sábado, 9 de marzo de 2024

Humor II. Alejandra Pizarnik.

«Dichoso el árbol que es apenas sensitivo...» -empezó la recitadora.
Alguien aplaudió. La viuda del Sr. X., es decir la Sra. X., se enjugó una lágrima con la punta de su pañuelo.
-Si es apenas sensitivo quiere decir que lo es un poquito -dijo el profesor Grou.
-A mí me parece una exageración -dijo la Sra. del Vino- calificar de «dichosa» una cosa (perdón por la rima) que siente un poquitito.
-El «quid» consiste en saber qué siente -dijo el prof. Grou sonriendo con malicia.
-Siente que está en erección, como todo árbol -dijo el psiquiatra.
-¡Oh! -exclamó la Sra. X.
-… «y más la piedra dura pues ésa ya no siente» -aseveró la recitadora.
-¡Está loco! Gritó el ciclista-. Yo soy un hombre casado y sé por experiencia que ninguna frígida es dichosa.
-Ni ningún impotente… -sugirió en voz baja el psiquiatra.
-¿Qué quiere decir? -dijo el ciclista ruborizándose.
-Lo que dije.
-Uno siempre quiere decir lo que dice pero no siempre uno dice lo que dice -suspiró la viuda del Sr. X.
-Es verdad -dijo la recitadora-. Cuando yo paré en Baradero, me hicieron una recepción en el Centro Floral de la Azucena Natural. Recité este mismo poema: «Dichoso el árbol...» y la gente, porque era gente bien es decir: ni profesores ni psiquiatras ni ciclistas ni viudas. Bueno, la gente reaccionó bien. Se quedó bien sentada. Se rió bien. Cuchicheó bien. Carcajeó bien. Y al final aplaudió bien. Después comimos bien y dormimos bien y nos despedimos bien.
-Como dice el refrán: «Dime con quién andas, cuchillo de palo» -dijo el profesor Grau palmeando el hombro de la recitadora. Cuando ésta se levantó del suelo, continuó recitando:
-«… pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo ni mayor pesadumbre que la vida...»
-¿Como que la vida? -averiguó la viuda del Sr. X.
-No hay más que una -dijo el psiquiatra que era materialista dialéctico.
-Yo soy una viva y no me duele nada -gorjeó la Srta. Puti.
-Usted quédese como está y todo irá bien -dijo el prof. G. acariciándole un hombro.


-«… que la vida consciente» -gimió, casi llorando, la recitadora.
-¡Ah! -dijo el psiquiatra-. Eso es muy importante.
-Es lo que decía mi finado, el Sr. X. -dijo la viuda de X.
-¿Qué cosa decía? -dijo la recitadora.
-No me acuerdo pero en le medio de la frase estaba la palabra “consciente”, de esto me acuerdo como si la estuviera diciendo ahora mismo.
-Dejadme seguir a orillas del mar -dijo la recitadora.
-Está bien que estemos en Mar del Plata pero no por eso hay que decir «dejadme» como si uno estuviera en San Sebastián en la época de Felipe 2do.
-Ese sí que era un caso clínico -dijo el psiquiatra-. Siempre de negro vestido, como una viuda…
-¿Qué quiere decir usted? -dijo la viuda de X. que estaba vestida de rojo.
-Lo que dije, amiga mía, y no se ofenda porque en primer lugar me refería a las viudas españolas y en segundo lugar el Sr. X. murió hace 24 años…
-Parece ayer… -dijo la viuda del Sr. X.
-Todo parece ayer -gorjeó la Srta. Concepción Puti.
-Usted, a todo le daba un doble sentido -rió el anciano prof. G. haciendo como que sacaba una pelusa del muslo desnudo de la Puti.
-El sentido único no existe; todo va entre dos vías -dijo la recitadora, cuyo padre había sido guardabarreras.
-O entre incontables vías -dijo el psiquiatra quien creía en las ruedas de las motivaciones como quien cree en la rueda de las reencarnaciones.
-«Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,» -gritó la recitadora.
Todos se echaron a reír. Concepción Puti, no sin un dejo de herencia itálica, se palmeaba el muslo como una alsaciana.
-Siga recitando -gritó la viuda tirando una chancleta al aire.
-No hay por qué romper los vidrios -dijo la recitadora observando el camino de la chancleta que atravesó la ventana y desapareció hacia lo bajo.
-La poesía es una cosa para matarse de risa o para suicidarse -dijo todavía riendo la señorita Puti.
-Por delicadeza he perdido mi vida -dijo el prof. Grau queriendo decir que su afición a la poesía le impidió frecuentar muslos como los de la Puti.


Siga recitando -dijo el psiquiatra.
-«… y el temor de haber sido, y un futuro terror...»
En eso el can aulló. Alguien golpeó la puerta. La recitadora pegó un grito y mantuvo una mano en el pecho y la otra en la boca. Volvieron a golpear la puerta, el can aulló.
-Me gustaría tener 77 perritos negros recién nacidos que orinaran todo el día toda la casa -dijo la Sra. del Vino por decir algo.
-Algo es algo -dijo el prof. G. meditativo.
-Que nadie abra la puerta -chilló la viuda del Sr. X.
-Debe de ser el espectro de la rosa -dijo la recitadora pensando en «El rosal de las ruinas» y viceversa.
-Habría que abrir esa puerta. Ver para creer. Habría que abrirla y afrontar la realidad de frente -dijo el psiquiatra temblando.
-O al bies -dijo la del Vino que era costurera.
[-Me gustaría ganar un concurso de desnudos -dijo la Srta. Putti.
-¿Pinta usted? -dijo el prof. G.
-No pero en cierto modo el resultado es el mismo -dijo la joven Putti con voz enigmática.
-Siga recitando como si no pasara nada -dijeron al unísono A. y la muñeca que con el silencio acabaron por despertarse.
-Qué linda manito que tengo yo… -cantó el profesor Grou para festejar el despertar del mundo infantil.
-Qué lindo monito que tengo yo… -imitó Concepción Puti.
-Ah pícara pécora -dijo el anciano profesor amenazándola con un dedo.]
-Siga recitando como si nada pasara -repitieron A. y la muñeca.
-Tendríamos que llamar a la policía -dijo la Viuda X.
-«Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida, y por la sombra, y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y...»
Alguien volvió a golpear la puerta. En eso el can aulló.
-Hay que afrontar la realidad al bies -repitió la Sra. del Vino.
-Quiero a mi mamá -dijo el profesor Grou un poco asustado.
Se oyeron más golpes en la puerta pero esta vez el can no dijo nada. La recitadora se echó a reír pero eran sus nervios y no ella los que reían.


-Por Dios, dénle luminal, dénle valium 100, dénle evanol, dénle adanol, dénle la serpiente, dénle una manzana, hagan algo -dijo la Sra. del Vino que entendía de farmacopea.
La recitadora se calló y chirrió como un auto que frena bruscamente.
-No exageremos -dijo el psiquiatra-, ¿por qué los golpes en la puerta tendrían que anunciar algo malo?
-Cállese, no delire de nuevo con Felipe II. Repito: ¿por qué lo desconocido tendrá que ser forzosamente malo? ¿Quién avaló esto como si fuese un axioma? Lo que pasa es que lo nuevo nos aterroriza y es un error. En una de ésas está llamando a la puerta la persona que deseamos que venga, ésa y no otra…
-¿y entonces por qué no va a mirar quién es? -dijo la viuda de X.
El psiquiatra bajó los ojos, luego los levantó hacia el cielorraso y se puso a silbar Nadie me comprende cuando voy a visitar a los jíbaros. La Srta. Puti marcaba el compás con los pies; el prof. G. con las manos; la Sra. del Vino con la cabeza; la viuda de X. con los hombros. A. y la muñeca miraban el suelo tratando de no reírse.

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