A
los muertos en el bombardeo de Dresde, porque la barbarie no se
elimina con más barbarie.
Había
un reloj que cortaba el tiempo detenido de los relojes. Una calle
invisible que atravesaba las demás calles. Un río dentro de otro
río por el que pasaban infinidad de ríos menores, vacíos. Una
lágrima en un llanto que lloraba lágrimas. Caras enmascaradas con
los ojos fijos dentro de caras enmascaradas. Había un continente sin
fronteras que terminaba nada más empezar. Una pared maestra
intangible que sostenía el universo. Había una tela de seda cuya
trama se extendía hasta más allá del horizonte y caía como un
arambel. Había un soldadito de plomo montado en un globo que
sustentaba el aire. Los jardines estaban llenos de jarrones con
flores marchitas y palomas ausentes. Había escalones sin escaleras y
rampas giratorias que servían para confundir. La vida entera estaba
escrita en un libro sin páginas que pasaba un niño que parecía
ciego. Se escuchaba una melodía hecha de silencios en medio del
vacío. Todo parecía detenido. Sólo era real la ausencia del deseo.
Entonces
sucedió. Subimos y había desaparecido la ciudad.
Rescatado del Blog Máquina de coser palabras, de Juan Yanes.
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