¿Recuerdas aquel ratón moribundo? Una voz deshilachada. Sí, le digo. ¿Lo recuerdas? Mi padre, con los restos de su voz de siempre. Sí, le digo. ¿Lo recuerdas? Sí. Ahora es mi voz la que se fragmenta. Y mi memoria rescata la imagen de mi padre tocando el ratón con la punta del pie para ver si aún vivía: un cuerpo indefenso estremeciéndose. Y entonces mi padre que clava la mirada en el pequeño animal, lo rodea nervioso, niega con la cabeza repetidamente. Lo que sigue es el chasquido del cuerpo indefenso contra una tapia. ¿Y aquella paloma, al lado del contenedor? Sí, también. Y la memoria recupera variaciones de lo mismo: la paloma y su cuello medio quebrado, mi padre mirándola primero, rodeándola y negando con la cabeza después, cogiendo una barra de hierro. Y mi mano estirándole del brazo, que no lo hiciera. Su voz musitando que debía hacerlo. ¿Lo entiendes, verdad? Sí, claro. Y ahora soy yo quien fija la mirada en un cuerpo indefenso, quien niega con la cabeza repetidas veces, quien empieza a rodear nervioso la cama donde mi padre, de pronto, suplica ser aquel ratón o aquella paloma de hace treinta años.
El oscuro relieve del tiempo, 2015.
El inexorable paso del tiempo, los avatares de la vida cebándose en todo lo que respira. Todos quisiéramos que en nuestra última hora se nos cruzase un alma piadosa que nos abreviase el amargo trance de morir.
ResponderEliminarTu padre lo sabía bien. Somos nosotros los que nos hemos alejado tanto de la vida que no lo vemos.