A un señor se le
caen al suelo los anteojos, que hacen un ruido terrible al chocar con
las baldosas. El señor se agacha afligidísimo porque los cristales
de anteojos cuestan muy caro, pero descubre con asombro que por
milagro no se le han roto.
Ahora
este señor se siente profundamente agradecido y comprende que lo
ocurrido vale por una advertencia amistosa, de modo que se encamina a
una casa de óptica y adquiere en seguida un estuche de cuero
almohadillado doble protección, a fin de curarse en salud. Una hora
más tarde se le cae el estuche, y al agacharse sin mayor inquietud
descubre que los anteojos se han hecho polvo. A este señor le lleva
un rato comprender que los designios de la Providencia son
inescrutables y que en realidad el milagro ha ocurrido ahora.
Historias de cronopios y famas. 1962.
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