Masha encontró una seta, la cogió
y la llevó al mercado. En el mercado golpearon a Masha en la cabeza,
y encima amenazaron con golpearla también en las piernas. Masha se
asustó y se fue corriendo.
Llegó
corriendo a la cooperativa y allí quiso esconderse detrás de la
caja registradora. Pero el director vio a Masha y le dijo:
-¿Qué
es eso que llevas ahí?
-Una
seta.
Dijo
el director.
-¡Mira
qué lista! ¿Quieres que te consiga aquí un trabajo?
Dijo
Masha:
-Ya
verás como no.
Dijo
el director:
-¡Claro
que sí!
Y
puso a Masha a trabajar, dando vueltas a la manivela de la caja
registradora.
Masha
estuvo dando vueltas y más vueltas a la manivela de la caja
registradora, y de repente se murió. Llegó la policía, levantó
acta y le impuso al director una multa de quince rublos.
Dijo
el director:
-¿Una
multa por qué?
Y
dijo la policía:
-Por
asesinato.
El
director se asustó, pagó la multa a toda prisa y dijo:
-Muy
bien, pero llévense cuanto antes a esa cajera muerta.
No
obstante, el dependiente de la sección de frutería dijo:
-De
eso nada, ella no era cajera. Lo único que sabía era dar vueltas a
la manivela de la caja. La cajera es esa de ahí.
-A
nosotros lo mismo nos da una que otra: nos han ordenado que nos
llevemos a la cajera, así que nos la llevamos.
La
policía se acercó a la cajera.
La
cajera se echó al suelo por detrás de la caja y dijo:
-Yo
no voy.
Dijo
la policía:
-Serás
boba. ¿Por qué no quieres venir?
Dijo
la cajera:
-Me
van a enterrar viva.
La
policía intentó levantar a la cajera del suelo, pero no había
manera, porque la cajera era muy gruesa.
-Cójanla
de las piernas -dijo el dependiente de la sección de frutería.
-No
-dijo el director-, a mí esta cajera me sirve de mujer. Por eso les
ruego que no le dejen al aire los bajos.
Dijo
la cajera:
-¿Lo
oyen? No se atrevan a dejarme al aire los bajos.
La
policía cogió de los sobacos a la cajera y la sacó a rastras de la
cooperativa.
El
director mandó a los dependientes que ordenaran la tienda y
empezaran a despachar.
-¿y
qué vamos a hacer con la muerta? -dijo el dependiente de la sección
de frutería señalando a Masha.
-¡Ay,
Señor! -dijo el director-. ¡Menuda hemos liado! Pues sí, ¿qué
hacemos con la muerta?
-¿Y
quien va a ocuparse de la caja? -preguntó el dependiente.
El
director se llevó las manos a la cabeza. De un rodillazo, desparramó
las manzanas por todo el mostrador y dijo:
-¡Esto
ha sido un desastre!
-¡Un
desastre! -repitieron a coro los dependientes.
De
pronto el director se atusó los bigotes y dijo:
-¡Je,
je! ¡Yo no me rindo tan fácilmente! Vamos a poner a la muerta en la
caja, igual los clientes no se dan ni cuenta de quién está en la
caja.
Sentaron
a la muerta en la caja, le pusieron un cigarrillo entre los labios
para que tuviese más pinta de viva y, para hacerlo aún más
verosímil, le colocaron la seta en las manos.
Dejaron
a la muerta así en la caja, igualita que si estuviera viva, salvo
por el color tan verde de la cara, y porque tenía un ojo abierto y
el otro completamente cerrado.
-Nada
-dijo el director-, todo irá bien.
Pero
el público llamaba a la puerta, nervioso. ¿Cómo es que no abría
la cooperativa?
En
particular, una señora con un abrigo de seda empezó a gritar como
una descosida: no paraba de agitar el bolso y ya estaba apuntando con
el tacón al picaporte de la puerta. Y, por detrás de esa señora,
una vieja con una funda de almohada en la cabeza se puso a chillar, a
soltar tacos y a llamar «miserable roñica» al director de la
cooperativa.
El
director abrió la puerta y dejó pasar al público. El público fue
corriendo primero a la sección de carnicería, y después al sitio
donde se vende el azúcar y la pimienta. La vieja, en cambio, fue
derecha a la pescadería, pero al pasar echó un vistazo a la cajera
y se quedó de piedra.
-¡Ay,
Señor! -dijo-. ¡Que Dios nos asista!
En
cuanto a la señora del abrigo de seda, ya había recorrido todas las
secciones y se dirigió a la caja a toda prisa. Pero, en cuanto vio a
la cajera, se frenó en seco y se quedó ahí parada sin decir nada.
Los dependientes también estaban callados, mirando al director. Y el
director, desde detrás del mostrador, se limitaba a observar, a la
espera de acontecimientos.
La
señora del abrigo de seda se volvió a los dependientes, diciendo:
-¿Quién
es esa que está en la caja?
Pero
los dependientes no abrían la boca, porque no sabían qué
contestar.
El
director tampoco decía nada.
En
ese momento vino gente corriendo de todas partes. Había una
muchedumbre en la calle. Se congregaron numerosos porteros. Se oyeron
silbidos. En una palabra, un verdadero escándalo.
La
muchedumbre estaba dispuesta a esperar hasta la noche junto a la
cooperativa, pero alguien dijo que en la calle Oziorny estaban
cayendo viejas de las ventanas. Entonces la multitud que había junto
a la cooperativa menguó, porque muchas personas se trasladaron ala
calle Ozionry.
31
de agosto de 1936.
Me llaman Capuchino, 2006.
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