lunes, 4 de julio de 2022

Verdadera magia. Rosa Yáñez.

El público contuvo la respiración cuando el brazo se hundió hasta el codo dentro de la chistera. Los veinte centímetros de altura de ésta y la mesa de metacrilato no dejaban lugar a dudas: aquello era magia. Él, el mago, se sorprendía también pero el oficio le ayudaba a aparentar cierta indiferencia mientras su mano se sumergía más y más en el novedoso vacío dentro del sombrero. El conejo blanco no aparecía por ningún lado.
Bajó más el brazo y el público se mantuvo expectante. Dentro hacía frío pero no tocaba nada. Inclinado totalmente sobre la chistera, hundido hasta el hombro y apoyándose con la otra mano para no terminar de caer en aquel absurdo abismo, seguía intentando resolver el número sacando, no ya el conejo, sino cualquier cosa que diera fin a aquella accidentada actuación.
Por fin notó algo al otro lado, caliente y algo sudada, otra mano que entrelazó los dedos con los suyos. Casi fue un consuelo. Sólo pudo identificar que era una mano bastante grande y que tiraba con demasiada fuerza hacia el otro lado.


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