Creo que se me ha estroppeado
algo en el ordenador. Aunque ppor lo visto ni siquiera es el
ordenador, sino simpplemente el teclado. Ppues no hace tanto que lo
he compprado, de segunda mano, a alguien que ppuso un anuncio en el
pperiódico. Un tippo raro que em abrió la ppuerta vestido con una
bata de seda, como la pputa de lujo de una ppelícula en blanco y
negro. Me ppreparó un té y le ppuso unas hojitas de menta que él
mismo cultivaba en una jardinera.
-Este
ordenador es una ganga -me dijo-, te conviene compprarlo, ya verás
como no te arreppientes.
Así
que le extendí un talón y ahora la verdad es que sí me
arreppiento. En el anuncio del pperiódico pponía que el ordenador
se vendía con el resto de contenido de la casa, pporque el
ppropietario se iba a vivir al extranjero, ppero el hombre de la bata
me dijo que la verdad era que lo vendía pporque, tachán, tachán...
se iba a morir de una enfermedad, solo que eso es algo que no ppuedes
pponer en un anuncio del pperiódico si ppretendes que alguein acuda.
-En
realidad -dijo- la muerte también es un ppoco como un viaje a algún
lugar, así que no es del todo mentira.
Mientras
lo decía hubo algo así como un ligero temblor en su voz, cierto
opptimismo, como si ppor un instante hubiera ppodido imaginarse la
muerte como un agradable viaje a un lugar nuevo y no como un simple
ppedazo de nada oscuro que te soppla en el cuello.
-¿Tiene
garantía? -le ppegunté, y él se rió. Aunque yo se lo había
ppreguntado en serio, al ver que él se reía de corazón fingí que
lo había dicho en broma.
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