Cuando entré a avisarle a mi padre que lo buscaban, estaba ahí,
junto al fuego, masticando brasas y cantando para agradecer a los
dioses los dones poseídos. Interrumpí su canto para decirle que
urgentemente necesitaban de su ayuda. Un niño de Chenalhó venía a
buscarlo porque su hermano, el más pequeño, estaba enfermo. Tras
besar la tierra, que es la manera en que se saluda a un brujo cuando
uno va pedirle que intervenga en una curación, le contó que al
principio creyeron que el niño se había enfermado por los pecados
de su madre. Pero ella, para aliviarlo, ya había comido su propio
excremento como se debe hacer en estos casos y aún así el mal no se
alejaba. Entonces fue cuando pensaron que no se trataba de los
pecados ( que recaen en los niños inocentes para ser purgados por
medio de las enfermedades, el dolor o incluso la muerte) sino que tal
vez unTi 'bal le había devorado el alma.
Los que tienen el
alma fría nada pueden hacer para defenderse de los aires nefastos
que vomita la boca del infierno; ni de los Ti 'bales, espíritus que
se alimentan del alma dejando a la gente muerta a medias.
Mi padre tiene el
alma cálida, protegida por el Señor Sol. Con el fuego que lleva
dentro tiene la fuerza suficiente para hacer el bien o el mal. Cuando
la mujer de su hermano se metió con otro hombre, mi padre la desnudó
y le echó su vaho por todo el cuerpo. Con sólo hacer eso ella ardió
y ahora anda toda chamuscada. También lo he visto recobrar las
almas. Se pone una máscara con la que invoca al aire, reza la misma
palabra con insistencia hasta que se escucha un zumbido. Entonces
atrapa en el aire el alma que anda en el aire. El alma es una
serpiente tan delgada como un hilo, y cuando mi padre la devuelve al
cuerpo del desposeído ésta le entra por la boca con la rapidez del
aire.
Se puso su máscara
y rezó con insistencia, pero esta vez el aire no trajo nada. Por eso
decidió ir a ver al enfermo y partimos a Chenalhó.
Caminamos todo el
día y sólo nos detuvimos a beber en el ocaso, cuando el sol se
convierte en águila que cae a las entrañas de la tierra. A esta
hora, mi padre siempre tiene convulsiones y emite sonidos de águila.
Una vez que se calma, come tierra y reza.
Era ya de noche
cuando estábamos próximos a llegar al pueblo. Había algo
inquietante en el aire y se escuchaba a lo lejos un bullicio como de
fiesta o de riña. De entre los árboles salió mucha gente con palos
y piedras que gritaban " muerte al brujo". A sus gritos,
vinieron otros con antorchas. El niño que fingió necesitar ayuda y
nos hizo venir hasta Chenalhó, se fue corriendo. Me sorprendió que
mi padre, que todo lo adivina, no hubiera advertido el engaño.
Los de Chenalhó,
motivados por el cura, con astucias hicieron venir a los brujos de la
región para darles muerte. Nos apedrearon y a empujones nos llevaron
al pueblo
El aire traía
muchos gritos de otras partes, y en distintos sitios, por entre los
árboles, se veía correr la lumbre de las antorchas de aquellos que
perseguían a mansalva a los brujos que trataban de escapar. En el
centro de la plaza había una hoguera. Vi que entre muchos hombres
iban arrastrando a uno al que querían arrojar al fuego, pero el
brujo se convirtió en serpiente, se escurrió entre los cuerpos y se
metió en un hoyo. Otro hombre, al que también jaloneaban con el
mismo propósito, se convirtió en venado y tras patear a algunos
salió corriendo. Fue flechado por un joven y entonces se convirtió
en águila; desde el cielo se sacudió la flecha, que cayó sobre el
joven causándole la muerte.
Cuando vi todo esto
ya no me importó ver cómo arrastraban a mi padre. A mí me soltaron
cuando dijo que yo era de alma fría y a él lo llevaron hasta la
hoguera. Con la cara arrastrándose en el suelo me gritaba que fuera
a casa, pero yo estaba sin poder moverme, esperando su
transformación. El se quedó hombre todo el tiempo y vi cómo lo
echaron al fuego. Su cuerpo se retorció y se volvió cenizas.
Comprendí que mi
padre no tenía los poderes suficientes para transformarse como los
otros brujos, y lloré su muerte y más aún lloré su debilidad. Me
quedé ahí en el pueblo viendo la quemazón. Pocos fueron los brujos
que llegaron a quemar, y por cierto fueron los más ancianos, porque
los otros se transformaron en animales y lograron huir.
De regreso a casa,
durante la larga caminata, no pude quitarme de la mente la figura de
mi padre retorciéndose en el fuego. Caminé con asco por aquel olor
a hombres quemados, que tanto me penetró; caminé con tristeza y
desilusión.
A llegar a la casa
mi padre estaba ahí; sentado junto al fuego, masticando brasas y
cantando.
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