No soportaba más a ese
mamarracho. En la escuela me golpeaba y me humillaba; abandoné la
fábrica porque disfrutaba insultándome y ni siquiera en el casino
dejaba de ridiculizarme, delante de los viejos y de las mujeres. El
pueblo es chico y aquel imbécil lo había convertido en un infierno
grande. Por eso lo hice, porque aquí las noticias vuelan.
Cuando
inventé lo de su enfermedad comenzaron los primeros síntomas,
cuando describí sus llagas y la pestilencia de sus forúnculos dejó
de salir a la calle, y cuando mandé poner su esquela en el periódico
del pueblo desapareció para siempre.
Nadie
quiso ir a su entierro.
Ajuar funerario, 2006.
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