En la segunda parte del siglo XX, la creciente defensa de los derechos de los animales afectó gravemente al circo tradicional. En 1982 el pequeño circo Fallon, de los Estados Unidos, fue acusado de hambrear y martirizar a sus animales, a los que se exhibía en jaulas tan sucias como estrechas y se azotaba sin piedad en cada función, para diversión y escándalo de los espectadores. El fiscal levantó la acusación cuando se comprobó que los damnificados eran en todos los casos actores disfrazados.
miércoles, 22 de noviembre de 2023
martes, 21 de noviembre de 2023
La época de los poetas menores se acerca. Charles Simic.
La época de los poetas menores se acerca. Adiós Whitman, Dickinson,
Frost. Bienvenido tú, cuya fama no irá más allá de tu familia más
cercana y de quizás uno o dos buenos amigos reunidos después de la
cena alrededor de una jarra de intenso vino tinto… mientras los
niños se quedan dormidos, quejándose del ruido que haces al buscar
en el armario tus viejos poemas, temeroso de que tu mujer los haya
tirado en la última limpieza de primavera. Está nevando, dice
alguien que se ha asomado a la oscuridad de la noche, y que se vuelve
hacia ti cuando te preparas para leer, solemne y enrojecido, el largo
poema de amor cuya estrofa final (que no conoces) está
irremediablemente perdida.
A la manera de
Aleksander Ristovic
El mundo no se acaba, 1990.
domingo, 19 de noviembre de 2023
La naturaleza. Luis Cernuda.
Le gustaba al niño ir
siguiendo paciente, día tras día, el brotar oscuro de las plantas y
de sus flores. La aparición de una hoja, plegada aún y apenas
visible su verde traslúcido junto al tallo donde ayer no estaba, le
llenaba de asombro, y con ojos atentos, durante largo rato, quería
sorprender su movimiento, su crecimiento invisible, tal otros quieren
sorprender, en el vuelo, cómo mueve las alas el pájaro.
Tomar
un renuevo tierno de la planta adulta y sembrarlo aparte, con mano
que él deseaba de aire blando y suave, los cuidados que entonces
requería, mantenerlo a la sombra los primeros días, regar su sed
inexperta a la mañana y al atardecer en tiempo caluroso, le
embebecían de esperanza desinteresada.
Qué
alegría cuando veía las hojas romper al fin, y su color tierno, que
a fuerza de transparencia casi parecía luminoso, acusando en relieve
las venas, oscurecerse poco a poco con la savia más fuerte. Sentía
como si él mismo hubiese obrado el milagro de dar vida, de despertar
sobre la tierra fundamental, tal un dios, la forma antes dormida en
el sueño de lo inexistente.
Ocnos, 1942.
sábado, 18 de noviembre de 2023
Me levanto. Carla Martínez.
Son las siete de la mañana, me
levanto, enciendo el agua caliente de la ducha y me desnudo. En el
espejo, no puedo evitar ver mi reflejo, el cual miro detenidamente,
preocupándome en cada lugar de mi cuerpo... Lo dejo correr. Mirando
el reloj de sobre la mesilla de noche me doy cuenta que es demasiado
tarde. Me ducho, me seco el pelo y, tan rápido como puedo, me visto.
Me pondría unos pantalones cómodos, pero me tengo que poner el
incómodo uniforme <<femenino>> de la cafetería. Vuelvo
a mirar el reloj, apresuradamente me dirijo al baño y saco el
estuche morado del estante. Me maquillo, y no porque yo quiera, <<me
lo recomienda>> mi gerente, está claro...
Cojo
las llaves y salgo corriendo de casa. El café está a cuatro calles
de la Rambla, así que tengo bastante con cinco minutos para llegar.
Esperando en el paso de cebra, noto encima un vistazo penetrante y
vicioso que intenta desnudarme con la mirada. Se apodera de mí un
escalofrío de repulsión, pero lo ignoro. Al llegar al trabajo el
primero que me encuentro es mi compañero, el cual, al ver el enojo
de mi rostro, me dice: <<tienes la regla, ¿no?>>. Lo
ignoro.
Después
de un largo día sirviendo, por fin puedo sacarme el uniforme y irme
a casa. Abro la puerta del café para salir, pero una mano que me
coge del brazo me lo impide. El gerente, de un tirón suave, me hace
entrar en el local otro vez. Ya casi es oscuro. Le insisto que tengo
que irme a casa, pero no me deja salir. Me dice que tiene que hablar
conmigo, pero yo sé perfectamente que no se trata de esto...
Son
las siete de la mañana, me levanto, lloro.
miércoles, 15 de noviembre de 2023
Fragmento 58. Libro del desasosiego. Fernando Pessoa.
El ambiente es el alma de las
cosas. Cada cosa tiene una expresión propia y esa expresión le
viene de fuera.
Cada
cosa es la intersección de tres líneas, y esas tres líneas forman
esa cosa; una cantidad de materia, el modo como interpretamos y el
ambiente en que está. Esta mesa, en la que estoy escribiendo, es un
pedazo de madera, es una mesa, y es un mueble entre otros de este
cuarto. Mi impresión de esta mesa, si quisiera transcribirla, tendrá
que estar compuesta en las nociones de que es madera, de que yo le
llamo a eso una mesa y le atribuyo ciertos usos y fines, y de que en
ella se reflejan, en ella se insertan, y la transforman, los objetos
en cuya yuxtaposición tiene alma exterior, [con] lo que tiene puesto
encima. Y el propio color que le ha sido dado, el desteñimiento de
ese color, las manchas y rotos que tiene, todo eso, fijémonos, le ha
venido de fuera, y eso es lo que, más que su esencia de madera, le
proporciona el alma. Y lo íntimo de esa alma, que es el ser mesa,
también le ha sido dado desde fuera, que es la personalidad.
Creo,
pues, que no hay error humano, ni literario, en atribuir alma a las
cosas que llamamos inanimadas. Ser una cosa es ser objeto de una
atribución. Puede ser falso decir que un árbol siente, que un río
“corre”, que un ocaso es triste o el mar está tranquilo (azul
por el cielo que no tiene), es sonriente (por el sol que está fuera
de él). Pero igual error es atribuir belleza a algo. Igual error es
atribuir color, forma, por ventura hasta ser, a algo. Este mar es
agua salada. Este ocaso es empezar a faltar la luz del sol en esta
latitud y longitud. Este niño, que juega delante de mí, es una
acumulación intelectual de células, pero es una relojería de
movimientos subatómicos, extraño conglomerado eléctrico de
millones de sistemas solares en miniatura mínima.
Todo
viene de fuera y la misma alma humana no es por ventura más que el
rayo de sol que brilla y aísla del suelo donde yace el montón de
estiércol que es el cuerpo.
En
estas consideraciones hay por ventura toda una filosofía, para quien
pudiese tener la fuerza de sacar conclusiones. No la tengo yo, me
surgen atentos pensamientos vagos, con posibilidades lógicas, y todo
se me esfuma en una visión de un rayo de sol que dora un estiércol
como paja oscura húmedamente aplastada, en el suelo casi negro, al
pie de un muro de pedrejones.
Así
soy. Cuando quiero pensar, veo. Cuando quiero bajar a mi alma, me
quedo parado de repente, olvidado, al comienzo de la espiral de la
escalera profunda, viendo por la ventana del piso alto el sol que
moja de despedida fulva la aglomeración difusa de los tejados.
Libro del desasosiego, 1982.
lunes, 13 de noviembre de 2023
Lluvia de fuego. Asun Gárate Iguarán.
Tras años de calma, otra vez. Apresurarse los hombres y mujeres de mediana edad. Llenar bolsas con comida, ropa, mantas, libros de oraciones y fotografías de los abuelos. Dejar todo lo demás. Tapiar las ventanas, atrancar las puertas por fuera. Cargar los bebés en brazos, los niños sobre las espaldas, situar a los jóvenes en cabeza. Huir hacia las montañas. Esperar siete días y siete noches, como siempre. Después, volver. Buscar entre los escombros de cada casa. Encontrarlos por algo que no ardió: botones, hebillas, la montura de las gafas, el puño del bastón, la dentadura. Recoger sus cenizas. Reconstruir el pueblo entero. La iglesia, más grande, más alta. Rezar a ese Dios iracundo. Ofrendar las cenizas. Reprimir la tentación de la duda.
(La Microbiblioteca)
domingo, 12 de noviembre de 2023
El comadrón. Emilia Pardo Bazán.
Era la noche más espantosa de todo el
invierno. Silbaba el viento huracanado, tronchando el seco ramaje;
desatábase la lluvia, y el granizo bombardeaba los vidrios. Así es
que el comadrón, hundiéndose con delicia en la mullida cama, dijo
confidencialmente a su esposa:
-Hoy
me dejarán en paz. Dormiré sosegado hasta las nueve. ¿A qué loca
se le va a ocurrir dar a luz con este tiempo tan fatal?
Desmintiendo
los augurios del facultativo, hacia las cinco el viento amainó, se
interrumpió el eterno «flac» de la lluvia, y un aura serena y
dulce pareció entrar al través de los vidrios, con las primeras
azuladas claridades del amanecer. Al mismo tiempo retumbaron en la
puerta apresurados aldabonazos, los perros ladraron con frenesí, y
el comadrón, refunfuñando, se incorporó en el lecho aquel, tan
caliente y tan fofo. ¡Vamos, milagro que un día le permitiesen
vivir tranquilo! Y de seguro el lance ocurriría en el campo, lejos;
habría que pisar barro y marcar niebla... A ver, medidas de abrigo,
botas fuertes... ¡Condenada especie humana, y qué manía de no
acabarse, qué tenacidad en reproducirse!
La
criada, que subía anhelosa, dio las señas del cliente; un caballero
respetable, muy embozado en capa oscura, chorreando agua y dando
prisa. ¡Sin duda el padre de la parturienta! La mujer del comadrón,
alma compasiva murmuró frases de lástima, y apuró a su marido.
Este despachó el café, frío como hielo, se arrolló el tapabocas,
se enfundó en el impermeable, agarró la caja de los instrumentos y
bajó gruñendo y tiritando. El cliente esperaba ya, montado en
blanca yegua. Cabalgó el comadrón su jacucho y emprendieron la
caminata.
Apenas
el sol alumbró claramente, el comadrón miró al desconocido y quedó
subyugado por su aspecto de majestad. Una frente ancha, unos ojos
ardientes e imperiosos, una barba gris que ondeaba sobre el pecho, un
aire indefinible de dignidad y tristeza, hacían imponente a aquel
hombre. Con humildad involuntaria se decidió el comadrón a
preguntar lo de costumbre: si la casa donde iban estaba próxima y si
era primeriza la paciente. En pocas y bien medidas palabras respondió
el desconocido que el castillo distaba mucho; que la mujer era
primeriza, y el trance tan duro y difícil, que no creía posible
salir de él. «Sólo nos importa la criatura», añadió con
energía, como el que da una orden para que se obedezca sin réplica.
Pero el comadrón, persona compasiva y piadosa, formó el propósito
de salvar a la madre, y picó al rocín, deseoso de llegar más
pronto.
Anduvieron
y anduvieron, patrullando las monturas en el barro pegajoso, cruzando
bosques sin hoja, vadeando un río, salvando una montañita y no
parando hasta un valle, donde los grisáceos torreones del castillo
se destacaban con vigoroso y escueto dibujo. El comadrón, poseído
de respeto inexplicable se apeó en el ancho patio de honor, y,
guiado, por el desconocido, entró por una puertecilla lateral,
directamente, a una cámara baja de la torre de Levante, donde, sobre
una cama antigua, rica, yacía una bellísima mujer, descolorida e
inmóvil. Al acercarse, observó el facultativo que aquella
desdichada estaba muerta; y, sin conocerla se entristeció. ¡Es que
era tan hermosa! Las hebras del pelo, tendido y ondeante, parecían
marco dorado alrededor de una efigie de marfil; los labios color de
violeta, flores marchitas; y los ojos entreabiertos y azules, dos
piedras preciosas engastadas en el cerco de oro de las pestañas
densas. La voz del desconocido resonó, firme y categórica:
-No
haga usted caso de ese cadáver. Es preciso salvar a la criatura.
De
mala gana se determinó el comadrón a cumplir los deberes de su
oficio. Le parecía un crimen, aunque fuese con buen fin, lacerar
aquel divino cuerpo. Obedeció, no obstante, porque el desconocido
repetía con acento persuasivo, y terrible, tuteando al médico:
-No
la respetes por hermosa. Está muerta, y nada muerto es hermoso sino
en apariencia y por breves instantes. La realidad ahí es
descomposición y sepulcro. ¡Nunca veneres lo que ha muerto!
¡Inclínate ante la vida!
Y
de pronto, en el instante mismo en que el facultativo se disponía a
emplear el acero, el extraño cliente le cogió la mano, susurrándole
al oído:
-¡Cuidado!
Conviene que sepas lo que haces. Ese seno que vas a abrir encierra no
un ser humano, no una criatura, sino «una verdad». Fíjate bien. Te
lo advierto. ¿Sabes lo que es «una verdad»? Una fiera suelta que
puede acabar con nosotros, y acaso con el mundo. ¿Te atreves, ¡oh
comadrón heroico!, a sacar a luz «una verdad»?
-El
comadrón vaciló; el frío del instrumento que empuñaba se
comunicaba a sus venas y a sus huesos. Castañeteaban sus dientes;
temblaba de cobardía y de egoísmo. «¡Una verdad!» Ni hay tea que
así incendie, ni rayo que así parta, ni torrente que así devaste,
ni peste tan contagiosa. ¿Y quién le había de agradecer que
cooperase al feliz nacimiento de una verdad? ¿Qué mayor delito para
su mujer, sus amigos, su pueblo, su nación tal vez? ¿Qué crimen se
paga tan caro? Quería arrojar el bisturí... Por último, la
conciencia profesional triunfó. ¡El deber, el deber! No se podía
dejar morir al engendro. Y después de una faena angustiosa,
realizada con seguro pulso y mano certera, presentó al desconocido
una criatura extraña y repugnante, una especie de escuerzo, de
trazas ridículas, negruzco, flaco, informe.
-Este
monigote no puede ser «una verdad» -exclamó, respirando a gusto,
el facultativo.
-Porque
es «verdad» te parece fea al nacer -declaró el desconocido, que
miraba con transporte a la criatura-. Cuando las verdades nacen,
horrorizan a los que las contemplan. Hasta que las abrigamos en
nuestro pecho; hasta que les damos el calor de nuestra vida y el jugo
de nuestra sangre; hasta que afirmamos su belleza como si existiese;
hasta que nos cuestan mucho, no son hermosas. Esta, ya lo ves, ha
acabado con su madre... ¡No se lleva impunemente en las entrañas
una verdad! Y ahora la verdad queda huérfana; queda abandonada. Yo
no he de ampararla. Obligaciones estrechas me llaman a otra parte.
Soy el que anuncia, no el que protege y salva. ¿Quieres tú
encargarte de la recién nacida? ¿Tienes valor? ¿Eres digno de
proteger a la verdad?
Cuando
así le interpelan, no hay hombre que no guste de fanfarronear un
poco. En el alma se despierta la viril arrogancia, y responde al
llamamiento como el corcel de batalla al toque penetrante del clarín.
Hace la vanidad oficio de resolución, y por un instante es sincero
el deseo de la gloriosa batalla y el ansia del sacrificio. El
comadrón tendió los brazos, recibió en ellos al raquítico ser, y
declaró gallardamente:
-Ya
tiene padre.
El
desconocido le echó una ojeada especial, seria, escrutadora,
hondísima; ojeada de abismo abierto. ¿Reconvención o alabanza?
¿Duda o fe? Nunca se supo. Lo cierto es que el comadrón envolvió
en paños blancos a la recién nacida; que comió pan y bebió vino,
para reconfortarse; que ensilló otra vez su rocín, y con la
criatura en brazos y tapada y agasajada, emprendió la vuelta.
Declinaba
la tarde; los rayos oblicuos del sol eran como miradas de severos
ojos, nublados por el desengaño y enrojecidos por la indignación
secreta. Las aves callaban, las pocas aves que se ven en los últimos
meses del invierno; pero no tardaría el mochuelo en exhalar su queja
ronca, porque ya se acercaba la mala consejera: la noche.
Y
el comadrón, sin dejar de apurar a su montura, pensaba en la
llegada. ¡Presentarse así, llevando en brazos un crío! ¡Si al
menos fuese un angelito, una monada, una manteca con hoyuelos, una
peloncita rubia y sedosa, dispuesta a encresparse en sortijillas!
¡Pero aquel monstruo! Desvió los paños, contempló a la
criatura... Ya no estaba amoratada. Respiraba bien. Parecía más
fuerte y más grande. Entre sus labios lucían, ¡qué asombro!,
cuatro blancos dientes. ¡Qué robusta nacía la maldita! Y cual si
quisiese demostrar el brío y el ansia vital con que salía al mundo,
la recién nacida buscó el dedo del comadrón y lo mordió. Después
rompió a llorar, con llanto vehemente, ávido, que aturdía.
El
comadrón sintió impaciencia y enojo. ¿De qué manera acallaría el
grito de la verdad, ese grito tan molesto, capaz de atraer a los
malhechores? Tapar la boca... Primero apoyó la palma de la mano;
después furioso, porque seguía el escándalo, envolvió la cabeza
de la criatura en la vuelta del impermeable; y, por último, apretó,
apretó, hasta que lentamente se apagaron los quejidos... Cayó la
noche; llegó el momento de vadear el río; y como la criatura,
silenciosa ya, estorbaba en brazos, el comadrón desenvolvió el
abrigo, cogió el cuerpo, lo balanceó y lo arrojó a la corriente.
sábado, 11 de noviembre de 2023
La metamorfosis. Alberto García Elena.
Al despertar Gregor Samsa una
mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama
convertido en un monstruoso insecto. Al apreciar que tenía alas, no
se lo pensó dos veces y, sin más dilación, se fue al trabajo
volando por la ventana, saltándose los semáforos y la Ronda
Litoral. Sus superiores quedaron tan gratamente sorprendidos por su
puntualidad que fue declarado Trabajador del Mes en un acto solemne
—con la asistencia de toda su familia y de las principales
personalidades de la vida económica y cultural de la ciudad—, en
el transcurso del cual el presidente en persona le colocó el pin de
la impresa en medio del tórax, lo que le causó —después de unas
pequeñas convulsiones sin importancia— la muerte de forma
incontestable y le preparó a la perfección para ser exhibido en una
caja con tapa de cristal que puede ser visitada, como saben ya todos
los coleccionistas, de nueve a cinco de la tarde, de lunes a viernes
y primeros sábados de cada mes, en el vestíbulo principal de la
empresa. Precios reducidos para grupos.
lunes, 6 de noviembre de 2023
Antigua historia. Pablo Neruda.
Ahora abro los ojos y recuerdo:
brilla
y se apaga, eléctrica y oscura,
con
alegrías y padecimientos,
la
historia amarga y mágica de Cuba.
Pasaron
los años como pasan peces
por
el azul del mar y la dulzura,
la
isla vivió la libertad y el baile,
las
palmeras bailaron con la espuma,
eran
un solo pan blancos y negros
porque
Martí amasó su levadura,
la
paz cumplía su destino de oro
y
crepitaba el sol en el azúcar,
mientras
maduros por el sol caía
el
rayo de la miel sobre las frutas:
se
complacía el hombre con su reino
y
la familia con su agricultura,
cuando
llegó del Norte una semilla
amenazante,
codiciosa, injusta
que
como araña propagó sus hilos
y
extendió una metálica estructura
que
hundió clavos sangrientos en la tierra
y
alzó sobre los muertos una cúpula.
Era
el dólar de dientes amarillos,
comandante
de sangre y sepultura.
Canción de gesta, 1960.
domingo, 5 de noviembre de 2023
Casa tomada. Edmundo Paz Soldán.
A Julio Cortázar y Ryan
Adams
Nos
gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las
casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus
materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo
paterno, nuestros padres y toda la infancia.
Nos
habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una
locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse.
Nos habituamos tanto que entramos a los cuarenta años y seguíamos
viviendo en ella y nadie se daba cuenta. Venían algunos hombres a
sacar los muebles de la casa, pasaban a nuestro lado y no nos decían
nada. Irene se ponía muy triste, se acurrucaba en mis faldas y me
pedía que les dijera que la casa no estaba en venta. Yo acariciaba
su pelo y le pedía que se calmara.
La
casa se fue vaciando de muebles. Los primeros días nos pareció
penoso. Tratábamos de recordar cuándo había pasado la casa a
posesión de nuestra familia. Yo bailaba solo por el piso de madera y
ella hacía como que firmaba los papeles de la compra. A partir de
ahora sería sólo nuestra.
Cuando
Irene soñaba en voz alta yo me desvelaba enseguida. Ella me
preguntaba qué había pasado en el auto aquella noche. Nunca pude
habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los
sueños y no de la garganta. ¿Qué pasó en el auto aquella noche?
No lo sé, no recuerdo nada. Por favor, diles que la casa no está en
venta. Yo la abrazaba y le pedía que se calmara. Cálmate, cálmate,
cálmate.
Cuando
volvían las parejas jóvenes y las familias y paseaban por el zaguán
con mayólica y el comedor, la sala con gobelinos, la biblioteca y
los tres dormitorios grandes que quedaban en la parte más retirada,
la que miraba hacia Rodríguez Peña, y por el pasillo con su maciza
puerta de roble, Irene me insistía que les dijera que la casa no
estaba en venta. Yo la besaba y le decía, sonriendo, travieso, que
podíamos disfrazarnos con unas sábanas y asustarlos. Después nos
echábamos en el piso de nuestro dormitorio y ella, mi amor, se
perdía entre mis brazos y besaba mi alma. Luego salíamos a la
calle. Nos tentaba irnos, cerrar bien la puerta de entrada y tirar la
llave a la alcantarilla. Pero no podíamos. Y volvíamos y les
gritábamos a todos que se fueran, que no tomaran la casa, que no
estaba en venta. No nos hacían caso, pobres diablos. Y ella lloraba
y yo le pedía que se calmara.
Billie Ruth, 2012.
sábado, 4 de noviembre de 2023
Niños y empleos V. Antonio Beneyto.
Era rubio y empezaba a salirle
el bigote y por eso y otras cosas un mediodía de mucho calor decidió
abandonar la ciudad.
El
padre al notar la ausencia del hijo que empezaba a salirle el bigote
y que además se preocupaba en leer en los periódicos los artículos
de fondo, las noticias bélicas, y los sucesos, sintió hondo
malestar y enseguida dio parte a la policía. Transcurridas unas
horas la policía le notificó que habían encontrado a su hijo en la
ciudad de los niños ciegos.
-¿Pero
está bien? -quiso asegurarse el padre.
-Sí
-le respondió el policía-, se sacó los ojos y ahora juega con los
otros niños a la gallinita ciega.
Antología del microrrelato español. (1906 - 2011). 2012
miércoles, 1 de noviembre de 2023
Aviso. Luis Bernardo Pérez.
Un aviso fijado a la entrada del viejo puente de piedra informa a los viandantes que están ante un monumento histórico. También advierte a los suicidas potenciales que, con el objeto de preservar la dignidad de la construcción, se abstengan de lanzarse al río desde allí y les recuerda que la ciudad cuenta con otros puentes -más modernos y funcionales- que pueden ser utilizados para el mismo fin.