Me gustaría dar un paso
adelante, o un paso atrás. Pero es horrible sentir esa leve
vibración bajo mis pies y saber que un pequeño descuido me haría
caer al suelo.
Y,
además, toda esa gente, allá abajo, mirándome. Es horrible.
Cómo
avanzar, cómo retroceder. El jefe de pista gesticula. Estará
diciendo las mentiras de siempre a su querido público. Hablará de
mi valor, el muy estúpido. Explicará que he sido yo mismo el que
pidió que quitaran la red, el que despreció la barra de equilibrio,
el que siempre quiso caminar por el cable “desafiando -dirá- a la
muerte”.
Pero
yo quise la red, y quise la barra, o acaso en realidad quise siempre
quedarme en el suelo, esa amplia superficie plana donde posar el pie
no es un espectáculo ni un oportunidad para la muerte. Acaso yo
nunca quise ser funambulista. Pero es lo que al público le gusta,
decía el director, es preciso hacer lo que al público le gusta.
Yo
creo que he entendido lo que quieren, lo que esperan de mí. No debo
fallar. Debo hacerlo bien, y hacerlo bien será vacilar dentro de
poco, caer a la pista enarenada, para que todos puedan reconfortarse
contemplando un feroz estallido de miembros y de sangre.
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