Platero es pequeño, peludo,
suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no
lleva huesos. Y es que en verdad Platero se me antoja invertebrado,
se arrastra él por la existencia con la plasticidad única de los
que no acogen en sí la carga de piezas durísimas, puro calcio, de
los esqueletos.
Y
suda mi Platero, suda y sufre el pobre Platero bajo la carga
inmisericorde de mi peso excesivo, y gira a veces hasta mí en un
escorzo imposible el brillo azabache de uno de sus ojitos y me mira,
sigue avanzando a duras penas. Platero mientras lo pico dulcemente
con mis espuelas y me está mirando, sí, con amargura, como
reprochándome sin palabras mi empeño en seguir nominándole de esa
manera, mi insistencia terca en considerar a esta sufrida oruga una
montura ideal.
Baúl de prodigios, 2007.
No hay comentarios:
Publicar un comentario