Y así soy, fútil y sensible,
capaz de impulsos violentos y absorbentes, malos y buenos, nobles y
viles, pero nunca de un sentimiento que subsista, nunca de una
emoción que se prolongue y entre hasta la sustancia del alma. Todo
en mí es tendencia para ser a continuación otra cosa; una
impaciencia del alma consigo misma, como un niño inoportuno; un
desasosiego siempre creciente y siempre igual. Todo me interesa y
nada me cautiva. Atiendo a todo siempre soñando; fijo los mínimos
gestos faciales de aquel con quien hablo, recojo las entonaciones
milimétricas de cada palabra proferida; pero al oírlo, no lo
escucho, estoy pensando en otra cosa, y lo que menos retengo de la
conversación es la noción de lo que en ella se dijo, por mi parte o
por parte de aquel con quien hablé. Así, muchas veces, repito a
alguien lo que ya le había repetido, le pregunto de nuevo por
aquello a lo que ya me había respondido; pero puedo describir, en
cuatro palabras fotográficas, el semblante muscular con el que él
me dijo lo que no recuerdo, o la inclinación de oír con los ojos
con que recibió la narración que ya no recordaba haberle contado.
Soy
dos, y ambos mantienen la distancia —hermanos siameses que no están
unidos.
Libro del desasosiego, 1982.
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