Canta, oh diosa, no sólo la cólera de
Aquiles sino cómo al principio creó Dios los cielos y la tierra y cómo luego,
durante más de mil noches, alguien contó la historia abreviada del hombre, y
así supimos que a mitad del andar de la vida, uno despertó una mañana
convertido en un enorme insecto, otro probó una magdalena y recuperó de golpe
el paraíso de la infancia, otro dudó ante la calavera, otro se proclamó
melibeo, otro lloró las prendas mal halladas, otro quedó ciego tras las
nupcias, otro soñó despierto y otro nació y murió en un lugar de cuyo nombre no
me acuerdo. Y canta, oh diosa, con tu canto general, a la ballena blanca, a la
noche oscura, al arpa en el rincón, a los cráneos privilegiados, al olmo seco,
a la dulce Rita de los Andes, a las ilusiones perdidas, y al verde viento y a
las sirenas y a mí mismo.
martes, 30 de diciembre de 2014
lunes, 15 de diciembre de 2014
El artista. Oscar Wilde. Microrrelato.
Una tarde le vino al alma el deseo de
dar forma a una imagen del “Placer que se posa un instante”. Y se fue por el
mundo a buscar bronce, pues sólo el bronce podía concebir su obra.
Pero había desaparecido el bronce del mundo entero; en parte alguna del mundo entero podía encontrarse bronce, salvo el bronce solo de la imagen del “Dolor que dura para siempre”.
Era él quien había forjado esta imagen con sus propias manos, y la había puesto sobre la tumba de lo único que había amado en la vida. Sobre la tumba de lo que más había amado en la vida y había muerto había puesto esta imagen hechura suya, como prenda y señal del amor humano que no muere nunca, y como símbolo del dolor humano que dura para siempre. Y en el mundo entero no había más bronce que el bronce de esta imagen.
Y tomó la imagen que había formado y la puso en un gran horno y se la entregó al fuego.
Y con el bronce de la imagen del “Dolor que dura para siempre” esculpió una imagen del “Placer que se posa un instante”.
Pero había desaparecido el bronce del mundo entero; en parte alguna del mundo entero podía encontrarse bronce, salvo el bronce solo de la imagen del “Dolor que dura para siempre”.
Era él quien había forjado esta imagen con sus propias manos, y la había puesto sobre la tumba de lo único que había amado en la vida. Sobre la tumba de lo que más había amado en la vida y había muerto había puesto esta imagen hechura suya, como prenda y señal del amor humano que no muere nunca, y como símbolo del dolor humano que dura para siempre. Y en el mundo entero no había más bronce que el bronce de esta imagen.
Y tomó la imagen que había formado y la puso en un gran horno y se la entregó al fuego.
Y con el bronce de la imagen del “Dolor que dura para siempre” esculpió una imagen del “Placer que se posa un instante”.
jueves, 4 de diciembre de 2014
Tragedia. Vicente Huidobro. Microrrelato.
María Olga es una mujer encantadora.
Especialmente la parte que se llama Olga.
Se casó con un mocetón grande y fornido, un poco torpe, lleno de ideas honoríficas, reglamentadas como árboles de paseo.
Pero la parte que ella casó era su parte que se llamaba María. Su parte Olga permanecía soltera y luego tomó un amante que vivía en adoración ante sus ojos.
Ella no podía comprender que su marido se enfureciera y le reprochara infidelidad. María era fiel, perfectamente fiel. ¿Qué tenía él que meterse con Olga? Ella no comprendía que él no comprendiera. María cumplía con su deber, la parte Olga adoraba a su amante.
¿Era ella culpable de tener un nombre doble y de las consecuencias que esto puede traer consigo?
Así, cuando el marido cogió el revólver, ella abrió los ojos enormes, no asustados sino llenos de asombro, por no poder entender un gesto tan absurdo.
Pero sucedió que el marido se equivocó y mató a María, a la parte suya, en vez de matar a la otra. Olga continuó viviendo en brazos de su amante, y creo que aún sigue feliz, muy feliz, sintiendo sólo que es un poco zurda.
Se casó con un mocetón grande y fornido, un poco torpe, lleno de ideas honoríficas, reglamentadas como árboles de paseo.
Pero la parte que ella casó era su parte que se llamaba María. Su parte Olga permanecía soltera y luego tomó un amante que vivía en adoración ante sus ojos.
Ella no podía comprender que su marido se enfureciera y le reprochara infidelidad. María era fiel, perfectamente fiel. ¿Qué tenía él que meterse con Olga? Ella no comprendía que él no comprendiera. María cumplía con su deber, la parte Olga adoraba a su amante.
¿Era ella culpable de tener un nombre doble y de las consecuencias que esto puede traer consigo?
Así, cuando el marido cogió el revólver, ella abrió los ojos enormes, no asustados sino llenos de asombro, por no poder entender un gesto tan absurdo.
Pero sucedió que el marido se equivocó y mató a María, a la parte suya, en vez de matar a la otra. Olga continuó viviendo en brazos de su amante, y creo que aún sigue feliz, muy feliz, sintiendo sólo que es un poco zurda.
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