Tras años de calma, otra vez. Apresurarse los hombres y mujeres de mediana edad. Llenar bolsas con comida, ropa, mantas, libros de oraciones y fotografías de los abuelos. Dejar todo lo demás. Tapiar las ventanas, atrancar las puertas por fuera. Cargar los bebés en brazos, los niños sobre las espaldas, situar a los jóvenes en cabeza. Huir hacia las montañas. Esperar siete días y siete noches, como siempre. Después, volver. Buscar entre los escombros de cada casa. Encontrarlos por algo que no ardió: botones, hebillas, la montura de las gafas, el puño del bastón, la dentadura. Recoger sus cenizas. Reconstruir el pueblo entero. La iglesia, más grande, más alta. Rezar a ese Dios iracundo. Ofrendar las cenizas. Reprimir la tentación de la duda.
(La Microbiblioteca)
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