Los fantasmas de la Casa Benssel siempre tienen hambre. Como los vecinos de los contornos han sufrido en carne propia su apetito, ya no se acercan al caserón. Así que ellos han tenido que tomar medidas para procurarse alimento con cierta asiduidad. Mandan a la benjamina del grupo al camino cuando ven acercarse en la lejanía algún coche que se ha desviado de la carretera principal buscando hotel o gasolina. La niña fantasma pone cara triste y hace señas con la mano. A pesar de la ternura que despierta en un principio, a los forasteros les asalta una duda incómoda cuando ven su vestido sucio y su tez macilenta. Se bajan del auto con precaución, pero ya es demasiado tarde. Los mayores son los primeros en comer y a los pequeños les dejan apurar los huesos. Una vez vino una médium con varios libros publicados, incrédula ante la voracidad de unos seres que ella consideraba almas totalmente inofensivas. Ni que decir tiene que cambió de opinión cuando sintió los dientes. A los fantasmas les resultó especialmente delicioso el sabor del escepticismo en las vísceras.
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