Se lo llevaron esta mañana. Daba un poco de pena las últimas
semanas, sentado en su silla frente a la ventana, apenas sin poder
moverse, dejando que los rayos del sol de la mañana le calentasen la
piel, esa piel arrugada, tan vieja. Sin embargo su cabeza estaba
bien, no podía casi hablar, pero eso era por el pecho, el pulmón
que le quedaba casi corroído del todo no le daba aliento suficiente
con el que hablar. Mentalmente estaba sano, muy sano. Mi padre
siempre había tenido la cabeza llena de números, de ideas, de esas
raras, aquellas que florecían en los viejos tiempos. Sabía incluso
leer, fíjate en esos viejos tomos amarillentos, colección nova,
antiquísimos. Solo pensar en desgastar la vista en ellos me cansa.
Aunque ahora estaba muy separado de los tiempos era divertido. Se
pillaba unos rebotes morrocotudos viendo la tele, empezaba a
despotricar contra la programación actual. No sé qué tiene de
malo, a mí me gustan las ejecuciones, son divertidas y educativas, y
a la niña también le gustan, se ríe mirándolas.
Por una parte da
pena, a pesar que estaba ya muy mal, era lo único que me quedaba de
mi juventud, aquellos años locos y felices, me gustaba sentarme
frente a él y recordarle mucho más joven, los dos paseando por el
retiro un domingo, viendo los títeres, el sol, las barcas, mucha
gente riendo. Por otra parte, tenía que hacerlo, es lo normal,
además de él dijeron que tenía un coeficiente 1,4, muy alto, no se
puede desperdiciar un coeficiente 1,4. Yo apenas llego al uno. La
niña, jugaban juntos... hoy me ha preguntado por él, ¿Dónde está
el abuelo? Pobre, tendrá que aprender que yo soy lo único que le
queda.
Nos hemos quedado
sin su pensión, y volver a trabajar, no.. no lo logro, lo he
intentando todo menos venderme.... tampoco es que me fueran a dar
mucho, pero ahora las cosas cambiarán, tendremos dinero hasta para
un médico y un colegio.
Es triste, no
debería estar contenta, al fin y al cabo a él le hubiera gustado
ayudarnos, me lo decía, que, si no fuera por la parálisis, por el
asma, se levantaría y le ajustaría no sé qué cuentas a no sé
cuántos opresores. No se daba cuenta el pobre de los beneficios de
esta sociedad, la competitividad que nos hace mejores. Me acuerdo
cómo se cabreó el día que Juan se marchó. Luego me arrepentí,
por el dinero claro, pero entonces me sentí orgullosa de él. Hacía
poco que había llegado a casa a vivir con nosotros. Juan se había
mantenido al margen, refunfuñando, yo sabía que aquello no duraría,
que Juan no tardaría en cabrearse de haber traído a mi padre a
casa, a pesar de que su pensión era mayor que su sueldo de
economista o quizás por eso mismo. Siempre se metía con él, cuando
no le oía, claro. ¡Viejo de mierda! Era lo más suave. El viernes
vino tarde, bebido, él y los de la oficina habían estado de cañas.
Sabía lo que iba a pasar, lo sabía, sin embargo le dejé entrar, no
sé por qué, quizás porque no me sentía tan desamparada con mi
padre en casa. Entró y la emprendió a golpes con todo, incluida yo
misma. No era la primera vez, solo que la rabia era mayor, los golpes
más sañudos. No sabía ni dónde estaba, tendida en un charco de mi
propia sangre bajo la mesa de la cocina, sin embargo lo vi
perfectamente. Erguido, todavía fuerte pese a su vejez, plantándole
cara a Juan, a la mala bestia de Juan. Bastó una mirada para
acojonarlo, yo sentía la furia de mi padre, una furia que no era
solo contra Juan, de alguna manera él era un símbolo de todo, la
amargura de su vida actual. Fue rápido con el taburete, golpeó a
Juan justo en la cabeza, partiendo el plástico, cómo disfruté de
ese momento... a pesar de que sabía que Juan se marcharía
llevándose su sueldo, el futuro de la niña. Un momento de felicidad
por años de terribles sacrificios. Con la pensión y el sueldo
malvivíamos, solo con la pensión fue duro, muy duro.
A veces lo pienso...
¿Descansarán? ¿Sentirán? ¿Qué será de sus pensamientos tras la
muerte? Dicen que no sienten nada, están muertos, pero dicen tantas
mentiras, como que aquellas sustancias con las que trabajó mi padre
eran inocuas. Tantos años después le comieron por dentro
destruyendo sus nervios, sus pulmones, pero no su cabeza, su mirada
altiva y clara aún en la silla de ruedas mientras lo limpiaba, le
daba de comer, como desafiando a la misma muerte.
Creo que él lo
sabía, lo sospechaba, y por supuesto se oponía. Si hubiera tenido
fuerzas para matarse quizás lo hubiera hecho cuando la niña y yo
estuviéramos fuera, para que al encontrarle estuviese ya demasiado
frío. Era a lo único que temía.
Con su sueldo ahora
viviremos mejor, casi tendremos suficiente para una casa mejor,
debería estar feliz, pero no lo estoy. Debería sentirme a gusto,
una muerte eficaz para la sociedad, como dice el anuncio de la tele.
Solo que la gente de la tele siempre es feliz y las personas reales,
rara vez.
Por lo menos fueron
rápidos, vinieron en cuanto les llamé, apenas dos minutos y estaban
aquí con aquel tanque helado que desprendía vaho blanco. Me
hicieron firmar y después se pusieron a trabajar. No quise mirar,
abracé a la niña y fuimos a la otra habitación. No paraba de
decirme "él quería lo mejor para nosotras", "él
quería lo mejor para nosotras", "él quería lo mejor para
nosotras", "él quería lo mejor para nosotras". Se lo
llevaron y un señor trajeado, muy amable, nos pidió los datos de la
cuenta, y acordamos la cantidad, el sueldo mensual por su trabajo. No
sé si hice bien en contratar con esa compañía. Hay varias, no
entiendo mucho, quizás en otra me hubieran pagado más, Juan hubiera
sabido sacar mejor partido, pero mejor que esté lejos, que no haya
vuelto en estos diez años. Le pregunté tímidamente en qué
consistía aquel trabajo, qué iban a hacer con él y el señor
trajeado me explicó que era algo completamente legal: el trabajo
postmortem. Se toma el cerebro todavía sin daños de un recién
fallecido, se le alimenta por métodos artificiales, se le mantiene
vivo y se le reprograma hasta que se convierte en un potente
ordenador biológico. Luego su uso concreto es difícil de
determinar. “Su padre, dado su alto coeficiente de computación
trabajará en proyectos grandes, junto a enormes baterías de
cerebros en paralelo que investigan o diseñan.”
También me dijo con
una sonrisa deslumbrante que no sufrían, que en realidad su
personalidad se perdía con la muerte y la reprogramación, y que el
seguir llamándole persona y pagándole un sueldo era consecuencia de
leyes anticuadas, pero que se mantenían porque de alguna manera
ayudaban a otras personas, como nosotras. Le creí, al principio sin
dudas, luego tuve pesadillas, recordé las mentiras que personas
trajeadas nos han contado en múltiples ocasiones y empecé a dudar,
a imaginar que mi padre despertaba en una oscuridad total, un
silencio de piedra, la ausencia de todo estímulo, con pensamientos
extraños taladrándole la consciencia, obligado a pensar por caminos
cambiantes, sin sueño, sin descanso, en una eternidad muy parecida a
un infierno, quizás recordando esos últimos momentos, cuando ya la
muerte se le echaba encima con un peso intolerable, y me miraba con
pánico, la única vez que vi pánico en sus ojos orgullosos, pánico
no de la muerte, sino de lo que habría tras ella.
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