Esta mañana la profe me ha dicho que mi redacción del otro día era nefasta, que si no sabía lo que era un punto y que si no podía escribir sin decir palabrotas, y yo le he dicho que no sólo sabía perfectamente lo que es un jodido punto sino que además mi texto estaba lleno de puntos, sobre todo encima de las is y de las jotas y que incluso me había permitido el lujo de poner tres puntos suspensivos y un punto y final, pero que si eso no le parecía suficiente por mí podía poner tantos puntos como le diese la gana, y que lo de las palabrotas no era asunto mío ya que yo no tenía ninguna culpa de que mis padres fuesen tan mal hablados y que seguro que ella también decía palabrotas cuando discutía con su marido, y entonces ella me ha dicho que no estaba casada y yo le he respondido que no me extrañaba, que quién la iba a aguantar con lo puntillosa que es, y entonces me ha mandado hacer otra redacción antes de salir corriendo hacia el lavabo y yo le he gritado que tampoco era para ponerse así, que esta vez iba a poner más puntos, joder, y que cuál era el tema de la redacción, pero ella ya había desaparecido por el fondo del pasillo, así que he vuelto a mi pupitre y como toda la clase me estaba mirando yo les he dicho que no se preocupasen, que era cosa de mayores y que en las cosas de mayores es mejor no meterse nunca y entonces he visto que la niña de delante me miraba con los mismos ojos que mi madre miraba a mi padre en la foto que hasta hace poco había en su habitación, y por primera vez en mi vida no he sabido adónde mirar... Y como tampoco sabía qué hacer con mis manos, me he puesto a escribir la redacción.
Fricciones, 2011.
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