Cuando llueve y truena, mi madre
arropa los espejos. Ella me cuenta que la abuela hacía lo mismo,
porque los espejos son relámpagos dormidos que el cielo quiere
despertar.
Sé
que mi madre no cree en las ensoñaciones de la abuela, yo tampoco
tengo fe, pero cuando el viento anticipa la lluvia, ambos corremos a
vestir los espejos con sábanas y toallas, como si al llover la
abuela despertara a los dos de la pesadilla de no creer.
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