Un niño gritaba siempre “¡Ahí
viene el lobo! ¡Ahí viene el lobo!” a su familia. Como vivían en
la ciudad no debían temer al lobo, que no habita en climas
tropicales. Asombrado por el a todas luces infundado temor al lobo,
pregunté a un fugitivo retardado que apenas podía correr con sus
muletas tullidas por el reuma. Sin dejar de mirar atrás y correr
adelante, el inválido me explicó que el niño no gritaba ahí viene
el lobo sino ahí viene Lobo, que era el dueño de casa de
inquilinato, quintopatio o conventillo donde vivían todos sin (poder
o sin querer) pagar la renta. Los que huían no huían del lobo, sino
del cobro –o más bien, huían del pago.
Moraleja:
El niño, de haber estado mejor educado, bien podría haber gritado
“Ahí viene el Sr. Lobo”! y se habría ahorrado uno todas esas
preguntas y respuestas y la fábula de paso.
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