Narciso se sentía
diferente de sí mismo. Cuando salía de su casa, caminaba siempre
dos pasos por delante de él. Sólo se detenía para esperarse cuando
llegaba al café en el que desayunaba cada mañana. Allí, se abría
la puerta solícito, fingiendo una falsa educación, para cerrársela
inmediatamente en las narices cuando estaba a punto de cruzarla. Otro
de sus juegos preferidos, por ejemplo, era desafiarse a ver quién
leía más rápido, pasando velozmente la página e impidiéndose
leer cómodamente.
Comer,
dormir, follar… era siempre una competición.
El
día en que murió, sentado frente al ataúd donde reposaba, no pudo
reprimir una sonrisa de venganza.
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