La publicidad es engañosa, una
mentira con P.V.P. y actores fuera de lugar.
En
los anuncios de aquellos cereales se aseguraba el premio magnífico
de una peonza en el interior de la caja. Terminé los cereales,
indagué dentro del rectángulo troquelado como un mago en apuros y
pude sacar: veinte doblones de oro, un broche de esmeraldas, un
ejemplar de la primera edición de la Odisea firmado por su
autor, el cartón original de Goya para el tapiz El columpio,
una carta de Greta Garbo a su amante Ivana Petruschka, la bota con
que Maradona impulsó el balón a la red en el partido ante
Inglaterra de Méjico 86, la peluca ensangrentada de Robespierre, un
fragmento de roca lunar, el primer bombín cinematográfico de
Chaplin con un bastón y un bigotito de pega dentro, el cráneo de
Yorick que Hamlet sostuvo en su mano, una sandalia de César con
tierra gala en la suela.
Pero
(ay, supina decepción) de la peonza prometida, ni rastro.
Baúl de prodigios, 2007.
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