Tras muchas batallas peligrosas
volvía el soldado a casa. Las guerras le habían llevado a países
extraños, así que tenía que preguntar por el camino, porque ya no
sabía por dónde iba. Hacía tiempo que caminaba por una selva
oscura sin encontrar a nadie, de modo que se alegró cuando por fin
vio a una figura sentada junto al sendero. Se le acercó y preguntó
con educación:
–
¿No sabréis por casualidad
cuál es el camino que lleva a mi casa?
No
dijo ni mi buen señor, ni mi buena señora, pues la
figura estaba envuelta en una capa negra, y no lograba distinguir si
se trataba de un varón o de una hembra.
–
Justamente voy hacia allí –
respondió la figura con una voz ni grave ni aguda -; ya te enseñaré
el camino.
Se
alegró el soldado porque no erraría más y se puso en camino junto
a la figura.
Caminaron
largo tiempo, ella delante y el soldado detrás. Por mucho que
alargara el paso, la figura siempre iba algo más adelantada. Además
callaba, lo cual le parecía al soldado de mala educación, pues
resulta extraño que dos personas caminen así, en silencio, a través
de un bosque oscuro. De modo que preguntó:
-¿Y
vos os dirigís hacia mi tierra por amistad o por negocios?
–
Yo busco a un soldado. Hasta
ahora no lo he podido encontrar, porque estaba guerreando y en la
guerra hay muchos soldados. Cada vez que encontraba alguno, resultaba
que no era aquel. Pero he oído que ha acabado la guerra y que ahora
vuelve a casa. Así que voy hacia allí, porque es donde a buen
seguro lo encontraré. Cada soldado tiene muchas guerras, pero sólo
una casa.
Al
oír esto, el soldado puso pies en polvorosa. Desanduvo todo el
camino del bosque y volvió a enrolarse para una guerra, ya que,
gracias a Dios, guerras no faltan.
Sólo
que añora su casa y seguramente regresará a ella algún día.
El árbol. 1990.
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