¿Que por qué lo hice? Pues porque
hace más de un lustro que vengo sufriendo infinidad de humillaciones
destinadas a enflaquecer mi personalidad. ¡Y ya estaba harto!
¡Porque maldito el día en que, por falta de expectativas, vine a
trabajar a este circo tan deprimente y decrépito! Pero yo bien que
se lo advertí a todos ellos, y varias veces, cuando más me
fastidiaban. Les dije que el día menos pensado se me iban a hinchar
las narices y que iba a ocurrir una desgracia. Pero los muy imbéciles
se reían…
¿Que
por qué aguanté tanto? ¿Por qué no mandé todo a hacer puñetas,
en vez de permitir que mi vida se convirtiese en un infierno bajo
esta carpa cochambrosa?… Infinidad de veces me he hecho esas mismas
preguntas. Pero, adónde ir, si ni siquiera mi propia vida me
pertenece… Para colmo, siempre he sido un pusilánime, un triste
apocado, a pesar de mi fiera apariencia…
¡Ah,
pero ayer fue distinto! Ayer, la rabia se me hizo incontenible y
acabó destrozando -¡al fin!- el corsé de mansedumbre que siempre
me ha tenido acogotado. Fue en plena función vespertina: aburrido de
tanto pasar por el aro, en el instante en que el domador introdujo su
cabeza entre mis fauces, junté las mandíbulas y juro que apreté
con ganas.
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