El ambiente es el alma de las
cosas. Cada cosa tiene una expresión propia y esa expresión le
viene de fuera.
Cada
cosa es la intersección de tres líneas, y esas tres líneas forman
esa cosa; una cantidad de materia, el modo como interpretamos y el
ambiente en que está. Esta mesa, en la que estoy escribiendo, es un
pedazo de madera, es una mesa, y es un mueble entre otros de este
cuarto. Mi impresión de esta mesa, si quisiera transcribirla, tendrá
que estar compuesta en las nociones de que es madera, de que yo le
llamo a eso una mesa y le atribuyo ciertos usos y fines, y de que en
ella se reflejan, en ella se insertan, y la transforman, los objetos
en cuya yuxtaposición tiene alma exterior, [con] lo que tiene puesto
encima. Y el propio color que le ha sido dado, el desteñimiento de
ese color, las manchas y rotos que tiene, todo eso, fijémonos, le ha
venido de fuera, y eso es lo que, más que su esencia de madera, le
proporciona el alma. Y lo íntimo de esa alma, que es el ser mesa,
también le ha sido dado desde fuera, que es la personalidad.
Creo,
pues, que no hay error humano, ni literario, en atribuir alma a las
cosas que llamamos inanimadas. Ser una cosa es ser objeto de una
atribución. Puede ser falso decir que un árbol siente, que un río
“corre”, que un ocaso es triste o el mar está tranquilo (azul
por el cielo que no tiene), es sonriente (por el sol que está fuera
de él). Pero igual error es atribuir belleza a algo. Igual error es
atribuir color, forma, por ventura hasta ser, a algo. Este mar es
agua salada. Este ocaso es empezar a faltar la luz del sol en esta
latitud y longitud. Este niño, que juega delante de mí, es una
acumulación intelectual de células, pero es una relojería de
movimientos subatómicos, extraño conglomerado eléctrico de
millones de sistemas solares en miniatura mínima.
Todo
viene de fuera y la misma alma humana no es por ventura más que el
rayo de sol que brilla y aísla del suelo donde yace el montón de
estiércol que es el cuerpo.
En
estas consideraciones hay por ventura toda una filosofía, para quien
pudiese tener la fuerza de sacar conclusiones. No la tengo yo, me
surgen atentos pensamientos vagos, con posibilidades lógicas, y todo
se me esfuma en una visión de un rayo de sol que dora un estiércol
como paja oscura húmedamente aplastada, en el suelo casi negro, al
pie de un muro de pedrejones.
Así
soy. Cuando quiero pensar, veo. Cuando quiero bajar a mi alma, me
quedo parado de repente, olvidado, al comienzo de la espiral de la
escalera profunda, viendo por la ventana del piso alto el sol que
moja de despedida fulva la aglomeración difusa de los tejados.
Libro del desasosiego, 1982.
No hay comentarios:
Publicar un comentario