jueves, 25 de enero de 2024

El tiempo de la ciénaga. Andrés Caicedo.

A las seis me despertó la sirvienta, y yo estaba soñando uno de esos sueños que hacen que primero me levante sobre un codo y me ubique, no es que pregunte dónde estoy, quién soy, ni ninguna de esas tonterías, lo que pasa es que tengo que acomodarme a la tristeza, o aceptar que la desesperación es la única vía de acceso a todo en este nuevo día, y decirme que son las seis, que hay colegio, que a las ocho tocan la campana y cierran la puerta, que estoy empezando quinto y sólo me falta lo que queda de este año y otro, que podría decir renuncio e irme a vivir al campo con las cabras, pero entonces quién se queda cuidando a mi madre que no tiene ni cuarenta años y ya se está muriendo (y todavía bonita), en eso pensaba yo y la sirvienta mirándome, no sale hasta que no me vea bien despierto, parado, listo a quitarme la piyama y a agarrar una toalla, ella siempre me prometía que había agua caliente, después de bañarme pasaba por el cuarto de mi madre a darle los buenos días y a llenarla de besos, ese día era un martes después de un puente que abarcó viernes, sábado, domingo y lunes, y a mí siempre me pasa que después de los puentes estoy creyendo que es lunes, así que sin saber que era martes cogí fue el horario del lunes: Religión, Química, Literatura, Historia y dos horas de Física inmediatamente después del almuerzo porque este año ya nos instalaron la jornada continua, pero no fue sino después que me di cuenta que era martes, menos mal que los lunes y los martes coinciden Religión y Física, pero había un trabajo de Civismo que no llevé y el cura me puso cero, y yo ya quería aplastar mi cara, golpearme la frente contra el pupitre para que vieran mi angustia, había salido de mi casa a las siete y cuarenta y cinco porque tuve un problema con la sirvienta que me sirvió el café frío y yo me le entré a la cocina pisando duro y traté de regañarla pero ella no se me dejó, tuve que tomarme el café frío sintiendo que se me volvía un ocho el estómago de la rabia que tenía, cómo poder decirle que no se metiera conmigo, que yo vivía atormentado por problemas que ella ni imaginar podía pues no contaba con la capacidad intelectual para hacerlo, que el que me lavara la ropa, me tendiera la cama y me hiciera la comida eran puros accidentes, una situación que ni ella ni yo podíamos modificar, que se limitara a trabajar callada y a cobrar su sueldo, y sin necesidad de comunicárselo que se diera cuenta de mi profundo desprecio por su debilidad, por su corrupción, qué es eso de dejar su tierra, el campo, y bajar acá a convertirse en sirvienta de esta sociedad para que yo pueda llegar temprano al colegio y bien alimentado para rendir en el estudio, y había días que ni siquiera me tenía agua caliente y yo me ponía furioso, golpiaba los azulejos del baño, me daba contra las paredes, tendía a enterrarme las uñas en las palmas de las manos, y el agua fría cayéndome inmisericorde en mi espalda, yo nunca entendí por qué era que me hacía todo eso, podemos hacernos la vida soportable, era lo que yo le decía, no es sino cuestión de mutuo entendimiento, ahora que mi madre está enferma a cada rato se le pierden los vestidos y yo sé que se los roba la sirvienta, lo digo porque me he metido a su cuarto y le he esculcado el clóset y se los he visto, es decir me consta, pero no le digo nada a mi mamá y yo, bueno, trato de hacerme como el que si nada, además mi mamá ya para qué vestidos, se mantiene todo el día en la cama con la piyama que era de mi papá, antes hablaba de las ventajas que traía el decidir no salir más de la cama, no más problemas, pero ya ni siquiera habla, yo salí de mi casa un poco preocupado, crucé el alambre de púas que marca los límites de mi propiedad y tuve que coger un Rojo Crema que caminó despacio y claro, ya eran las ocho cuando llegué al San Juan Berchmans, ni un alma en los alrededores, la puerta ya cerrada, tuve que tocar y tocar de la manera más triste hasta que el portero se asomó por la rejilla y yo le pedí el favor que me abriera y me dijo que no, entonces le supliqué que me abriera y seguía diciendo que no, primero que no podía, luego que no le daba la gana porque yo le caía gordo y que no me abría, entonces le dije que si me abría me dejaba pirobear, y él me abrió pero todavía mirándome con odio, cuánto hace que tocaron, le pregunté yo pero no me contestó, yo apreté bien los libros contra mi pecho y me doblé, él primero me puso las manos en las nalgas y me las sobó un rato y luego con una sola mano me tocó por el medio hasta que yo me voltié y le dije ya está y él ni protestó siquiera y yo salí corriendo de allí, todavía pensaba alcanzar a responder lista, cómo me quedaría cuando entré a la clase y era martes, me encuentro no al cura de Religión sino al cura de Civismo y apenas me estoy sentando me pide el trabajo que no he traído, esta mente lenta que tengo, me pusieron un cero en Civismo, comí tanto a la hora de almuerzo que en las dos horas de Física me la pasé con una bola en el estómago y unas ganas de echarme y conciliar el sueño, además que no entiendo nada de Física, desde hace un año la gente se ha estado sospechando que soy un poco bruto, al principio me aterré y daba berridos por toda la casa, pero ahora me limito a subir los hombros: no es más que una indiferencia por todo, no emocionarme desde que estaba chiquito, saber que hay cosas que uno no entiende y es como si no existieran porque mi mente no da para más sencillo, cuando tocaron la campana para salida yo pedí al cielo que nadie se me acercara, que nadie me conversara, poder salir como soy de solo, me pegué a una pared y logré cruzar la puerta con cierta facilidad, entre los primeros, afuera me puse contento por el sol que hacía y que a nadie le gusta, todo el mundo salía protestando por el calor maldito, pero a mí el calor me llena de ánimos, a lo que le tengo terror es al frío, también le tengo terror a encontrarme al papá de una novia que yo tuve de mentiras y ella creyendo que era de verdad, no me gustan las mujeres, que se la quité a un amigo y mi amigo de la pura desesperación se fue de Cali buscando el mar, y ahora al que le tengo miedo es al papá de ella porque sé que está loco y que es ubicuo, me lo encuentro en el norte y en el sur, una vez en mi vida he viajado a Bogotá y allá me lo encuentro, me fui caminando por la orilla del río, bien despacio, mirando el agua, las piedras negras, le tiré piedras a las vacas, como hago siempre, y ya casi llegando a mi casa me metí por el último lote para acortar camino y además porque me gusta caminar en medio de la maleza, cruzar los montes, y resulta que me encuentro con una muchacha de mi edad, de pelo largo, camiseta de rayas y bluyines americanos, yo nunca la había visto por el barrio, cuando yo me le acerqué me sonrió porque la camiseta mía era igual a la de ella, qué bruto, fue una sonrisa tan linda, tan limpia, que yo no tuve ningún problema en decirle hola y en preguntarle su nombre, se llamaba Angelita, me quedé toda la tarde con ella allí en ese lote, estuvimos arrancando hojas para un herbario que ella tenía, al final, de pura aposta, nos rayamos los brazos con esas hojas largas y filudas que tanto abundan en los lotes, que también sirven para hacer zepelines, y ya haciéndose de nochecita salimos del lote cogidos de la mano, al otro día yo fui a verla en el esperadero y me contó que lo que más le gustaba era leer poesía, «El más noble de los oficios», así me dijo, y yo quedé muy impresionado, tanto que esa noche traté de escribirle un poema pero no pude y desesperado, tumbando sillas, rebusqué entre las cosas de mi madre y encontré este poema que se lo hice a ella en un Día de la Madre cuando yo estaba muy chiquito, tanto que no tengo memoria de si lo inventé yo o lo copié de algún libro, el poema, adaptado para Angelita, dice así:


Angelita, Angelita tú me besas
pero yo te beso más
como el agua en los cristales
son mis besos en tu faz
te he besado tanto, ¡tanto!
que de mí cubierta estás
y el enjambre de mis besos
no te deja respirar, fue por allí que fui descubriendo que yo también amaba la poesía, fui aprendiendo a escribir, ella me daba un mensaje cerrado y yo le daba otro para que lo abriéramos al mismo minuto de la segunda hora de la mañana, a cuántas millas de distancia, ella en el Sagrado Corazón, yo en el San Juan Berchmans, ella me decía que estaba igual de sola que yo, igual de aburrida estudiando bachillerato, y a ella también le parecía una mierda la sociedad, procuramos dejar de ir todos los sábados al Club, sólo íbamos cuando había una fiesta importante como la del 28 de diciembre o una competencia de natación que a ella le gustaban mucho, y yo sufría porque nunca he podido nadar bien, no es que no nade bonito sino que nado una piscina y me ahogo, también nos aficionamos al cine, íbamos todos los días a las tres y media, ella decía en su casa que era que estaba estudiando más que nunca, yo sí no tenía que inventar nada porque mi mamá nunca me pregunta, al final creo yo que nos comprendíamos mucho, y cuando a ella le daban las locuras que le daban con la luna yo la calmaba, me le portaba fresco, mejor dicho la pasábamos bien, y de tanto leer poesía y de tanto ver cine nos fuimos volviendo muy progresistas, por ejemplo dejamos de ver con buenos ojos, como cosa normal, que para todas las fiestas tuvieran que alquilar policía para defendernos de la gente del Sureste, y tanta pelea en la calle y la policía en toda parte, que al final era que me estaba poniendo nervioso andar en medio de tanta policía, se vinieron a destapar crímenes horribles, a Danielito Bang, uno del San Juan Berchmans, lo descubrieron cómplice de antropofagia en pleno siglo XX, pusieron una bomba en el Colegio Bolívar que es todo de gringos, bombas en el Dari Frost y en la Librería Nacional que también es manejada por gringos, y los de mi clase que tienen a los papás o los hermanos en la Guardia Civil me decían que ya habían agarrado culpables y que los estaban metiendo en celdas con una fosa y un péndulo, ante toda esa violencia, que no comprendíamos y nos sentíamos extraños, pensábamos irnos a vivir al campo una vez termináramos bachillerato, hasta que ella me vino con el cuento de que las islas Encantadas, y por allí derecho leímos todo Melville y aprendimos a temer al mar aún sin conocerlo, ella sí había estado una vez en Santa Marta pero yo sí nunca, en esa época fue que concebí la idea de un cuento que nunca llegué a escribirlo: un hombre se confunde por el mar de tanto leer a Melville y se echa a la mar en busca de Las Encantadas creyendo encontrarse con aquel territorio desierto mágico que leyó en los libros, cómo se quedaría al ver que allí donde leyó una gruta, un albatros, hay ahora un hotel, un aeropuerto, un casino, eso también hacía parte de mis terrores, porque mis terrores seguían siendo encontrarme con el padre de aquella novia lejana, son muchas las veces que he tenido que bajarme de un bus cuando él se sube, cojo a Angelita de la mano y le digo bajémonos y ella obedece sin preguntar porque aunque le pudiera explicar no entendería, otro terror mío es soñar con un hombre que se pasa la mano por los dientes y es como si se pasara la mano por el mentón y seres sin mentón, tampoco puedo tratar de explicárselo porque hay cosas que dejan de significar apenas tratamos de encontrar un signo, un código que les dé expresión, así que ella tiene que soportar su ignorancia de mí si vamos por la calle y yo pego un grito en mitad de la calle o me jalo los pelos, y es porque tengo que estar en guardia desalojando pensamientos impensables, innominables, o si no me muero, debo decir que al final nuestro progresismo tenía como meta, como autoconfirmación, internarnos en un barrio del Sureste y meternos a un teatro de segunda, digo, sobre todo cuando nos cogió un aburrimiento mortal por los teatros de estreno, tanto que se vio en peligro nuestra afición por el cine, un viernes vimos que daban Más corazón que odio en el teatro Libia, y ese día estaba lloviendo, seguro fue la lluvia la que nos animó y averiguamos qué bus coger, el Rojo Crema que también pasa por Santa Teresita que es donde vivimos, para llegar al teatro tuvimos que atravesar a pie una calle despavimentada en medio de la lluvia, es decir caminar con el barro hasta los talones, recuerdo un caño de aguas negras y en las puertas de las casas hombres sin camisa que miraban la lluvia y nos miraban con curiosidad pero sin malicia, ¿o entonces fue que entendí mal aquellas miradas?, había niños que jugaban en el caño y perros criollos, el teatro Libia era blanco, blanquísimo, de granito lustrado, me sorprendió encontrar un teatro tan elegante en un barrio así de pobre, la entrada valía cinco pesos, en el fondo de la taquilla había un retrato del general Rojas Pinilla, nos dejamos escurrir un poco antes de entrar, el doble era otra de vaqueros: Shane el desconocido, adentro se estaba bien porque era calientico y de oscuridad pasable y contentos, contentísimos, tanteamos un puesto entre las primeras filas del lado izquierdo y allí comenzamos a ver cine, sólo que cuando me acostumbré a la oscuridad me voltiaba a mirar para atrás, y vi que el teatro estaba casi vacío, arriba habría unas quince personas pero abajo sólo estábamos nosotros, me dio una no sé qué sensación desagradable, pero la lluvia tamborileaba en el techo y era bueno estar bajo cobijo en un mundo nuevo y de pronto me sentí muy protegido, Angelita tiritaba un poquito pero yo le apretaba un brazo con todas mis fuerzas y le transmitía fácil el calor que yo tenía por dentro, cuando se acabó Shane y siguieron con la otra de una sin siquiera prender las luces fue cuando entraron tres jóvenes diciendo «Buenas tardes, pueblo», y se sentaron en la fila de atrás, cuando se acostumbraron a la oscuridad nos vieron y yo no sé si se dieron cuenta de dónde era que veníamos, pero me parece a mí que comenzaron a decir cosas de la película para que nosotros las oyéramos y nos riéramos, eso fue lo que pensé todo el tiempo, yo voltié una vez muy rápido y los vi, ellos se dieron cuenta sin tener que mirarme, seguían la película con interés, uno de ellos dijo: «Estas son las buenas de vaqueros, las que no me gustan son esas italianas», y a mí me comenzaron a entrar ciertas ganas de decirle que estábamos de acuerdo, que la vida se llevaba mejor si había mutuo entendimiento, sé que Angelita también hubiera querido hablarles, cómo hacíamos, me voltié hacia ellos y con mucha habilidad pedí el primer cigarrillo de mi vida, donde no se den cuenta que éramos del Norte me dicen no joda, compre, pero sabían con quién estaban hablando y me lo dieron y no sólo eso sino que me dijeron: «¿La pelada fuma?», sí, por favor, dijo Angelita, que tampoco había fumado nunca, yo me atranqué y tosí dos veces, es que tengo la garganta irritada con tanta llovedera, dije, Angelita en cambio fumó su cigarrillo en silencio, serena, cuando yo terminé todavía fumaba, yo esperé a que terminara y botara el cigarrillo para acercármele y pegarle mi cabeza en su hombro, no me gustó el olor a tabaco que despedía Angelita, mejor dicho me repugnó a tal grado que me le separé de una y alarmado, me puse a olerme todo, el aliento, las manos, para ver si olía a lo mismo pero no, la que olía era ella, no vuelvo a fumar más me dije, y cuando se terminó la película, la puerta que se cierra en toda la mitad del cinema Scope y prendieron las luces, yo me voltié y los vi: había uno lleno de granos y otro mueco, el tercero sí tenía la piel lisa y la dentadura completa, era moreno y cuajado, hasta buen mozo, se quedó mirándome y me preguntó: «¿Ustedes son del Norte, verdad?», sí, por qué, le respondí yo, «Se les nota nomás», dijo el granujiento y yo me reí, Angelita fue la que dijo pero nos gusta más ver cine por acá, y ellos se rieron y nos ofrecieron cigarrillos, yo dije que no gracias, pero Angelita dijo que sí, dejó que muy tranquila se lo encendieran y se puso a fumarlo con cara de experta, cuando salimos del teatro éramos casi amigos, ya no llovía y la gente estaba en la calle salvando charcos, al mueco le decían Indio, al buen mozo Mico y al granoso Marucaco, nunca nos conversaron de política, ni que viéramos en qué estado estaban las calles de su barrio, ni que los niños jugaban en las aguas negras, nada, sólo un chiste, cuando nos vieron resentidos por el olor del ambiente: «A esto por acá le llaman buenos aires», lo que nos contaban eran cosas de las fiestas de ellos, del Santa Librada donde estudiaban, de Salsa, una música que no me gusta, y usaban palabras que todavía no entiendo y Angelita escuchaba con atención, los ojos le brillaban, cuando llegamos a la 25 se querían despedir pero no los dejamos, Angelita les pidió que no, que por qué no caminábamos un rato, a mí me pareció bien, por qué no caminamos hasta el Centro, les dije, les parece muy lejos, ¿o qué?, no, a ellos les pareció perfecto, era viernes y no tenían nada que hacer, Marucaco me preguntó que adónde había comprado esos zapatos y yo le dije, frotándolos contra el pantalón, son Florsheim, me los trajeron de Estados Unidos, y Marucaco se quedó callado, nos reímos todo el tiempo de las cosas que nos contaban, eran simpatiquísimos, ahora en el San Juan Berchmans yo iba a portarme distinto a todos los alumnos luego de tener esta experiencia, de verlos a ellos tan distintos, digo, tan felices, los tres con camisas de etamina. «Son lo último para tirar boletería», decían, yo les hablé de Herman Melville y de libros bien famosos, pero ¿cómo hacía si ellos nunca habían oído hablar de eso?, se hacían los interesados, me escucharon con atención como quien desea aprender, pero qué va, se distraían completamente cuando uno cantaba un pedazo de esa música que no me gusta y otro que le hacía coro, al final teníamos que esperarlos porque se quedaban atrás, Marucaco y el Indio cantando y el Mico bailando que era el que mejor bailaba porque los vi bailar a todos, porque me consta, en el Centro los invité a tomarse un refresco y ellos quedaron agradecidísimos, dijeron que si nos parecía nos acompañaban hasta la casa y a mí me pareció bien, se les veía que estaban igual de interesados que nosotros, ya que nosotros nos metimos en su mundo ellos se iban a meter en el nuestro, por qué no, todo se puede lograr si hay mutuo entendimiento, les dije, uno puede vivir en paz, ellos me oyeron pero no me dijeron nada, y yo quedé un poco desconcertado ante ese silencio, caminamos por la orilla del río y Angelita se quedó atrás cogiendo hojas, ayudada por el Mico mientras yo conversaba con Marucaco y el Indio de lo aburrido que yo estaba estudiando bachillerato; pero el Indio me dijo que en cambio ellos la pasaban «Soda, diga si no viejo Marucaco que la pasamos chévere», y Marucaco dijo que sí, que «Muy soda, debe ser porque usted estudia con los curas», me dijo, y yo voltié a ver qué era lo que hacía Angelita, estaba viendo con el Mico una hoja rara que me mostró después aunque estuvieron conversando mucho rato porque el Mico se interesaba mucho por la Botánica, no es que supiera, no es que supiera nada de Botánica sino que se interesaba por lo que decía Angelita, caminamos y más adelante los invité a cono y ellos de nuevo quedaron muy agradecidos, al rato todos estaban muy interesados en la Botánica, caminaban al lado de Angelita escuchándola con cuidado, de vez en cuando hacían chistes y Angelita se reía con esa risa linda, limpia, comprendo yo que ellos estuvieron maravillados con su belleza porque cuándo iban a poder ver una muchacha así en su barrio, y por eso yo también estaba algo contento, ya casi llegando al Charco del Burro ella se les adelantó un poquito y me cogió la mano, serían las ocho de la noche, el cielo se había despejado y con inquietud vi la luna llena, además de los buses que pasan sin ver no había nadie por allí, Angelita ya no se preocupaba de llegar tarde a la casa, sus papás se la pasaban peliando todo el día y ya no les importaba ella, nosotros caminamos cogidos de la mano, adelante entre la oscuridad resaltaba la blancura de un aviso que decía: 10 AÑOS DE ARTE COLOMBIANO, hacia allá caminábamos nosotros, hacia la montaña porque nos gusta el pasto, el monte, eso fue lo que yo le dije al Indio y al Mico y a Marucaco, que nos gustaba quedarnos aquí las tardes y ver pasar la gente, y ellos se reían, el granoso tenía una risa linda, yo puedo descubrir la belleza donde me la pongan, que nos gustaba oír las chicharras por la mañana, ahora que no pasaba gente que viéramos la luna, ellos decían que sí a todo lo que nosotros proponíamos, así me gusta, de pie hicimos un círculo, el llamado para el diablo, todos frente a frente, yo sé bien cómo actúa la luna en Angelita, comenzó a apretarme la mano y yo podía sentir palpar el latido de sus venas, el torrente que tenía adentro, me estrujaba la mano, quería pegarse a mi cuerpo, yo la sentía caliente, pero el cielo sólo sabe qué era lo que realmente estaba sintiendo, hubiera tratado de hablarme, se quitó las sandalias que tenía todas embarradas, qué barro bien inmundo, se puso a sentir la hierba, movía un pie en círculo continuamente, luego en torno a una de mis piernas, había noches en las que le daba por bajar y subir los hombros sin ningún ritmo, luego comenzó a decir cosas que para ellos sonarían incoherentes y a gemir por debajito, digo que sólo yo la oía y eso que tenía que pegármele bastante, fue que me comenzó a entrar un poco de vergüenza con ellos que ya estaban viendo todo lo que pasaba y qué podían decir, qué podían pensar, inútil fue que el Mico se adelantara y le preguntara algo sobre la Adormidera, Mimosa pudica, confundido, fustigado ante esa anormalidad que estaba sucediendo frente a él, porque ella no le oyó o no quiso contestarle, ella lanzó un bufido y me enchapotió la boca en mi cuello, qué luna la que tenía adentro, cuando anunciaron que los gringos habían conquistado la luna ella se estuvo riendo y que no creía, olvídate, allá no sube nadie, las luces de los carros me encandelillaron, luego Angelita comenzó a quejarse como si suplicara, pero digo que esto sólo lo oía yo, ellos han debido suponer nada más que estaba cansada y que me quería con toda el alma, entonces no sé quién, Marucaco, con los granos empustulados ante la luna dijo, muy tieso, mirándome: «Qué novia tan linda la que tiene usted», yo no le dije nada, tal vez por eso fue que él tuvo que mirar a sus amigos, y les dijo: «Diga si no viejo Indio, dígalo viejo Miquín, qué pelada tan linda la que tiene este man», «Muy chévere», dijo el Indio, y el Mico se quedó callado, miraba a Angelita como con una cara de sufrimiento, como si no comprendiera el mundo, comenzó a arrastrar los zapatos en la hierba, penosamente me pareció a mí, y después dijo: «Mejor vámonos», y yo le dije no quieren acompañarnos hasta la casa ¿o qué?, «¿Es muy lejos?», preguntó el Mico, no, apenas cuatro cuadras, qué les pasa, ya están cansados o qué, en son de burla, «¿Los acompañamos?», le preguntó a sus amigos, con la misma cara de angustia, ellos dijeron: «Acompañémolos», yo logré que Angelita se pusiera las sandalias y caminamos todo el tiempo de nuca a la luna, así que ella se iba poniendo peor, yo consideré prudente dejar el río, subirnos por una de las calles laterales hasta Santa Teresita, subimos, ellos se la pasaron mirando las casas, los carros ante las casas, el alumbrado público, caminaban detrás de nosotros pero después el Mico se adelantó y caminó junto a Angelita, insistió en el tema del Herbario, ella lo miró y se le rio en la cara y se pegó más a mí y yo le sobé su cabecita, comprendiéndola, ahora es que sé la soledad en que estaba, lo que yo significaba para ella y soy humilde cuando lo digo, acercó su boca a mi oreja y me dijo decíles que se vayan, aquellas palabras han debido llegar a ellos como resuello, pero aun así yo temí que fueran a interpretar mal la situación pero cómo hacía, estaba sintiendo un apremiante, desagradable deseo de llegar rápido a mi casa, Angelita se me ponía muy mal, quería seguirles conversando para que la situación no se volviera tensa, qué absurdo estar acompañados en ese momento, cuando no somos más que nosotros, cuando no podemos comunicar nada, ella me decía en susurros toda la historia de su angustia, lo desgraciada que eternamente era, desde chiquita había reconocido un malestar, una tarde en la finca (lloviendo) había creído comprender el acto de su vida, una ciénaga, y yo no sé, yo puede que me niegue a comprender esto, porque desde que la conocí yo alcancé cierta tranquilidad, cierta armonía, ella me decía cosas del mar, y yo cómo hacía para decirle que en el nombre del cielo se callara, que no quería que sus palabras se entendieran más allá de mí, ella tampoco lo quería y entonces era por eso que se me pegaba, ver a alguien así pegado a otro es como para sentirse la persona más sola del mundo, yo no es que me niegue a comprenderlos, ellos ya no miraban más estas casas de ricos, nos miraban era a nosotros, Angelita se me quejaba a mi cuerpo y yo trataba de caminar derecho, de avanzar, y me era difícil, faltaban dos cuadras para llegar a mi casa, me aterró voltiar a verle la cara al Mico: era un hombre perdido en un delirio sin nombre, sé que no lograba enfocar bien las imágenes, pero su vista se bastaba en Angelita, estiró una mano y avanzó hacia ella, yo me detuve, yo habría dejado que la tocara, cuestión de mutuo entendimiento, Angelita se quedó mirándolo sin ningún interés, todo el cuerpo del Mico comenzó a temblar con espasmos como de fiebre, sé que tenía el infierno adentro, ¿a qué olerá el beso de un hombre que tiene el infierno adentro?, eso es lo que yo digo, el Mico se le lanzó, la agarró de la boca y posó su boca en su boca como si fuera lo último que haría en la vida, recuerdo un horripilante chillido, un manoteo como de gallina clueca, Angelita logró zafársele y se puso a dar berridos de asco y de pena, de lo insoportable que fue su aliento, el Mico se comenzó a doblar como quien pide clemencia, Angelita se limpió la boca con un brazo, raspó hasta la última humedad intentando quitarse de sí ese olor, esa ofensa (si vomita ya es pura exageración, pensé), y entonces vino hacia mí, por qué no, digo, si yo no era sabio pero sí limpio, si era bello, si se embelesaba con mis besos, yo estaba a cuatro pasos de ella y ella venía hacia mí, nos íbamos a ir, se acabó la amistad, hicimos todo lo posible pero no se pudo, el Mico quedó atrás, vedado para el mundo, recluido en azufre, en gelatina y empanada mal digerida, ¿fue que no pudo soportarlo?, entonces fue que se negó, me parece a mí haber perdido un movimiento, mi memoria falla, sólo tengo conciencia de él detrás de ella sin saberlo y él con el cuchillo la navaja automática en la mano, sólo se la hundió una vez y yo le vi la cara, y luego se metieron el Indio y Marucaco, dónde mierda era que guardaban los cuchillos, también la acuchillaron. Angelita forzó el cuello para tratar de verme. ¿Adónde era que estaba yo?, ¿qué era lo que hacía? Eso es lo que pienso, pero antes cayó al suelo y allí quedó, y yo quedé allí parado frente a ellos, frente a frente, para huir tuve que pasar patiar por encima de su cuerpo. Borges que decía: «Ningún hombre deja de ser cobarde hasta que no demuestre lo contrario», pero eso es literatura, creo que me persiguieron, yo huía hecho una furia, crucé el alambre de púas, abrí la puerta de mi casa, atravesé corredores y en la cocina me detuve y miré, olfatié con astucia, la sirvienta sintió a alguien, salió y ha tenido que adivinar mis intenciones viendo mi cara, primero quiso huir pero la huida era inútil yo había cerrado la puerta del fondo, entonces se armó de una olla en una mano y un cuchillo en la otra y arremetió contra mí y yo arremetí contra ella, pero yo fui quien quedó de pie, le patié muchas veces la barriga, ella trataba de alcanzarme con el cuchillo, en una de esas me hizo una cortada en el brazo izquierdo y gritaba, yo le rompí la cara, la estrellé contra el azulejo, cuando tuvo que soltar el cuchillo la acuchillé una y mil veces porque yo también tengo mi furia (no tener ninguna dama bella, enferma antes de tiempo para yo adelantarme a la muerte y matarla como Edgar Allan, tener que matar a una vil sirvienta para darle cumplimiento a mi destino fatal), mi madre estaba dormida, yo saqué una sábana limpia, en ella envolví el cuerpo de la sirvienta que pesaba de tanto pasársela comiendo todo el día, antes de que se secara la sangre limpié con Fab y fregué y dejé todo inmaculado, le di esponjilla al cuchillo y a la olla, dejé todo en su sitio, la enterré debajo del mango más viejo, cuando fui al cuarto de mi madre ella ya estaba despierta, me reclamó a su lado, le dije he venido a hacerte compañía, no salgo más, fui al cuarto de la sirvienta y le traje todos sus vestidos, toda esa noche me la pasé condenando puertas y ventanas, enmallando las ventanas y cubriendo la malla con papelillo rojo, para que cuando yo me mueva, corra por los corredores, la gente que se asoma vea sólo resplandores rojos, al otro día me levanté temprano a prepararle el desayuno a mi madre, el café lo supe hacer pero no los pericos, tuve que darle sólo café con pan, al mediodía intenté hacer el almuerzo pero no pude, la basura se está amontonando porque si intento barrer me da una alergia horrible, estornudo todo el día, afortunadamente tenemos enlatados, mi mamá dice que no importa, que le gustan las sardinas en lata, yo procuro arreglárselas lo mejor posible, unas veces con mayonesa, con pan rociado, mostaza o mantequilla, siempre distintas, ayer por la mañana intenté hacer arroz pero se me incendió la olla, ya hay cuartos en los que no se puede entrar porque el olor de la basura me enferma, el inodoro se descompuso, he destinado uno de los cuartos del fondo para excrementos, pero aún está limpio mi puesto ante la ventana, barrer y trapiar dos metros cuadrados todos los días no es ningún problema, me he conseguido unos binóculos viejos, y con ellos miro todo el día el mundo de afuera, a Angelita la encontró un barrendero al otro día, tal como yo la dejé, y su foto salió en la primera página de todos los periódicos, todos nuestros amigos fueron al entierro, todo el Sagrado Corazón, todo el Liceo Belalcázar, todo el San Juan Berchmans, todo el mundo supo que habían sido los del Sureste y cogieron a muchos del Sureste y no sé si los mataron, en todo caso los deben haber golpiado feo, y que dijeran quién había sido, pero quién iba a poder decir, quién iba a saber, de todos modos la nación se vistió de luto, hay que ver que su papá, don Luis Carlos Rodante, es uno de los más poderosos azucareros del Valle del Cauca y el más grande sembrador de ají en Colombia. «El Rey del Ají» enloquecido de dolor exhortó al ejército, policía civil y policía militar, fuerzas especiales y a la sociedad en general a ponerse a la búsqueda de los asesinos de su hija, pero todo intento de esclarecimiento resultó vano, en el colmo de la desesperación viajó a Bogotá y se entrevistó con el Presidente de la República acordando conceder una recompensa de quinientos mil pesos a quien dé informes del culpable o los culpables, no importa que el informante haya tenido relación directa o indirecta con el asesinato, esto fue lo que se informó por radio, prensa y personalmente el Presidente por la televisión el día 16 de mayo de los corrientes, entonces les empezó su infierno: los tres recibieron la noticia el mismo día a las siete de la noche, como la familia del Mico acababa de comprar televisión, le tocó ver y oír la noticia de la fabulosa recompensa, ¿puede alguien imaginar todo lo que pasó por su cabeza?, de primero, claro, lo que podían comprar con quinientos mil pesos, ¿adónde se irían una vez que delataran, podrían vivir en paz, ricos?, en esto pensaron un día y medio sin salir a la calle, retorciéndose en la cama, sin comer, al mediodía del 18 la opresión se hizo insoportable, el Mico comprendió que si no denunciaba rápido lo iban a denunciar a él, se maldijo por no decidirse rápido, fue él el que comenzó a matarla, ¿no?, arrepentimiento lo que se dice arrepentimiento no había sentido nunca, había tirado el aliento una y otra vez sobre el rostro de su madre y ella le había dicho que no, que no olía feo, viendo mal, desenfocando todo se puso la camisa de etamina y salió a la calle, el sitio de delación era el Permanente Norte, en la Primera con 21, preguntar por el coronel Patiño que ha estado en guardia las veinticuatro, las cuarenta y ocho horas, el Mico cogió el bus Papagayo y trató de no pensar en nada, iba pensando en sus amigos, en lo que habían aprendido juntos, no he aprendido nada, se dijo, todo hombre tiene su precio, son capaces de delatarme, se imaginó un estado de cosas en donde la gente fuera invulnerable al dinero, en donde la gente no tuviera dinero para derrochar, para ofrecer semejante recompensa para que la gente buena pierda por ella su valor, su dignidad, qué calor el que hacía, menos mal que en el bus no iba recibiendo viento, ¿qué se podría comprar en este mundo con quinientos mil pesos?, compraría el mundo entero, pensó, él no quería morir linchado, iban a denunciarlo y entregarlo a la gente del Norte, se bajó en la Primera y corrió hacia el Permanente, hacia allá también corrían el Indio y Marucaco, todo ese tiempo habían llevado el mismo itinerario, fue cuando se vieron allí corriendo que en lugar de chocar se abrazaron, habían estudiado juntos desde primaria en el Marco Fidel Suárez, todos habían experimentado la misma ansiedad por terminar quinto y pasar a Santa Librada que no era sino cruzar la calle, habían aprendido a nadar en Pance, aunque el Indio casi que se ahoga en una crecida y siempre fue flojo para el agua, una vez se agarraron los tres por una hembrita llamada Teresa que al final resultó casándose con Armando Toro, un man que estudia dibujo arquitectónico en el Sena, el otro día se la encontraron y hablaron de los viejos tiempos (¿cuáles viejos tiempos?), que se guardaran los quinientos mil pesos, que se los metieran por donde les cupiera, esa noche se pegaron la borrachera más tiesa de sus vidas y allí en esa borrachera fue que decidieron ir hasta mi casa (que ya conocían) y matarme a mí también, yo que me la paso viendo todo el día con binóculos los vi venir, cruzaron el alambre de púas en una de tantas mañanas luminosas y entraron en mi propiedad, yo corrí a esconderme incapaz de luchar, encontraron una ventana fácil de romper, cortaron la malla y el papelito rojo, me encontraron rápido entre tanta basura, yo traté de recordarles que algún día, en algún tiempo, había florecido nuestra amistad porque aportamos mutuo entendimiento (sé que el Mico vaciló), les dije: «Igual que ustedes yo también he pensado mucho en la muerte en todos estos días, entonces concédanme la gracia de decidir yo mismo el momento, pues estoy dispuesto a trabajar por la felicidad y entiendo la muerte como la consecuencia del advenimiento de la felicidad», mi error fue utilizar términos complicados porque creyeron que estaba hablando era literatura, en ellos no existía la clemencia, raza de perdedores, siendo tan jóvenes me mataron con unos pocos golpes dados inclusive sin furia, no hace falta golpiar mucho ni muy fuerte para que caiga este pobre cuerpo, Marucaco se llevó un radio transistor, fue lo único que robaron, mi madre ni se enteró, debe haber creído que yo decidí dejarla, sé que todavía quedaban latas de sardinas, de modo que se pare y las busque, pero es que ella me llama y me llama y yo así no encuentro la paz nunca, esa noche ellos volvieron a emborracharse y el Mico consiguió novia, el otro año salen graduados nítidos, cada vez que aquí en Cali hay tropeles ellos meten es de una, en cuántos tropeles habrán estado juntos, en los últimos meses se han aficionado al cine y no se pierden ninguna de Charles Bronson.


Fue así como el crimen de Angelita Rodante quedó en el más completo misterio.


1972

Angelitos empantanados (o historias para jovencitos), 2013.

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