Es
difícil reconstruir lo que pasó, la verdad de la memoria lucha
contra la memoria de la verdad. Han pasado años, los muertos y los
odios se amontonan, el exilio es una vaca que puede dar leche
envenenada, al menos algunos parecen alimentados así.
En
la colonia exiliar argentina predomina la apatía política y de otro
tipo. Se trabaja o no, se estudia o no, se aprende el idioma del país
en que se está o no, se reconstruye la vida o no. Las mujeres pasan
como ríos, se las quiere o no, se las conserva o no.
La
necesidad de autodestruirse y la necesidad de sobrevivir pelean entre
sí como dos hermanos vueltos locos. Guardamos la ropita en el
ropero, pero no hemos deshecho las valijas del alma. Pasa el tiempo y
la manera de negar el destierro es negar el país donde se está,
negar a su gente, su idioma, rechazarlos como testigos concretos de
una mutilación: la tierra nuestra está lejana, qué saben estos
gringos de sus voces, sus pájaros, sus duelos, sus tormentas.
Son
muy distintos a nosotros. No se preocupan verdaderamente de nosotros.
No sufren la injusticia que nos pasó a nosotros. Los más solidarios
tienen como vergüenza por nosotros. Es un problema de ellos, pero
nos afecta a nosotros. Como si el diálogo entre extranjeros sobre
algo aparentemente comprensible —el dolor de los unos— viniera
envuelto por parte de los otros en pudores, candores, paternalismos,
usos.
No
nos vamos a poner de acuerdo nunca. Y seremos muchas veces injustos,
tomando la humildad por soberbia, la reserva por falta de compromiso,
la voluntad de no herir por la voluntad de no saber.
Así
estamos de enfermos. Buscaremos compromisos con el Museo del Prado,
con Santa María Maggiore, la Place de la Contrescarpe, el Paseo de
la Reforma, las escaleras mecánicas de Caracas, el Hyde Park de
Londres. Son compromisos de idiota y duran una idiotez. La maravilla
pasa, el dolor queda. Como el fuego del alma, queda.
Queda.
¿Acaso
el cielo no es el mismo? El cielo no es el mismo. ¿Dónde estará la
Cruz del Sur sino en el sur? ¿No es el mismo sol? No: ¿acaso
ilumina a Buenos Aires? Lo hace horas después, cuando yo ya no
estoy. Color de cielo otro, lluvia ajena, luz que mi infancia no
conoce.
Las
voces del rocío se parecen a las voces del rocío. Una pequeña
lengua lame las diferencias, las distancia. Mi rocío del sur o
cabellera o cristalina madrugada sobre los pechos del combate. No
rocía lo mismo sobre el Mercado Común Europeo, el más común de
los mercados.
Todos
los hombres son humanos y lo que cabe en mí, debería caber en los
demás. Y viceversa, porque todos los hombres son humanos.
Quepámonos, humanos. Que quepa en mí el extraño mundo alrededor,
sus egoísmos justificados, su decencia a parquímetro, su honradez
de consumo, su fino individualismo brutal, su amor triste, la
suciedad de sus higienes. Apenas tengo de ofrecerle los rayos de luz
que iluminaban el combate por la dicha, las generosidades de la
muerte, es decir, de la vida, los estallidos de la dicha, esta
derrota por ahora.
Revolvamos
la tierra con las manitas juntas. A lo mejor crece una planta de dos
rostros, que necesita agua de los dos, y mira dos distancias a partir
de la misma soledad. Así estaremos juntos, verdaderamente.
roma / 9-5-80
Bajo la lluvia ajena. Juan Gelman, 2009.
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