Para Ana María
Shua.
El héroe
atravesó desiertos, laberintos, junglas. Decapitó minotauros y
cíclopes. Cayó en telarañas gigantes. Trepó árboles infinitos.
Hasta que finalmente, ya anciano, encontró el Santo Grial. Lo
custodiaban un monje y un dragón. Si bebes de esta copa, dijo con
gravedad el monje, vivirás eternamente. En el rostro decrépito del
héroe se dibujó una sonrisa. Al parecer, no había sacrificado en
vano su existencia, donde nunca hubo amor o alegría, sólo búsqueda
tenaz. Ahora bien, prosiguió el monje elevando la voz, vivirás
eternamente en círculo, la misma vida que tuviste. Y no otra.
Aturdido, el héroe reflexionó unos instantes. Después se desplomó
en el suelo como un títere, vencido por la tristeza, mientras las
fauces del dragón exhalaban una carcajada de fuego.
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