El Zar se despidió de la Zarina. Emprendía un largo viaje. La
Zarina se sentó junto a la ventana a esperar el regreso de su amado
esposo. Así pasaban todos los días.
Se cansaron sus ojos
de tanto mirar. Sólo veía caer la nieve sobre la blanca llanura.
Transcurrieron nueve meses. La víspera de navidad Dios le concedió
una hija. Por fin, en la mañana del mismo día llegó el Zar, el
viajero tan esperado día y noche. Le miró la Zarina y fue tanta su
emoción que, dando un suspiro, murió.
Durante mucho
tiempo el Zar estuvo inconsolable.
¿Qué iba a hacer?
Después de todo, sólo era un hombre. Transcurrió un año tan
rápido como un sueño pasajero. Entonces el Rey volvió a casarse. A
decir verdad, la novia se parecía muchísimo a la Zarina. Era alta y
delgada, muy blanca, muy inteligente, y poseía valiosas cualidades.
Por desgracia, sin embargo, era vana, caprichosa y envidiosa.
Como regalo de boda
recibió un espejito que poseía el don de la palabra. La Zarina sólo
cuando hablaba con el espejo estaba amable y alegre. Bromeaba con él,
y se sentía de buen humor. Solía decirle:
-Luz de mis ojos,
dime toda la verdad. ¿No soy, acaso, la más bella, la más gentil y
la más encantadora del mundo?
-Por supuesto,
Zarina -contestaba el espejo-. Eres la más bella, la más gentil y
la más encantadora del mundo.
La Zarina se echaba
a reír, empezaba a mover los hombros, a contonearse y chasqueaba los
dedos. Luego, con las manos puestas en las caderas daba vueltas en
torno del espejo, admirando su propia imagen.
Mientras tanto la
hija del Zar crecía y florecía. Era blanca como la nieve. Sus cejas
eran negras. Era encantadora. El Príncipe Elissei envió un
mensajero para pedir su mano. El Zar dio su consentimiento y se
preparó la dote: siete ciudades comerciales y ciento cuarenta
palacios.
El día antes de la
boda, la Zarina, mientras se vestía, se miró en el espejo y le
preguntó:
-¿No soy, acaso, la
más bella, la más gentil y la más encantadora del mundo?
-Por supuesto que
eres bella -repuso el espejo-, pero la más bella, la más gentil y
la más encantadora del mundo es la Princesa.
La Zarina,
indignada, levantó la mano y golpeó el espejo y lo pisoteó.
-¡No eres más que
un miserable pedazo de vidrio! -gritó-. Mientes, únicamente para
humillarme. ¿Cómo puede compararse conmigo la hija del Zar? Yo la
pondré en su sitio. ¿No sabe, acaso, que si es tan blanca es porque
su madre, durante todo el embarazo, no dejó de mirar la nieve? Dime,
¿cómo es posible que la compares conmigo? Créeme, yo soy la más
hermosa. Busca por todo el Reino, busca en todo el universo, y no
encontrarás una mujer semejante a mí. ¿Acaso no es cierto?
-Sin embargo -repuso
el espejo-, la Zarevna es la más hermosa, la más gentil y la más
encantadora de todas las mujeres.
Rabiando de celos,
la Zarina arrojó el espejo al suelo. Llamó a su doncella Cherniavka
y le ordenó que llevase a la Princesa al bosque, que la atara a un
árbol, y que la dejara allí para que se la comiesen los lobos.
Ni el propio demonio
podría hacer frente a la ira de aquella mujer. Era inútil.
Cherniavka llevó a la Princesa al bosque y la espesura salvaje hizo
que la pobre Princesa adivinase su destino.
-Amiga mía, dime,
¿qué he hecho yo? -decía aterrorizada, gimiendo, a la sirvienta-.
¡No me dejes morir! Cuando sea Zarina te recompensaré con
esplendidez.
Cherniavka, que
quería mucho a la Zarevna, no la ató al árbol, sino que la dejó
libre, diciéndole:
-¡No te preocupes y
que Dios te proteja!
Cherniavka regresó
a palacio.
-¿Dónde está la
Princesa? -le preguntó la Zarina.
-Se ha quedado sola
en lo más profundo del bosque -respondió-. Permanece atada a un
árbol. Cuando los lobos feroces la encuentren, no sufrirá mucho.
Pronto corrió la
voz de que la Zarevna había desaparecido. El Zar derramó abundantes
lágrimas. El Príncipe Elissei rogó fervientemente a Dios que le
ayudara, y emprendió el camino en busca de su amada prometida.
Al anochecer del
siguiente día, cuando trataba de abrirse camino en el bosque, la
Zarevna llegó a una casita. Un perro que había allí empezó a
ladrar, pero cesó en cuanto la vio de cerca. Ella empujó la puerta
de la casa y se encontró en un patio. El perro la seguía, meneando
la cola y acariciándola.
La Zarevna abrió
otra puerta que conducía a una gran estancia, con una estufa de
azulejos, una mesa de roble, y varios bancos cubiertos de tapices.
Había sagrados iconos en las paredes. La desventurada joven
comprendió enseguida que allí vivía gente buena y que estaría a
salvo. Pero, ¿por qué estaba la casa vacía?
Recorrió toda la
casa, poniendo todo en orden. Luego encendió un cirio ante la imagen
del Señor. También encendió la estufa. Y se acostó bajo techado.
Se acercaba la hora
de comer. Se oyó un ruido de pisadas de caballo en el patio. Siete
aguerridos caballeros que lucían grandes bigotes entraron en la
casa. El mayor de ellos dijo:
-¡Qué maravilloso!
¡Qué limpio está todo y qué ordenado! ¿Quién habrá estado aquí
mientras estábamos fuera? Sal de tu escondite y serás nuestro
amigo. ¡Oh, cuidadoso extranjero! ¡Si eres mayor, serás nuestro
tío; si eres un joven, serás nuestro hermano! ¡Si eres una
anciana, serás nuestra madre! ¡Y si eres una joven, serás nuestra
hermana!
La Zarevna bajó,
entonces, de su lecho. Saludó cortésmente a los siete guerreros y,
ruborizándose, les pidió perdón por haber entrado sin su permiso.
Los siete guerreros
adivinaron que era una Zarevna. La invitaron a sentarse en el sitio
de honor, bajo los iconos. Luego le ofrecieron un pastel y un vaso
de vino. Ella se negó a beber vino, pero partió un trozo de pastel.
Como estaba muy cansada, les pidió permiso para irse a dormir. Los
guerreros la condujeron al piso superior y le dieron una hermosa
habitación y la dejaron sola, porque estaba medio dormida.
El tiempo
transcurría. La Zarevna seguía viviendo en la casa de los siete
guerreros, donde nunca se aburría. Por la mañana, al rayar el día,
los siete hermanos salían alegremente a cazar patos. Algunas veces
cortaban de un tajo con su espada la cabeza de un tártaro y otras
veces perseguían a través del bosque a algunos circasianos de
Piatigorsk.
Como buena ama de
casa, la Zarevna nunca abandonaba el hogar. Cuidaba de todo. Lo
preparaba todo. Los siete guerreros aprobaban lo que hacía. Y el
tiempo transcurría así.
Entretanto, los
siete guerreros se habían enamorado de la joven. Un día, al
atardecer, comparecieron en su habitación. Haciendo una inclinación,
el mayor le dijo:
-Como bien sabes,
encantadora doncella, te consideramos como nuestra hermana. Somos
siete y todos estamos enamorados de ti. Cada uno de nosotros sería
feliz si pudiese casarse contigo. Pero como esto no puede ser, en el
nombre de Dios, te pedimos que escojas. ¡Sé la prometida de uno de
nosotros! ¡Sé la hermana de los demás! ¿Por qué mueves la
cabeza? ¿Por qué te niegas a hacerlo? ¿Es que la mercancía
desagrada al comprador?
-¡Nobles
caballeros! -respondió-. ¡Hermanos míos, que Dios me castigue si
miento! ¡No puedo complaceros! ¡Ya estoy comprometida! No puedo
escoger entre vosotros. A mis ojos, todos sois valerosos e
inteligentes. Os quiero mucho a todos. Pero estoy prometida para
siempre a otro. Pertenezco al Príncipe Elissei, al que amo más que
a nadie en el mundo.
Los siete hermanos
permanecieron silenciosos. Se rascaron la cabeza embarazados. El
mayor, inclinándose, dijo:
-Expresar un deseo
no es un pecado. Dada la situación, ya no se hable más del asunto.
-Os agradezco mucho
todo -respondió amablemente la Princesa- . No puedo aceptar vuestro
ofrecimiento, no me guardéis ningún resentimiento.
Los siete caballeros
abandonaron la estancia en silencio. La armonía volvió a reinar,
como antes, en la casita.
Mientras tanto, la
malvada Zarina seguía pensando en la Zarevna. No podía perdonarla.
Estaba enojada con el espejo, y a menudo lo insultaba. Pero un buen
día, decidió volver a consultarlo. Lo cogió y poniéndoselo
delante del rostro, le preguntó con una sonrisa:
-¡Espejito, yo te
saludo! Dime la verdad. ¿No soy yo, acaso, la más hermosa, la más
gentil y la más encantadora del mundo?
-Por supuesto que
eres bella -repuso el espejo-, pero aquella que vive oculta en el
tupido bosque, en casa de los siete guerreros, es aún más bella que
tú.
La Zarina se puso
furiosa con Cherniavka.
-¿Cómo te has
atrevido a desobedecerme? ¡Cuéntamelo todo!
Y la sirvienta lo
confesó todo. Entonces la Zarina la amenazó con un terrible castigo
si no encontraba el modo de hacer desaparecer a la Zarevna de una
vez.
Un día, estaba la
Zarevna hilando junto a la ventana, y esperaba el regreso de sus
queridos hermanos.
De pronto, el perro
se puso a ladrar. Una mendiga, que atravesaba el patio, intentaba
alejar al animal con su bastón.
-¡Espera, abuela,
espera! -gritó la Zarevna-. Yo alejaré al perro y de paso te daré
algo.
-¡Oh, hija mía, ha
estado a punto de comerme viva! -gimió la vieja-. Estoy agotada de
luchar con él. ¡Mírale, mírale! ¡Vuelve a atacarme! ¡Ven
pronto!
La joven se apresuró
a ir junto a ella, pero apenas cruzó el umbral, el perro se acercó
a ella y le impidió avanzar.
La mendiga trató de
acercarse a la Zarevna. El perro, más feroz que antes, detuvo sus
pasos.
-¡Qué raro es
esto! -dijo la joven-. Debe de haber dormido mal.
Echó un pedazo de
pan a la vieja, diciendo:
-¡Toma!
-Gracias -dijo la
vieja mendiga-. ¡Que Dios te bendiga! Toma esta manzana, ¿quieres?
Le tiró una manzana
de oro a la Princesa. El perro empezó a ladrar. La Zarevna dio
vueltas varias veces en su mano a la manzana de oro.
-Puedes comértela,
si quieres, hermosa mía -le gritó la vieja-. Y gracias por el pan.
Al decir esto,
desapareció. El perro miró inquieto a la joven. Se puso a gemir.
Parecía decirle:
-¡Tira esa manzana,
tírala!
Ella acarició al
perro suavemente.
-Ven, Sokolka
-dijo-. Échate aquí.
Y regresó a su
estancia para esperar a sus hermanos. Miraba de vez en cuando la
manzana que tenía a su lado. Estaba madura y jugosa. Era dorada y
fragante. Era tan transparente que podían verse las pepitas, porque
su piel parecía un ala de mariposa.
La Zarevna no quería
comerse la manzana antes del almuerzo, pero no pudo resistir la
tentación y se la llevó a los labios y la mordió. Acto seguido se
desvaneció, sin vida. La manzana rodó por el suelo.
Su cabeza descansaba
en el banco, bajo los iconos.
La joven estaba como
muerta.
Los siete guerreros
estaban de regreso a la casa después de una de sus audaces campañas,
y vieron al perrito, que corrió hacia ellos, ladrando furiosamente.
-Es un mal augurio
-pensaron- . Algo malo ha sucedido.
Subieron a la
estancia. ¡Allí gimieron y todo fueron lloros! El perro mordió la
manzana y cayó muerto.
Los siete guerreros,
sumidos en la más profunda tristeza, rodearon a la Zarevna muerta.
Recitaron una oración, levantaron a su hermana y empezaron a
vestirla para el entierro. De pronto, cambiaron de opinión, pues su
rostro estaba tranquilo. Parecía como si estuviera en los brazos
protectores del sueño. Pero no respiraba.
Esperaron tres días.
No se despertó. Y entonces decidieron poner a la Zarevna en un ataúd
de cristal. La transportaron a hombros a media noche a lo más alto
de una montaña, a una cueva, y allí la dejaron.
Tomaron la
precaución de atar el ataúd con cadenas a seis fuertes columnas.
Hecho esto, descubrieron sus cabezas y el mayor dijo:
-Duerme, hermanita.
Has sido víctima de una cobarde trama. Tu belleza se habrá
extinguido en la tierra, pero en el cielo tu alma continuará siendo
hermosa. Seguimos queriéndote. Continuarás siendo de tu prometido.
Ahora sólo la muerte te posee.
Aquel mismo día la
malvada Zarina estaba en espera de buenas noticias. Sacó el espejo y
le preguntó:
-¿No soy, acaso, la
más hermosa, la más gentil y la más encantadora del mundo?
-Sí -respondió el
espejo-, eres la más hermosa, la más gentil y la más
encantadora del mundo.
El Príncipe Elissei
recorrió el mundo en busca de su prometida. Pero no la encontraba.
Lloraba y preguntaba a todos los que veía si sabían dónde estaba.
Algunos encontraban extrañas sus preguntas. Otros pocos se reían.
Algunos le volvían la espalda.
Finalmente se
dirigió al Sol.
-¡Oh, Sol!
-exclamó-, tú que cruzas el cielo, que haces que la primavera siga
al invierno, tú que nos ves a todos, ¿quieres darme una respuesta?
¿Quieres decirme si has visto a la Zarevna que busco? Yo soy su
prometido.
-Amigo mío
-respondió el Sol-. No he visto a la Zarevna que buscas. Quizá se
haya muerto. Quizá la Luna, mi vecina, la haya visto.
Elissei esperó que
llegase la noche. Por fin apareció la Luna en el cielo.
-¡Oh, Luna, amiga
mía! -exclamó-, compañera de las estrellas, ¿puedes darme una
respuesta? Estoy buscando a mi prometida. ¿La has visto?
-Hermano mío
-respondió la Luna-. No la he visto. De todos modos, yo no estoy
siempre en el firmamento. Quizá tu prometida está tan pálida que
no la puedo ver…
-¡Ay de mí!
-murmuró el Príncipe.
La Luna habló de
nuevo.
-Pregunta al Viento.
¿Quién sabe? Él tal vez podrá contestarte. Ten valor. ¡Adiós!
Elissei gritó al
Viento:
-¡Oh tú, que eres
tan fuerte, tú que puedes domar las nubes e irritar el mar, tú que
sólo temes a Dios…! Dime, ¿has visto a mi amada Zarevna? Yo soy
su prometido.
– Escucha
-respondió el Viento-. Allá lejos, más lejos de aquel río
apacible, encontrarás una montaña. Sobre la montaña hay una cueva
oscura. Dentro de la cueva hay un ataúd de cristal, rodeado de
columnas. Allí está encadenado el ataúd de tu prometida.
El Viento se alejó
veloz y el Príncipe volvió a cabalgar, sollozando. Se encaminó
directamente a la montaña que describió el Viento. Cuando la vio,
subió apresuradamente. Llegó a la entrada de la cueva. Le fallaba
el valor, pero pronto se rehízo. Se encaminó a través de la
oscuridad de la cueva. ¡De pronto vio la sombra del ataúd de
cristal y la faz radiante de la Zarevna! Tropezó con el ataúd y
rompió el cristal. La joven se despertó. Miró en torno suyo y dijo
con un suspiro:
-He dormido mucho
tiempo.
Se enderezó y
descendió del ataúd. Ambos se abrazaron llorando.
Elissei cogió en
brazos a su amada y la sacó a la luz del sol. ¿Qué creéis que se
dijeron el uno al otro?
La buena nueva voló
como el fuego.
-¡La hija del Zar
no ha muerto!
La malvada Zarina
estaba sentada frente al espejo y repitió su pregunta:
-¿No soy yo, acaso,
la más hermosa, la más gentil y la más encantadora del mundo?
-Por supuesto que
eres bella -respondió el espejo-, pero la Zarevna es aún más
hermosa que tú.
Entonces rompió el
espejo, lo tiró al suelo y se precipitó hacia la puerta, que en
aquel preciso instante se había abierto. Vio a la Zarevna y cayó
muerta de rabia.
La boda de Elissei y
de la Zarevna se celebró inmediatamente después del funeral de la
Zarina muerta, y celebraron el festín más grande del mundo. Yo
estuve allí, me ofrecieron cerveza, vino e hidromiel, bebí, y se me
mojaron los bigotes.
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