tiempos. Los dedos índice y pulgar de
la mano derecha forman una pinza inestable. La pinza va cogiendo de
las alas diferentes moscas del montón y forma otro montón al lado.
El fin, fin, final ¿oye? La cabeza es un metrónomo inclinado
y nervioso: no deja de oscilar en su eje oblicuo. La mirada opaca se
encharca de repente. ¿Por qué señora MucGaffin por qué eestos
dirtemios voleadores están más le, le, lentos? ¿No ve que es el
fin, fin, final de todo? la boca se abre, se estremece, y de la
garganta sale un sonido agudo y resquebrajado, el cuerpo convertido
en un balancín nervioso.
La
señora McGuffin se acerca al niño, lo envuelve en un abrazo, le da
un beso en la frente. La señora McGuffin hace un esfuerzo ímprobo
por dejar sus lágrimas en el borde de los párpados, construye un
dique, traga saliva repetidas veces, aparta los dos montones de pipas
de la mesa y le susurra al oído: las moscas no están más
lentas, mi vida, eres tú, ¿oyes?, que cada día estás más ágil,
¿oyes?, como papá, tesoro, cada día más ágil y fuerte. Así que
no sufras, mi vida, no sufras, que el mundo no se va a acabar nunca.
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