Al Oeste de Arkham las colinas se yerguen selváticas, y hay valles
con profundos bosques en los cuales no ha resonado nunca el ruido de
un hacha. Hay angostas y oscuras cañadas donde los árboles se
inclinan fantásticamente, y donde discurren estrechos arroyuelos que
nunca han captado el reflejo de la luz del sol. En las laderas menos
agrestes hay casas de labor, antiguas y rocosas, con edificaciones
cubiertas de musgo, rumiando eternamente en los misterios de la Nueva
Inglaterra; pero todas ellas están ahora vacías, con las amplias
chimeneas desmoronándose y las paredes pandeándose debajo de los
techos a la holandesa.
Sus
antiguos moradores se marcharon, y a los extranjeros no les gusta
vivir allí. Los francocanadienses lo han intentado, los italianos lo
han intentado, y los polacos llegaron y se marcharon. Y ello no es
debido a nada que pueda ser oído, o visto, o tocado, sino a causa de
algo puramente imaginario. El lugar no es bueno para la imaginación,
y no aporta sueños tranquilizadores por la noche. Esto debe ser lo
que mantiene a los extranjeros lejos del lugar, ya que el viejo Ammi
Pierce no les ha contado nunca lo que él recuerda de los extraños
días. Ammi, cuya cabeza ha estado un poco desequilibrada durante
años, es el único que sigue allí, y el único que habla de los
extraños días; y se atreve a hacerlo, porque su casa está muy
próxima al campo abierto y a los caminos que rodean a Arkham.
En otra
época había un camino sobre las colinas y a través de los valles,
que corría en línea recta donde ahora hay un marchito erial; pero
la gente dejó de utilizarlo y se abrió un nuevo camino que daba un
rodeo hacia el sur. Entre la selvatiquez del erial pueden encontrarse
aún huellas del antiguo camino, a pesar de que la maleza lo ha
invadido todo. Luego, los oscuros bosques se aclaran y el erial muere
a orillas de unas aguas azules cuya superficie refleja el cielo y
reluce al sol. Y los secretos de los extraños días se funden con
los secretos de las profundidades; se funden con la oculta erudición
del viejo océano, y con todo el misterio de la primitiva tierra.
Cuando
llegué a las colinas y valles para acotar los terrenos destinados a
la nueva alberca, me dijeron que el lugar estaba embrujado. Esto me
dijeron en Arkham, y como se trata de un pueblo muy antiguo lleno de
leyendas de brujas, pensé que lo de embrujado debía ser algo que
las abuelas habían susurrado a los chiquillos a través de los
siglos. El nombre de “marchito erial” me pareció muy raro y
teatral, y me pregunté cómo habría llegado a formar parte de las
tradiciones de un pueblo puritano. Luego vi con mis propios ojos
aquellas cañadas y laderas, y ya no me extrañó que estuvieran
rodeadas de una leyenda de misterio. Las vi por la mañana, pero a
pesar de ello estaban sumidas en la sombra. Los árboles crecían
demasiado juntos, y sus troncos eran demasiado grandes tratándose de
árboles de Nueva Inglaterra. En las oscuras avenidas del bosque
había demasiado silencio, y el suelo estaba demasiado blando con el
húmedo musgo y los restos de infinitos años de descomposición.
En los
espacios abiertos, principalmente a lo largo de la línea del antiguo
camino, había pequeñas casas de labor; a veces, con todas sus
edificaciones en pie, y a veces con sólo un par de ellas, y a veces
con una solitaria chimenea o una derruida bodega. La maleza reinaba
por todas partes, y seres furtivos susurraban en el subsuelo. Sobre
todas las cosas pesaba una rara opresión; un toque grotesco de
irrealidad, como si fallara algún elemento vital de perspectiva o de
claroscuro. No me estuvo raro que los extranjeros no quisieran
permanecer allí, ya que aquélla no era una región que invitara a
dormir en ella. Su aspecto recordaba demasiado el de una región
extraída de un cuento de terror.
Pero
nada de lo que había visto podía compararse, en lo que a desolación
respecta, con el marchito erial. Se encontraba en el fondo de un
espacioso valle; ningún otro nombre hubiera podido aplicársele con
más propiedad, ni ninguna otra cosa se adaptaba tan perfectamente a
un nombre. Era como si un poeta hubiese acuñado la frase después de
haber visto aquella región. Mientras la contemplaba, pensé que era
la consecuencia de un incendio; pero, ¿por qué no había crecido
nunca nada sobre aquellos cinco acres de gris desolación, que se
extendía bajo el cielo como una gran mancha corroída por el ácido
entre bosques y campos? Discurre en gran parte hacia el norte de la
línea del antiguo camino, pero invade un poco el otro lado. Mientras
me acercaba experimenté una extraña sensación de repugnancia, y
sólo me decidí a hacerlo porque mi tarea me obligaba a ello. En
aquella amplia extensión no había vegetación de ninguna clase; no
había más que una capa de fino polvo o ceniza gris, que ningún
viento parecía ser capaz de arrastrar. Los árboles más cercanos
tenían un aspecto raquítico y enfermizo, y muchos de ellos
aparecían agostados o con los troncos podridos. Mientras andaba
apresuradamente vi a mi derecha los derruidos restos de una casa de
labor, y la negra boca de un pozo abandonado cuyos estancados vapores
adquirían un extraño matiz al ser bañados por la luz del sol. El
desolado espectáculo hizo que no me maravillara ya de los asustados
susurros de los moradores de Arkham. En los alrededores no había
edificaciones ni ruinas de ninguna clase; incluso en los antiguos
tiempos, el lugar no dejó de ser solitario y apartado. Y a la hora
del crepúsculo, temeroso de pasar de nuevo por aquel ominoso lugar,
tomé el camino del sur, a pesar de que significaba dar un gran
rodeo.
Por la
noche interrogué a algunos habitantes de Arkham acerca del marchito
erial, y pregunté qué significado tenía la frase “los extraños
días” que había oído murmurar evasivamente. Sin embargo, no pude
obtener ninguna respuesta concreta, y lo único que saqué en claro
era que el misterio se remontaba a una fecha mucho más reciente de
lo que había imaginado. No se trataba de una vieja leyenda, ni mucho
menos, sino de algo que había ocurrido en vida de los que hablaban
conmigo. Había sucedido en los años ochenta, y una familia
desapareció o fue asesinada. Los detalles eran algo confusos; y como
todos aquellos con quienes hablé me dijeron que no prestara crédito
a las fantásticas historias del viejo Ammi Pierce, decidí ir a
visitarlo a la mañana siguiente, después de enterarme de que vivía
solo en una ruinosa casa que se alzaba en el lugar donde los árboles
empiezan a espesarse. Era un lugar muy viejo, y había empezado a
exudar el leve olor miásmico que se desprende de las casas que han
permanecido en pie demasiado tiempo. Tuve que llamar insistentemente
para que el anciano se levantara, y cuando se asomó tímidamente a
la puerta me di cuenta de que no se alegraba de verme. No estaba tan
débil como yo había esperado; sin embargo, sus ojos parecían
desprovistos de vida, y sus andrajosas ropas y su barba blanca le
daban un aspecto gastado y decaído.
No
sabiendo cómo enfocar la conversación para que me hablara de sus
“fantásticas historias”, fingí que me había llevado hasta allí
la tarea a que estaba entregado; le hablé de ella al viejo Ammi,
formulándole algunas vagas preguntas acerca del distrito. Ammi
Pierce era un hombre más culto y más educado de lo que me habían
dado a entender, y se mostró más comprensivo que cualquiera de los
hombres con los cuales había hablado en Arkham. No era como otros
rústicos que había conocido en las zonas donde iban a construirse
las albercas. Ni protestó por las millas de antiguo bosque y de
tierras de labor que iban a desaparecer bajo las aguas, aunque quizá
su actitud hubiera sido distinta de no haber tenido su hogar fuera de
los límites del futuro lago. Lo único que mostró fue alivio;
alivio ante la idea de que los valles por los cuales había
vagabundeado toda su vida iban a desaparecer. Estarían mejor debajo
del agua…, mejor debajo del agua desde los extraños días. Y, al
decir esto, su ronca voz se hizo más apagada, mientras su cuerpo se
inclinaba hacia delante y el dedo índice de su mano derecha empezaba
a señalar de un modo tembloroso e impresionante.
Fue
entonces cuando oí la historia, y mientras la ronca voz avanzaba en
su relato, en una especie de misterioso susurro, me estremecí una y
otra vez a pesar de que estábamos en pleno verano. Tuve que
interrumpir al narrador con frecuencia, para poner en claro puntos
científicos que él sólo conocía a través de lo que había dicho
un profesor, cuyas palabras repetía como un papagayo, aunque su
memoria había empezado ya a flaquear; o para tender un puente entre
dato y dato, cuando fallaba su sentido de la lógica y de la
continuidad. Cuando hubo terminado, no me extrañó que su mente
estuviera algo desequilibrada, ni que a la gente de Arkham no le
gustara hablar del marchito erial. Me apresuré a regresar a mi hotel
antes de la puesta del sol, ya que no quería tener las estrellas
sobre mi cabeza encontrándome al aire libre. Al día siguiente
regresé a Boston para dar mi informe. No podía ir de nuevo a aquel
oscuro caos de antiguos bosques y laderas, ni enfrentarme otra vez
con aquel gris erial donde el negro pozo abría sus fauces al lado de
los derruidos restos de una casa de labor. La alberca iba a ser
construida inmediatamente, y todos aquellos antiguos secretos
quedarían enterrados para siempre bajo las profundas aguas. Pero
creo que ni cuando esto sea una realidad, me gustará visitar aquella
región por la noche…, al menos, no cuando brillan en el cielo las
siniestras estrellas.
Todo
empezó, dijo el viejo Ammi, con el meteorito. Antes no se habían
oído leyendas de ninguna clase, e incluso en la remota época de las
brujas aquellos bosques occidentales no fueron ni la mitad de temidos
que la pequeña isla del Miskatonic, donde el diablo concedía
audiencias al lado de un extraño altar de piedra, más antiguo que
los indios. Aquéllos no eran bosques hechizados, y su fantástica
oscuridad no fue nunca terrible hasta los extraños días. Luego
había llegado aquella blanca nube meridional, se había producido
aquella cadena de explosiones en el aire y aquella columna de humo en
el valle. Y, por la noche, todo Arkham se había enterado de que una
gran piedra había caído del cielo y se había incrustado en la
tierra, junto al pozo de la casa de Nahum Gardner. La casa que se
había alzado en el lugar que ahora ocupaba el marchito erial.
Nahum
había ido al pueblo para contar lo de la piedra, y al pasar ante la
casa de Ammi Pierce se lo había contado también. En aquella época
Ammi tenía cuarenta años, y todos los extraños acontecimientos
estaban profundamente grabados en su cerebro. Ammi y su esposa habían
acompañado a los tres profesores de la Universidad de Miskatonic que
se presentaron a la mañana siguiente para ver al fantástico
visitante que procedía del desconocido espacio estelar, y habían
preguntado cómo era que Nahum había dicho, el día antes, que era
muy grande. Nahum, señalando la pardusca mole que estaba junto a su
pozo, dijo que se había encogido. Pero los sabios replicaron que las
piedras no se encogen. Su calor irradiaba persistentemente, y Nahum
declaró que había brillado débilmente toda la noche. Los
profesores golpearon la piedra con un martillo de geólogo y
descubrieron que era sorprendentemente blanda. En realidad, era tan
blanda como si fuera artificial, y arrancaron, más bien que
escoplearon, una muestra para llevársela a la Universidad a fin de
comprobar su naturaleza. Tuvieron que meterla en un cubo que le
pidieron prestado a Nahum, ya que el pequeño fragmento no perdía
calor. En su viaje de regreso se detuvieron a descansar en la casa de
Ammi, y parecieron quedarse pensativos cuando la señora Pierce
observó que el fragmento estaba haciéndose más pequeño y había
empezado a quemar el fondo del cubo. Realmente no era muy grande,
pero quizás habían cogido un trozo menor de lo que habían
supuesto.
Al día
siguiente -todo esto ocurría en el mes de junio de 1882-, los
profesores se presentaron de nuevo, muy excitados. Al pasar por la
casa de Ammi le contaron lo que había sucedido con la muestra,
diciendo que había desaparecido por completo cuando la introdujeron
en un recipiente de cristal. El recipiente también había
desaparecido, y los profesores hablaron de la extraña afinidad de la
piedra con el silicón. Había reaccionado de un modo increíble en
aquel laboratorio perfectamente ordenado; sin sufrir ninguna
modificación ni expeler ningún gas al ser calentada al carbón,
mostrándose completamente negativa al ser tratada con bórax y
revelándose absolutamente no volátil a cualquier temperatura,
incluyendo la del soplete de oxihidrógeno. En el yunque apareció
como muy maleable, y en la oscuridad su luminosidad era muy notable.
Negándose obstinadamente a enfriarse, provocó una gran excitación
entre los profesores; y cuando al ser calentada ante el
espectroscopio mostró unas brillantes bandas distintas a las de
cualquier color conocido del espectro normal, se habló de nuevos
elementos, de raras propiedades ópticas, y de todas aquellas cosas
que los intrigados hombres de ciencia suelen decir cuando se
enfrentan con lo desconocido.
Caliente
como estaba, fue comprobada en un crisol con todos los reactivos
adecuados. El agua no hizo nada. Ni el ácido clorhídrico. El ácido
nítrico e incluso el agua regia se limitaron a resbalar sobre su
tórrida invulnerabilidad. Ammi se encontró con algunas dificultades
para recordar todas aquellas cosas, pero reconoció algunos
disolventes a medida que se los mencionaba en el habitual orden de
utilización: amoniaco y sosa cáustica, alcohol y éter, bisulfito
de carbono y una docena más; pero, a pesar de que el peso iba
disminuyendo con el paso del tiempo, y de que el fragmento parecía
enfriarse ligeramente, los disolventes no experimentaron ningún
cambio que demostrara que habían atacado a la sustancia. Desde
luego, se trataba de un metal. Era magnético, en grado extremo; y
después de su inmersión en los disolventes ácidos parecían
existir leves huellas de la presencia de hierro meteórico, de
acuerdo con los datos de Widmanstalten. Cuando el enfriamiento era ya
considerable colocaron el fragmento en un recipiente de cristal para
continuar las pruebas Y a la mañana siguiente, fragmento y
recipiente habían desaparecido sin dejar rastro, y únicamente una
chamuscada señal en el estante de madera donde los habían dejado
probaba que había estado realmente allí.
Esto
fue lo que los profesores le contaron a Ammi mientras descansaban en
su casa, y una vez más fue con ellos a ver el pétreo mensajero de
las estrellas, aunque en esta ocasión su esposa no lo acompañó.
Comprobaron que la piedra se había encogido realmente, y ni siquiera
los más escépticos de los profesores pudieron dudar de lo que
estaban viendo. Alrededor de la masa pardusca situada junto al pozo
había un espacio vacío, un espacio que eran dos pies menos que el
día anterior. Estaba aún caliente, y los sabios estudiaron su
superficie con curiosidad mientras separaban otro fragmento mucho
mayor que el que se habían llevado. Esta vez ahondaron más en la
masa de piedra, y de este modo pudieron darse cuenta de que el núcleo
central no era completamente homogéneo.
Habían
dejado al descubierto lo que parecía ser la cara exterior de un
glóbulo empotrado en la sustancia. El color, parecido al de las
bandas del extraño espectro del meteoro, era casi imposible de
describir; y sólo por analogía se atrevieron a llamarlo color. Su
contextura era lustrosa, y parecía quebradiza y hueca. Uno de los
profesores golpeó ligeramente el glóbulo con un martillo, y estalló
con un leve chasquido. De su interior no salió nada, y el glóbulo
se desvaneció como por arte de magia, dejando un espacio esférico
de unas tres pulgadas de diámetro, Los profesores pensaron que era
probable que encontraran otros glóbulos a medida que la sustancia
envolvente se fuera fundiendo.
La
conjetura era equivocada, ya que los investigadores no consiguieron
encontrar otro glóbulo, a pesar de que taladraron la masa por
diversos lugares. En consecuencia, decidieron llevarse la nueva
muestra que habían recogido… y cuya conducta en el laboratorio fue
tan desconcertante como la de su predecesora. Aparte de ser casi
plástica, de tener calor, magnetismo y ligera luminosidad, de
enfriarse levemente en poderosos ácidos, de perder peso y volumen en
el aire y de atacar a los compuestos de silicón con el resultado de
una mutua destrucción. La piedra no presentaba características de
identificación; y al fin de las pruebas, los científicos de la
Universidad se vieron obligados a reconocer que no podían
clasificarla. No era nada de este planeta, sino un trozo del espacio
exterior; y, como tal, estaba dotado de propiedades exteriores y
desconocidas y obedecía a leyes exteriores y desconocidas.
Aquella
noche hubo una tormenta, y cuando los profesores acudieron a casa de
Nahum al día siguiente, se encontraron con una desagradable
sorpresa. La piedra, magnética como era, debió poseer alguna
peculiar propiedad eléctrica ya que había “atraído al rayo”,
como dijo Nahum, con una singular persistencia. En el espacio de una
hora el granjero vio cómo el rayo hería seis veces la masa que se
encontraba junto al pozo, y al cesar la tormenta descubrió que la
piedra había desaparecido. Los científicos, profundamente
decepcionados, tras comprobar el hecho de la total desaparición,
decidieron que lo único que podían hacer era regresar al
laboratorio y continuar analizando el fragmento que se habían
llevado el día anterior y que como medida de precaución habían
encerrado en una caja de plomo. El fragmento duró una semana,
transcurrida la cual no se había llegado a ningún resultado
positivo. La piedra desapareció, sin dejar ningún residuo, y con el
tiempo los profesores apenas creían que habían visto realmente
aquel misterioso vestigio de los insondables abismos exteriores;
aquel único, fantástico mensaje de otros universos y otros reinos
de materia, energía y entidad.
Como
era lógico, los periódicos de Arkham hablaron mucho del incidente y
enviaron a sus reporteros a entrevistar a Nahum y a su familia. Un
rotativo de Boston envío también un periodista, y Nahum se
convirtió rápidamente en una especie de celebridad local. Era un
hombre delgado, de unos cincuenta años, que vivía con su esposa y
sus tres hijos del producto de lo que cultivaba en el valle. Él y
Ammi se hacían frecuentes visitas, lo mismo que sus esposas; y Ammi
sólo tenía frases de elogio para él después de todos aquellos
años. Parecía estar orgulloso de la atención que había despertado
el lugar, y en las semanas que siguieron a su aparición y
desaparición habló con frecuencia del meteorito. Los meses de julio
y agosto fueron cálidos; y Nahum trabajó de firme en sus campos, y
las faenas agrícolas lo cansaron más de lo que lo habían cansado
otros años, por lo que llegó a la conclusión de que los años
habían empezado a pesarle.
Luego
llegó la época de la recolección. Las peras y manzanas maduraban
lentamente, y Nahum aseguraba que sus huertos tenían un aspecto más
floreciente que nunca. La fruta crecía hasta alcanzar un tamaño
fenomenal y un brillo inusitado, y su abundancia era tal que Nahum
tuvo que comprar unos cuantos barriles más a fin de poder embalar la
futura cosecha. Pero con la maduración llegó una desagradable
sorpresa, ya que toda aquella fruta de opulenta presencia resultó
incomible. En vez del delicado sabor de las peras y manzanas, la
fruta tenía un amargor insoportable. Lo mismo ocurrió con los
melones y los tomates, y Nahum vio con tristeza cómo se perdía toda
su cosecha. Buscando una explicación a aquel hecho, no tardó en
declarar que el meteorito había envenenado el suelo, y dio gracias
al cielo porque la mayor parte de las otras cosechas se encontraban
en las tierras altas a lo largo del camino.
El
invierno se presentó muy pronto y fue muy frío. Ammi veía a Nahum
con menos frecuencia que de costumbre, y observó que empezaba a
tener un aspecto preocupado. También el resto de la familia había
asumido un aire taciturno; y fueron espaciando sus visitas a la
iglesia y su asistencia a los diversos acontecimientos sociales de la
comarca. No pudo encontrarse ningún motivo para aquella reserva o
melancolía, aunque todos los habitantes de la casa daban muestras de
cuando en cuando de un empeoramiento en su estado de salud física y
mental. Esto se hizo más evidente cuando el propio Nahum declaró
que estaba preocupado por ciertas huellas de pasos que había visto
en la nieve. Se trataba de las habituales huellas invernales de las
ardillas rojas, de los conejos blancos y de los zorros, pero el
caviloso granjero afirmó que encontraba algo raro en la naturaleza y
disposición de aquellas huellas. No fue más explícito, pero
parecía creer que no era característica de la anatomía y las
costumbres de ardillas y conejos y zorros. Ammi no hizo mucho caso de
todo aquello hasta una noche que pasó por delante de la casa de
Nahum en su trineo, en su camino de regreso de Clark’s Corners. En
el cielo brillaba la luna, y un conejo cruzó corriendo el camino, y
los saltos de aquel conejo eran más largos de lo que les hubiera
gustado a Ammi y a su caballo. Este último, en realidad, se hubiera
desbocado si su dueño no hubiera empuñado las riendas con mano
firme. A partir de entonces, Ammi mostró un mayor respeto por las
historias que contaba Nahum, y se preguntó por qué los perros de
Gardner parecían estar tan asustados y temblorosos cada mañana.
Incluso habían perdido el ánimo para ladrar.
En el
mes de febrero los chicos de McGregor, de Meadow Hill, salieron a
cazar marmotas, y no lejos de las tierras de Gardner capturaron un
ejemplar muy especial. Las proporciones de su cuerpo parecían
ligeramente alteradas de un modo muy raro, imposible de describir, en
tanto que su rostro tenía una expresión que hasta entonces nadie
había visto en el rostro de una marmota. Los chicos quedaron
francamente asustados y tiraron inmediatamente el animal, de modo que
por la comarca sólo circuló la grotesca historia que los mismos
chicos contaron. Pero esto, unido a la historia del conejo que
asustaba a los caballos en las inmediaciones de la casa de Nahum, dio
pie a que empezara a tomar cuerpo una leyenda, susurrada en voz baja.
La
gente aseguraba que la nieve se había fundido mucho más rápidamente
en los alrededores de la casa de Nahum que en otras partes, y a
principios de marzo se produjo una agitada discusión en la tienda de
Potter, de Clark’s Corners. Stephen Rice había pasado por las
tierras de Gardner a primera hora de la mañana y se había dado
cuenta de que la hierba fétida empezaba a crecer en todo el fangoso
suelo. Hasta entonces no se había visto hierba fétida de aquel
tamaño, y su color era tan raro que no podía ser descrito con
palabras. Sus formas eran monstruosas, y el caballo había relinchado
lastimeramente ante la presencia de un hedor que hirió también
desagradablemente el olfato de Stephen. Aquella misma tarde, varias
personas fueron a ver con sus propios ojos aquella anomalía, y todas
estuvieron de acuerdo en que las plantas de aquella clase no podían
brotar en un mundo saludable. Se mencionaron de nuevo los frutos
amargos del otoño anterior, y corrió de boca en boca que las
tierras de Nahum estaban emponzoñadas. Desde luego, se trataba del
meteorito; y recordando lo extraño que les había parecido a los
hombres de la Universidad, varios granjeros hablaron del asunto con
ellos.
Un día,
hicieron una visita a Nahum; pero como se trataba de unos hombres que
no prestaban crédito con facilidad a las leyendas, sus conclusiones
fueron muy conservadoras. Las plantas eran raras, desde luego, pero
toda la hierba fétida es más o menos rara en su forma y en su
color. Quizás algún elemento mineral del meteorito había penetrado
en la tierra, pero no tardaría en desaparecer. Y en cuanto a las
huellas en la nieve y a los caballos asustados… se trataba
únicamente de habladurías sin fundamento, que habían nacido a
consecuencia de la caída del meteorito. Pero unos hombres serios no
podían tener en cuenta las habladurías de los campesinos, ya que
los supersticiosos labradores dicen y creen cualquier cosa. Ese fue
el veredicto de los profesores acerca de los extraños días. Sólo
uno de ellos, encargado de analizar dos redomas de polvo en el curso
de una investigación policíaca, año y medio más tarde, recordó
que el extraño color de la hierba fétida era muy parecido al de las
insólitas bandas de luz que reveló el fragmento del meteoro en el
espectroscopio de la Universidad, y al del glóbulo que encontraran
en el interior de la piedra. En el análisis que el mencionado
profesor llevó a cabo, las muestras revelaron al principio las
mismas insólitas bandas, aunque más tarde perdieran la propiedad.
Los
árboles florecieron prematuramente alrededor de la casa de Nahum, y
por la noche se mecían ominosamente al viento. El segundo hijo de
Nahum, Thaddeus, un muchacho de quince años, juraba que los árboles
se mecían también cuando no hacía viento; pero ni siquiera los más
charlatanes prestaron crédito a esto. Desde luego, en el ambiente
había algo raro. Toda la familia Gardner desarrolló la costumbre de
quedarse escuchando, aunque no esperaban oír ningún sonido al cual
pudieran dar nombre. La escucha era en realidad resultado de momentos
en que la conciencia parecía haberse desvanecido en ellos.
Desgraciadamente, esos momentos eran más frecuentes a medida que
pasaban las semanas, hasta que la gente empezó a murmurar que toda
la familia Nahum estaba mal de la cabeza. Cuando salió la primera
saxífraga, su color era también muy extraño; no completamente
igual al de la hierba fétida, pero indudablemente afín a él e
igualmente desconocido para cualquiera que lo viera. Nahum cogió
algunos capullos y se los llevó a Arkham para enseñarlos al editor
de la Gazette, pero aquel dignatario se limitó a escribir un
artículo humorístico acerca de ellos, ridiculizando los temores y
las supersticiones de los campesinos. Fue un error de Nahum contarle
a un estólido ciudadano la conducta que observaban las mariposas
-también de gran tamaño- en relación con aquellas saxífragas.
Abril
aportó una especie de locura a las gentes de la comarca y empezaron
a dejar de utilizar el camino que pasaba por los terrenos de Nahum,
hasta abandonarlo por completo. Era la vegetación. Los renuevos de
los árboles tenían unos extraños colores, y a través del suelo de
piedra del patio y en los prados contiguos crecían unas plantas que
solamente un botánico podía relacionar con la flora de la región.
Pero lo más raro de todo era el colorido, que no correspondía a
ninguno de los matices que el ojo humano había visto hasta entonces.
Plantas y arbustos se convirtieron en una siniestra amenaza,
creciendo insolentemente en su cromática perversión. Ammi y los
Gardner opinaron que los colores tenían para ellos una especie de
inquietante familiaridad, y llegaron a la conclusión de que les
recordaban el glóbulo que había sido descubierto dentro del
meteoro. Nahum labró y sembró los diez acres de terreno que poseía
en la parte alta, sin tocar los terrenos que rodeaban su casa. Sabía
que sería trabajo perdido y tenía la esperanza de que aquellas
extrañas hierbas que estaban creciendo arrancarían toda la ponzoña
del suelo. Ahora estaba preparado para cualquier cosa, por inesperada
que pudiera parecer, y se había acostumbrado a la sensación de que
cerca de él había algo que esperaba ser oído. El ver que los
vecinos no se acercaban por su casa le molestó, desde luego; pero
afectó todavía más a su esposa. Los chicos no lo notaron tanto
porque iban a la escuela todos los días; pero no pudieron evitar el
enterarse de las habladurías, las cuales los asustaron un poco,
especialmente a Thaddeus, que era un muchacho muy sensible.
En mayo
llegaron los insectos y la hacienda de Gardner se convirtió en un
lugar de pesadilla, lleno de zumbidos y de serpenteos. La mayoría de
aquellos animales tenían un aspecto insólito y se movían de un
modo muy raro, y sus costumbres nocturnas contradecían todas las
anteriores experiencias. Los Gardner adquirieron el hábito de
mantenerse vigilantes durante la noche. Miraban en todas direcciones
en busca de algo…, aunque no podían decir de qué. Fue entonces
cuando comprobaron que Thaddeus había estado en lo cierto al hablar
de lo que ocurría con los árboles. La señora Gardner fue la
primera en comprobarlo una noche que se encontraba en la ventana del
cuarto contemplando la silueta de un arce que se recortaba contra un
cielo iluminado por la luna. Las ramas del arce se estaban moviendo y
no corría el menor soplo de viento. Cosa de la savia, seguramente.
Las cosas más extrañas resultaban ahora normales. Sin embargo, el
siguiente descubrimiento no fue obra de ningún miembro de la familia
Gardner. Se habían familiarizado con lo anormal hasta el punto de no
darse cuenta de muchos detalles. Y lo que ellos no fueron capaces de
ver fue observado por un viajante de comercio de Boston, que pasó
por allí una noche, ignorante de las leyendas que corrían por la
región. Lo que contó en Arkham apareció en un breve artículo
publicado por la Gazette; y aquel artículo fue lo que todos los
granjeros, incluido Nahum, se echaron primero a los ojos. La noche
había sido oscura, pero alrededor de una granja del valle -que todo
el mundo supo que se trataba de la granja de Nahum- la oscuridad
había sido menos intensa. Una leve aunque visible fosforescencia
parecía surgir de toda la vegetación, y en un momento determinado
un trozo de aquella fosforescencia se deslizó furtivamente por el
patio que había cerca del granero.
Los
pastos no parecían haber sufrido los efectos de aquella insólita
situación, y las vacas pacían libremente cerca de la casa, pero
hacia finales de mayo la leche empezó a ser mala. Entonces Nahum
llevó a las vacas a pacer a las tierras altas y la leche volvió a
ser buena. Poco después el cambio en la hierba y en las hojas, que
hasta entonces se habían mantenido normalmente verdes, pudo
apreciarse a simple vista. Todas las hortalizas adquirieron un color
grisáceo y un aspecto quebradizo. Ammi era ahora la única persona
que visitaba a los Gardner, y sus visitas fueron espaciándose más y
más. Cuando cerraron la escuela, por ser época de vacaciones, los
Gardner quedaron virtualmente aislados del mundo, y a veces
encargaban a Ammi que les hiciera sus compras en el pueblo.
Continuaban desmejorando física y mentalmente, y nadie quedó
sorprendido cuando circuló la noticia de que la señora Gardner se
había vuelto loca.
Esto
ocurrió en junio, alrededor del aniversario de la caída del
meteoro, y la pobre mujer empezó a gritar que veía cosas en el
aire, cosas que no podía describir. En su desvarío no pronunciaba
ningún nombre propio, sino solamente verbos y pronombres. Las cosas
se movían, y cambiaban, y revoloteaban, y los oídos reaccionaban a
impulsos que no eran del todo sonidos. Nahum no la envió al
manicomio del condado, sino que dejó que vagabundeara por la casa
mientras fuera inofensiva para sí misma y para los demás. Cuando su
estado empeoró no hizo nada. Pero cuando los chicos empezaron a
asustarse y Thaddeus casi se desmayó al ver la expresión del rostro
de su madre al mirarlo, Nahum decidió encerrarla en el ático. En
julio, la señora Gardner dejó de hablar y empezó a arrastrarse a
cuatro patas, y antes de terminar el mes, Nahum se dio cuenta de que
su esposa era ligeramente luminosa en la oscuridad, tal como ocurría
con la vegetación de los alrededores de la casa.
Esto
sucedió un poco antes de que los caballos se dieran a la fuga. Algo
los había despertado durante la noche, y sus relinchos y su cocear
habían sido algo terrible. A la mañana siguiente, cuando Nahum
abrió la puerta del establo, los animales salieron disparados como
alma que lleva el diablo. Nahum tardó una semana en localizar a los
cuatro, y cuando los encontró se vio obligado a matarlos porque se
habían vuelto locos y no había quién los manejara. Nahum le pidió
prestado un caballo a Ammi para acarrear el heno, pero el animal no
quiso acercarse al granero. Respingó, se encabritó y relinchó, y
al final tuvieron que dejarlo en el patio, mientras los hombres
arrastraban el carro hasta situarlo junto al granero. Entretanto, la
vegetación iba tornándose gris y quebradiza. Incluso las flores,
cuyos colores habían sido tan extraños, se volvían grises ahora, y
la fruta era gris y enana e insípida. Las jarillas y el trébol
dorado dieron flores grises y deformes, y las rosas, las rascamoños
y las malvarrosas del patio delantero tenían un aspecto tan
horrendo, que Zenas, el mayor de los hijos de Nahum, las cortó
todas.
Al
mismo tiempo fueron muriéndose todos los insectos, incluso las
abejas que habían abandonado sus colmenas.
En
septiembre toda la vegetación se había desmenuzado, convirtiéndose
en un polvillo grisáceo, y Nahum temió que los árboles murieran
antes de que la ponzoña se hubiera desvanecido del suelo. Su esposa
tenía ahora accesos de furia, durante los cuales profería unos
gritos terribles, y Nahum y sus hijos vivían en un estado de
perpetua tensión nerviosa. No se trataban ya con nadie, y cuando la
escuela volvió a abrir sus puertas los chicos no acudieron a ella.
Fue Ammi, en una de sus raras visitas, quien descubrió que el agua
del pozo ya no era buena. Tenía un gusto endiablado, que no era
exactamente fétido ni exactamente salobre, y Ammi aconsejó a su
amigo que excavara otro pozo en las tierras altas para utilizarlo
hasta que el suelo volviera a ser bueno. Sin embargo, Nahum no hizo
el menor caso de aquel consejo, ya que había llegado a
impermeabilizarse contra las cosas raras y desagradables. Él y sus
hijos siguieron utilizando la teñida agua del pozo, bebiéndola con
la misma indiferencia con que comían sus escasos y mal cocidos
alimentos y conque realizaban sus improductivas y monótonas tareas a
través de unos días sin objetivo. Había algo de estólida
resignación en todos ellos, como si anduvieran en otro mundo entre
hileras de anónimos guardianes hacia un lugar familiar y seguro.
Thaddeus
se volvió loco en septiembre, después de una visita al pozo. Había
ido allí con un cubo y había regresado con las manos vacías,
encogiendo y agitando los brazos y murmurando algo acerca de “los
colores movibles que había allí abajo”. Dos locos en una familia
representaban un grave problema, pero Nahum se portó valientemente.
Dejó que el muchacho se moviera a su antojo durante una semana,
hasta que empezó a portarse peligrosamente, y entonces lo encerró
en el ático, enfrente de la habitación ocupada por su madre. El
modo como se gritaban el uno al otro desde detrás de sus cerradas
puertas era algo terrible, especialmente para el pequeño Merwin, que
imaginaba que su madre y su hermano hablaban en algún terrible
lenguaje que no era de este mundo. Merwin se estaba convirtiendo en
un chiquillo peligrosamente imaginativo, y su estado empeoró desde
que encerraron al hermano que había sido su mejor compañero de
juegos.
Casi al
mismo tiempo empezó la mortalidad entre el ganado. Las aves de
corral adquirieron un color gris y murieron rápidamente. Los cerdos
engordaron desordenadamente y luego empezaron a experimentar
repugnantes cambios que nadie podía explicar. Su carne era
desaprovechable, desde luego, y Nahum no sabía qué pensar ni qué
hacer. Ningún veterinario rural quiso acercarse a su casa, y el
veterinario de Arkham quedó francamente desconcertado. La cosa
resultaba tanto más inexplicable por cuanto aquellos animales no
habían sido alimentados con la vegetación emponzoñada. Luego les
llegó el turno a las vacas. Ciertas zonas, y a veces el cuerpo
entero, aparecieron anormalmente hinchadas o comprimidas, y aquellos
síntomas fueron seguidos de atroces colapsos o desintegraciones. En
las últimas fases -que terminaban siempre con la muerte- adquirían
un color grisáceo y un aspecto quebradizo, tal como había ocurrido
con los cerdos. En el caso de las vacas no podía hablarse de veneno,
ya que estaban encerradas en el establo. Ninguna mordedura de un
animal salvaje podía haber inoculado el virus, ya que no hay ningún
animal terrestre que pueda pasar a través de obstáculos sólidos.
Debía tratarse de una enfermedad natural…, aunque resultaba
imposible conjeturar qué clase de enfermedad producía aquellos
terribles resultados. En la época de la cosecha no quedaba ningún
animal vivo en la casa, ya que el ganado y las aves de corral habían
muerto y los perros habían huido. Los perros, en número de tres,
habían desaparecido una noche y no volvieron a aparecer. Los cinco
gatos se habían marchado un poco antes, pero su desaparición apenas
fue notada, ya que en la casa no había ahora ratones y únicamente
la señora Gardner sentía cierto afecto por los graciosos felinos.
El 19
de octubre Nahum se presentó en casa de Ammi con espantosas
noticias. La muerte había sorprendido al pobre Thaddeus en su
habitación del ático, y lo había sorprendido de un modo que no
podía ser contado. Nahum había excavado una tumba en la parte
trasera de la granja y había metido allí lo que encontró en la
habitación. En la habitación no podía haber entrado nadie, ya que
la pequeña ventana enrejada y la cerradura de la puerta estaban
intactas; pero lo sucedido tenía muchos puntos de contacto con lo
ocurrido en el establo. Ammi y su esposa consolaron al atribulado
granjero lo mejor que pudieron, aunque no consiguieron evitar un
estremecimiento. El horror parecía rondar alrededor de los Gardner y
de todo lo que tocaban, y la sola presencia de uno de ellos en la
casa era como un soplo de regiones innominadas e innominables. Ammi
acompañó a Nahum a su hogar de muy mala gana e hizo lo que pudo
para calmar los histéricos sollozos del pequeño Merwin. Zenas no
necesitaba ser calmado. Se encontraba en un estado de completo
atontamiento y se limitaba a mirar fijamente un punto indeterminado
del espacio y a obedecer lo que su padre le ordenaba. Y Ammi pensó
que ese estado de abulia era lo mejor que podía ocurrirle. De cuando
en cuando los gritos de Merwin eran contestados desde el ático, y en
respuesta a una mirada interrogadora Nahum dijo que su esposa estaba
muy débil. Cuando se acercaba la noche, Ammi se las arregló para
marcharse, ya que ningún sentimiento de amistad podía hacerle
permanecer en aquel lugar cuando la vegetación empezaba a brillar
débilmente y los árboles podían o no moverse sin que soplara el
viento. Era una verdadera suerte para Ammi el hecho de que no fuese
una persona imaginativa. De haberlo sido, de haber podido relacionar
y reflexionar sobre todos los portentos que lo rodeaban, no cabe duda
de que hubiese perdido la chaveta. A la hora del crepúsculo regresó
apresuradamente a su casa, sintiendo resonar terriblemente en sus
oídos los gritos de la loca y del pequeño Merwin.
Tres
días más tarde Nahum se presentó en casa de Ammi muy de mañana, y
en ausencia de su huésped le contó a la señora Pierce una horrible
historia que ella escuchó temblando de miedo. Esta vez se trataba
del pequeño Merwin. Había desaparecido. Había salido de la casa
cuando ya era de noche con un farol y un cubo para traer agua, y no
había regresado. Hacía días que su estado no era normal y se
asustaba de todo. El padre oyó un frenético grito en el patio, pero
cuando abrió la puerta y se asomó el muchacho había desaparecido.
No se veía ni rastro de él, y en ninguna parte brillaba el farol
que se había llevado. En aquel momento, Nahum creyó que el farol y
el cubo habían desaparecido también; pero al hacerse de día, y al
regreso de su búsqueda de toda la noche por campos y bosques, Nahum
había descubierto unas cosas muy raras cerca del pozo: una retorcida
y semifundida masa de hierro, que había sido indudablemente el
farol; y junto a ella un asa doblada junto a otra masa de hierro,
asimismo retorcida y semifundida, que correspondía al cubo. Eso fue
todo. Nahum imaginaba lo inimaginable. La señora Pierce estaba como
atontada, y Ammi, cuando llegó a casa y oyó la historia, no pudo
dar ninguna opinión. Merwin había desaparecido y sería inútil
decírselo a la gente que vivía en aquellos alrededores y que huían
de los Gardner como de la peste. Tan inútil como decírselo a los
ciudadanos de Arkham que se reían de todo. Thad había desaparecido,
y ahora había desaparecido Merwin. Algo estaba arrastrándose y
arrastrándose, esperando ser visto y oído. Nahum no tardaría en
morirse, y deseaba que Ammi velara por su esposa y por Zenas, si es
que lo sobrevivían. Todo aquello era un castigo de alguna clase,
aunque Nahum no podía adivinar a qué se debía, ya que siempre
había vivido en el santo temor de Dios.
Durante
más de dos semanas, Ammi no tuvo ninguna noticia de Nahum; y
entonces, preocupado por lo que pudiera haber ocurrido, dominó sus
temores y efectuó una visita a la casa de los Gardner. De la
chimenea no salía humo y por unos instantes el visitante temió lo
peor. El aspecto de la granja era impresionante: hierba y hojas
grisáceas en el suelo, parras cayéndose a pedazos de arcaicas
paredes y aleros, y enormes árboles desnudos silueteándose
malignamente contra el gris cielo de noviembre. Ammi no pudo dejar de
notar que se había producido un sutil cambio en la inclinación de
las ramas. Pero Nahum estaba vivo, después de todo. Estaba muy débil
y reposaba en un catre en la cocina de techo bajo, pero conservaba la
lucidez y seguía dando órdenes a Zenas. La estancia estaba
mortalmente fría; y al ver que Ammi se estremecía, Nahum le gritó
a Zenas que trajera más leña. La leña, en realidad, era muy
necesaria, ya que el cavernoso hogar estaba apagado y vacío, y el
viento que se filtraba chimenea abajo era helado. De pronto, Nahum le
preguntó si la leña que había traído su hijo lo hacía sentirse
más cómodo, y entonces Ammi se dio cuenta de lo que había
ocurrido. Finalmente, la mente del granjero había dejado de resistir
a la intensa presión de los acontecimientos.
Interrogando
discretamente a su vecino, Ammi no consiguió poner en claro lo que
le había sucedido a Zenas. “En el pozo… vive en el pozo…”,
fue todo lo que su padre dijo.
Luego
el visitante recordó súbitamente a la esposa loca y cambió de
tema. “¿Nabby? Está aquí, desde luego…”, fue la sorprendida
respuesta del pobre Nahum, y Ammi no tardó en darse cuenta de que
tendría que investigar por sí mismo. Dejando al inofensivo granjero
en su catre, cogió las llaves que estaban colgadas detrás de la
puerta y subió los chirriantes escalones que conducían al ático.
La parte alta de la casa estaba completamente silenciosa y no se oía
el menor ruido en ninguna dirección. De las cuatro puertas a la
vista, sólo una estaba cerrada, y en ella probó Ammi varias llaves
del manojo que había cogido. A la tercera tentativa la cerradura
giró, y Ammi empujó la puerta pintada de blanco.
El
interior de la habitación estaba completamente a oscuras, ya que la
ventana era muy pequeña y estaba medio tapada por las rejas de
hierro; y Ammi no pudo ver absolutamente nada. El aire estaba muy
viciado, y antes de seguir adelante tuvo que entrar en otra
habitación y llenarse los pulmones de aire respirable. Cuando volvió
a entrar vio algo oscuro en un rincón, y al acercarse no pudo evitar
un grito de espanto. Mientras gritaba creyó que una nube momentánea
había tapado la escasa claridad que penetraba por la ventana, y un
segundo después se sintió rozado por una espantosa corriente de
vapor. Unos extraños colores danzaron ante sus ojos; y si el horror
que experimentaba en aquellos momentos no le hubiera impedido
coordinar sus ideas hubiera recordado el glóbulo que el martillo de
geólogo había aplastado en el interior del meteorito, y la malsana
vegetación que había crecido durante la primavera. Pero, en el
estado en que se hallaba, sólo pudo pensar en la horrible
monstruosidad que tenía enfrente, y que sin duda alguna había
compartido la desconocida suerte del joven Thaddeus y del ganado.
Pero lo más terrible de todo era que aquel horror se movía lenta y
visiblemente mientras continuaba desmenuzándose.
Ammi no
me dio más detalles de aquella escena, pero la forma del rincón no
reapareció en su relato como un objeto movible. Hay cosas que no
pueden ser mencionadas, y lo que se hace por humanidad es a veces
cruelmente juzgado por la ley. Comprendí que en aquella habitación
del ático no quedó nada que se moviera, y que no dejar allí nada
capaz de moverse debió de ser algo horripilante y capaz de acarrear
un tormento eterno. Cualquiera, no tratándose de un estólido
granjero, se hubiera desmayado o enloquecido, pero Ammi volvió a
cruzar el umbral de la puerta pintada de blanco y encerró el
espantoso secreto detrás de él. Ahora debía ocuparse de Nahum;
éste tenía que ser alimentado y atendido, y trasladado a algún
lugar donde pudieran cuidarlo.
Cuando
empezaba a bajar la oscura escalera, Ammi oyó un estrépito debajo
de él. Incluso le pareció haber oído un grito, y recordó
nerviosamente la corriente de vapor que lo había rozado mientras se
hallaba en la habitación del ático. Oprimido por un vago temor, oyó
más ruidos debajo de sí. Indudablemente estaban arrastrando algo
pesado, y al mismo tiempo se oía un sonido todavía más
desagradable, como el que produciría una fuerte succión. Sintiendo
aumentar su terror, pensó en lo que había visto en el ático.
¡Santo cielo! ¿En qué fantástico mundo de pesadilla había
penetrado? No se atrevió a avanzar ni a retroceder, y permaneció
inmóvil, temblando, en la negra curva del rellano de la escalera.
Cada detalle de la escena estallaba de nuevo en su cerebro.
De
repente se oyó un frenético relincho proferido por el caballo de
Ammi, seguido inmediatamente por un ruido de cascos que hablaba de
una precipitada fuga. Al cabo de un instante, caballo y calesa
estaban fuera del alcance del oído, dejando al asustado Ammi,
inmóvil en la oscura escalera, la tarea de conjeturar qué podía
haberlos impulsado a desaparecer tan repentinamente. Pero aquello no
fue todo. Se produjo otro ruido fuera de la casa. Una especie de
chapoteo en el agua…, debió de haber sido en el pozo. Ammi había
dejado a Hero desatado cerca del pozo, y algún animalito debió
meterse entre sus patas, asustándolo, y dejándose caer después en
el pozo. Y la casa seguía brillando con una pálida fosforescencia.
¡Dios mío! ¡Qué antigua era la casa! La mayor parte de ella
edificada antes de 1670, y el tejado holandés no más tarde de 1730.
En
aquel momento se oyó el ruido de algo que se arrastraba por el suelo
de la planta baja, y Ammi aferró con fuerza el palo que había
cogido en el ático sin ningún propósito determinado. Procurando
dominar sus nervios, terminó su descenso y se dirigió a la cocina.
Pero no llegó a ella, ya que lo que buscaba no estaba ya allí.
Había salido a su encuentro, y hasta cierto punto estaba aún vivo.
Si se había arrastrado o si había sido arrastrado por fuerzas
externas, es cosa que Ammi no hubiera podido decir; pero la muerte
había tomado parte en ello. Todo había ocurrido durante la última
media hora, pero el proceso de desintegración estaba ya muy
avanzado. Había allí una horrible fragilidad, debida a lo
quebradizo de la materia, y del cuerpo se desprendían fragmentos
secos. Ammi no pudo tocarlo, limitándose a contemplar horrorizado la
retorcida caricatura de lo que había sido un rostro. “¿Qué ha
pasado, Nahum…, qué ha pasado?”, susurró, y los agrietados y
tumefactos labios apenas pudieron murmurar una respuesta final.
“Nada…,
nada…; el color… quema…; frío y húmedo, pero quema…; vive
en el pozo…, lo he visto…, una especie de humo… igual que las
flores de la pasada primavera…; el pozo brilla por la noche… Se
llevó a Thad, y a Merwin, y a Zenas…, todas las cosas vivas…;
sorbe la vida de todas las cosas…; en aquella piedra tuvo que
llegar en aquella piedra…; la aplastaron…; era el mismo color…,
el mismo, como las flores y las plantas…; tiene que haber más…;
crecieron…, lo he visto esta semana…; tuvo que darle fuerte a
Zenas…; era un chico fuerte, lleno de vida…; le golpea a uno la
mente y luego se apodera de él…; quema mucho…; en el agua del
pozo…; no pueden sacarlo de allí…, ahogarlo… Se ha llevado
también a Zenas…; tenías razón…; el agua está embrujada…
¿Cómo está Nabby, Ammi?… Mi cabeza no funciona…; no sé cuánto
hace que no le he subido comida…; la cosa la atacó también a
ella…; el color…; su rostro tiene el mismo color por las noches…,
y el color quema y sorbe; procede de algún lugar donde las cosas no
son como aquí…; uno de los profesores lo dijo…; tenía razón,
mira, Ammi, está sorbiendo más…, sorbiendo la vida…”
Pero
eso fue todo. La cosa que había hablado no podía hablar más porque
se había encogido completamente. Ammi lo cubrió con un mantel a
cuadros blancos y rojos y salió de la casa por la puerta trasera.
Trepó por la ladera que conducía a las tierras altas y regresó a
su hogar por el camino del Norte y los bosques. No pudo pasar junto
al pozo desde el cual había huido su caballo. Miró hacia el pozo a
través de una ventana y recordó el chapoteo que había oído…, el
chapoteo de algo que se había sumergido en el pozo después de lo
que había hecho con el desdichado Nahum…
Cuando
Ammi llegó a su casa se encontró con que el caballo y la calesa lo
habían precedido; su esposa lo aguardaba llena de ansiedad. Después
de tranquilizarla, sin darle ninguna explicación, se dirigió a
Arkham y notificó a las autoridades que la familia Gardner ya no
existía. No entró en detalles, limitándose a hablar de las muertes
de Nahum y de Nabby; la de Thaddeus era ya conocida, y dijo que la
causa de la muerte parecía ser la misma extraña dolencia que había
atacado al ganado. También dijo que Merwin y Zenas habían
desaparecido. En la jefatura de policía lo interrogaron ampliamente,
y al final se vio obligado a acompañar a tres agentes a la granja de
Gardner, juntamente con el fiscal, el médico forense y el
veterinario que había atendido a los animales enfermos. Ammi fue con
ellos de muy mala gana, ya que la tarde estaba muy avanzada y temía
que la noche lo cogiera en aquel lugar maldito, aunque era un
consuelo saber que iba a estar acompañado de tantos hombres.
Los
seis hombres montaron en un carro, siguiendo a la calesa de Ammi, y
llegaron a la granja alrededor de las cuatro. A pesar de que los
agentes estaban acostumbrados a presenciar espectáculos
horripilantes, todos se estremecieron a la vista de lo que fue
encontrado debajo del mantel a cuadros rojos y blancos, y en la
habitación del ático. El aspecto de la granja, con su desolación
gris, era ya bastante terrible, pero aquellos dos retorcidos objetos
sobrepasaban toda medida de horror. Nadie pudo contemplarlos más
allá de un par de segundos, e incluso el médico forense admitió
que allí había muy poco que examinar. Podían analizarse unas
muestras, desde luego, de modo que él mismo se encargó de
agenciárselas…, y al parecer aquellas muestras provocaron el más
inextricable rompecabezas con que se enfrentara nunca el laboratorio
de la Universidad. Bajo el espectroscopio, las muestras revelaron un
espectro desconocido, muchas de cuyas bandas eran iguales que las que
había revelado el extraño meteoro al ser analizado. La propiedad de
emitir aquel espectro se desvaneció en un mes, y el polvo consistía
principalmente en fosfatos y carbonatos alcalinos.
Ammi no
les hubiera hablado del pozo de haber sabido que iban a actuar
inmediatamente. Se acercaba la puesta de sol y estaba ansioso por
marcharse de allí. Pero no pudo evitar el dirigir miradas nerviosas
al pozo, cosa que fue observada por uno de los policías, el cual lo
interrogó. Ammi admitió que Nahum había temido a algo que estaba
escondido en el pozo… hasta el punto de que no se había atrevido a
comprobar si Merwin o Zenas se habían caído dentro. La policía
decidió vaciar el pozo y explorarlo inmediatamente, de modo que Ammi
tuvo que esperar, temblando, mientras el pozo era vaciado cubo a
cubo. El agua hedía de un modo insoportable, y los hombres tuvieron
que taparse las narices con sus pañuelos para poder terminar la
tarea. Menos mal que el trabajo no fue tan largo como habían creído,
ya que el nivel del agua era sorprendentemente bajo. No es necesario
hablar con demasiados detalles de lo que encontraron. Merwin y Zenas
estaban allí los dos, aunque sus restos eran principalmente
esqueléticos. Había también un pequeño cordero y un perro grande
en el mismo estado de descomposición, aproximadamente, y cierta
cantidad de huesos de animales más pequeños. El limo del fondo
parecía inexplicablemente poroso y burbujeante, y un hombre que bajó
atado a una cuerda y provisto de una larga pértiga se encontró con
que podía hundir la pértiga en el fango en toda su longitud sin
encontrar ningún obstáculo.
La
noche se estaba echando encima y entraron en la casa en busca de
faroles. Luego, cuando vieron que no podían sacar nada más del
pozo, volvieron a entrar en la casa y conferenciaron en la antigua
sala de estar mientras la intermitente claridad de una espectral
media luna iluminaba a intervalos la gris desolación del exterior.
Los hombres estaban francamente perplejos ante aquel caso y no podían
encontrar ningún elemento convincente que relacionara las extrañas
condiciones de los vegetales, la desconocida enfermedad del ganado y
de las personas, y las inexplicables muertes de Merwin y Zenas en el
pozo. Habían oído los comentarios y las habladurías de la gente,
desde luego; pero no podían creer que hubiese ocurrido algo
contrario a las leyes naturales. Era evidente que el meteoro había
emponzoñado el suelo pero la enfermedad de personas y animales que
no habían comido nada crecido en aquel suelo era harina de otro
costal. ¿Se trataba del agua del pozo? Posiblemente. No sería mala
idea analizarla. Pero ¿por qué singular locura se habían arrojado
los dos muchachos al pozo? Habían actuado de un modo muy similar…
y sus restos demostraban que los dos habían padecido a causa de la
muerte quebradiza y gris. ¿Por qué todas las cosas se volvían
grises y quebradizas?
El
fiscal, sentado junto a una ventana que daba al patio, fue el primero
en darse cuenta de la fosforescencia que había alrededor del pozo.
La noche había caído del todo, y los terrenos que rodeaban la
granja parecían brillar débilmente con una luminosidad que no era
la de los rayos de la luna; pero aquella nueva fosforescencia era
algo definido y distinto, y parecía surgir del negro agujero como la
claridad apagada de un faro, reflejándose amortiguadamente en las
pequeñas charcas que el agua vaciada del pozo había formado en el
suelo. La fosforescencia tenía un color muy raro, y mientras todos
los hombres se acercaban a la ventana para contemplar el fenómeno,
Ammi lanzó una violenta exclamación. El color de aquella fantasmal
fosforescencia le resultaba familiar. Lo había visto antes, y se
sintió lleno de temor ante lo que podía significar. Lo había visto
en aquel horrendo glóbulo quebradizo hacía dos veranos, lo había
visto en la vegetación durante la primavera, y había creído verlo
por un instante aquella misma mañana contra la pequeña ventana
enrejada de la horrible habitación del ático donde habían ocurrido
cosas que no tenían explicación. Había brillado allí por espacio
de un segundo, y una espantosa corriente de vapor lo había rozado…,
y luego el pobre Nahum había sido arrastrado por algo de aquel
color. Nahum lo había dicho al final…, había dicho que era como
el glóbulo y las plantas. Después se había producido la fuga en el
patio y el chapoteo en el pozo…, y ahora aquel pozo estaba
proyectando a la noche un pálido e insidioso reflejo del mismo
diabólico color.
Una
prueba fehaciente de la viveza mental de Ammi es que en aquel momento
de suprema tensión se sintió intrigado por algo que era
fundamentalmente científico. Se preguntó cómo era posible recibir
la misma impresión de una corriente de vapor deslizándose en pleno
día por una ventana abierta al cielo matinal, y de una
fosforescencia nocturna proyectándose contra el negro y desolado
paisaje. No era lógico…, resultaba antinatural… Y entonces
recordó las últimas palabras pronunciadas por su desdichado amigo:
“Procede de algún lugar donde las cosas no son como aquí…, uno
de los profesores lo dijo…”
Los
tres caballos que se encontraban en el exterior de la casa, atados a
unos árboles junto al camino, estaban ahora relinchando y coceando
frenéticamente. El conductor del carro se dirigió hacia la puerta
para ver qué sucedía, pero Ammi apoyó una mano en su hombro.
-No
salga usted -susurró-. No sabemos lo que sucede ahí afuera. Nahum
dijo que en el pozo vivía algo que sorbía la vida. Dijo que era
algo que había surgido de una bola redonda como la que vimos dentro
del meteorito que cayó aquí hace más de un año. Dijo que quemaba
y sorbía, y que era una nube de color como la fosforescencia que
ahora sale del pozo, y que nadie puede saber lo que es. Nahum creía
que se alimentaba de todo lo viviente y afirmó que lo había visto
la pasada semana. Tiene que ser algo caído del cielo, igual que el
meteorito, tal como dijeron los profesores de la Universidad. Su
forma y sus actos no tienen nada que ver con el mundo de Dios. Es
algo que procede del más allá.
De modo
que el hombre se detuvo, indeciso, mientras la fosforescencia que
salía del pozo se hacía más intensa y los caballos coceaban y
relinchaban con creciente frenesí. Fue realmente un espantoso
momento; con los restos monstruosos de cuatro personas -dos en la
misma casa y dos en el pozo-, y aquella desconocida iridiscencia que
surgía de las fangosas profundidades. Ammi había cerrado el paso al
conductor del carro llevado por un repentino impulso, olvidando que a
él mismo no le había sucedido nada después de ser rozado por
aquella horrible columna de vapor en la habitación del ático, pero
no se arrepentía de haberlo hecho. Nadie podía saber lo que había
aquella noche en el exterior; nadie podía conocer la índole de los
peligros que podían acechar a un hombre enfrentado con una amenaza
completamente desconocida.
De
repente, uno de los policías que estaba en la ventana profirió una
exclamación. Los demás se le quedaron mirando, y luego siguieron la
dirección de los ojos de su compañero. No había necesidad de
palabras. Lo que había de discutible en las habladurías de los
campesinos ya no podría ser discutido en adelante porque allí había
seis testigos de excepción, media docena de hombres que, por la
índole de sus profesiones, no creían más que lo que veían con sus
propios ojos. Ante todo es necesario dejar sentado que a aquella hora
de la noche no soplaba ningún viento. Poco después empezó a
soplar, pero en aquel momento el aire estaba completamente inmóvil.
Y, sin embargo, en medio de aquella tensa y absoluta calma, los
árboles del patio estaban moviéndose. Se movían morbosa y
espasmódicamente, agitando sus desnudas ramas, en convulsivas y
epilépticas sacudidas, hacia las nubes bañadas por la luz de la
luna; arañando con impotencia el aire inmóvil, como empujados por
una misteriosa fuerza subterránea que ascendiera desde debajo de las
negras raíces.
Por
espacio de unos segundos todos los hombres reunidos en la granja de
Gardner contuvieron el aliento. Luego, una nube más oscura que las
demás veló la luna, y la silueta de las agitadas ramas se disipó
momentáneamente. En aquel instante un grito de espanto se escapó de
todas las gargantas, ya que el horror no se había desvanecido con la
silueta, y en un pavoroso momento de oscuridad más profunda los
hombres vieron retorcerse en la copa del más alto de los árboles un
millar de diminutos puntos fosforescentes, brillando como el fuego de
San Telmo o como las lenguas de fuego que descendieron sobre las
cabezas de los Apóstoles el día de Pentecostés. Era una monstruosa
constelación de luces sobrenaturales, como un enjambre de
luciérnagas necrófagas bailando una infernal zarabanda sobre una
ciénaga maldita; y su color era el mismo que Ammi había llegado a
reconocer y a temer. Entretanto, la fosforescencia del pozo se hacía
cada vez más brillante, infundiendo en los hombres reunidos en la
granja una sensación de anormalidad que anulaba cualquier imagen que
sus mentes conscientes pudieran formar. Ya no brillaba: estaba
vertiéndose hacia afuera. Y mientras la informe corriente de
indescriptible color abandonaba el pozo, parecía flotar directamente
hacia el cielo.
El
veterinario se estremeció y se acercó a la puerta para echar la
doble barra. Ammi estaba también muy impresionado y tuvo que
limitarse a señalar con la mano, por falta de voz, cuando quiso
llamar la atención de los demás sobre la creciente luminosidad de
los árboles. Los relinchos de los caballos se habían convertido en
algo espantoso, pero ni uno solo de aquellos hombres se hubiese
aventurado a salir por nada del mundo. El brillo de los árboles fue
en aumento, mientras sus inquietas ramas parecían extenderse más y
más hacia la verticalidad. De pronto se produjo una intensa
conmoción en el camino, y cuando Ammi alzó la lámpara para que
proyectara un poco más de claridad al exterior, comprobaron que los
frenéticos caballos habían roto sus ataduras y huían enloquecidos
con el carro.
La
impresión sirvió para soltar varias lenguas y se intercambiaron
inquietos susurros.
-Se
extiende sobre todas las cosas orgánicas que hay por aquí -murmuró
el médico forense.
Nadie
contestó, pero el hombre que había bajado al pozo aventuró la
opinión de que su pértiga debió de haber removido algo intangible.
-Fue
algo terrible -añadió-. No había fondo de ninguna clase.
Únicamente fango, y burbujas, y la sensación de algo oculto debajo…
El
caballo de Ammi seguía coceando y relinchando desesperadamente en el
camino exterior y casi ahogó el débil sonido de la voz de su dueño
mientras éste murmuraba sus deshilvanadas reflexiones.
-Salió
de aquella piedra…, fue creciendo y alimentándose de todas las
cosas vivas…; se alimentaba de ellas, alma y cuerpo… Thad y
Merwin, Zenas y Nabby… Nahum fue el último… Todos bebieron agua
del… Se apoderó de ellos… Llegó del más allá, donde las cosas
no son como aquí…, y ahora regresa al lugar de donde procede…
En
aquel momento, mientras la columna de desconocido color brillaba con
repentina intensidad y empezaba a entrelazase, con fantásticas
sugerencias de forma que cada uno de los espectadores describió más
tarde de un modo distinto, el desdichado Helio profirió un aullido
que ningún hombre había oído nunca salir de la garganta de un
caballo. Todos los que estaban en la casa se taparon los oídos, y
Ammi se apartó de la ventana horrorizado. Cuando miró de nuevo
hacia el exterior, el pobre animal yacía inerte en el suelo bañado
por la luz de la luna entre las astilladas varas de la calesa. Y allí
se quedó hasta que lo enterraron al día siguiente. Pero el momento
presente no permitía entregarse a lamentaciones, ya que casi en el
mismo instante uno de los policías les llamó silenciosamente la
atención sobre algo terrible que estaba sucediendo en el interior de
la habitación donde se encontraban. Donde no alcanzaba la claridad
de la lámpara podía verse una débil fosforescencia que había
empezado a invadir toda la estancia. Brillaba en el suelo de tablas y
en la raída alfombra, y resplandecía débilmente en los marcos de
las pequeñas ventanas. Corría de un lado para otro, llenando
puertas y muebles. A cada momento se hacía más intensa, y al final
se hizo evidente que las cosas vivientes debían abandonar enseguida
aquella casa.
Ammi
les mostró la puerta trasera y el camino que conducía a las tierras
altas. Avanzaron con paso inseguro, como sonámbulos, y no se
atrevieron a mirar atrás hasta que llegaron al camino del Norte.
Ninguno de ellos hubiera osado pasar por el camino que discurría
junto al pozo… Cuando miraron atrás, hacia el valle y la distante
granja de Gardner, contemplaron un horrible espectáculo. Toda la
granja brillaba con el espantoso y desconocido color; árboles,
edificaciones e incluso la hierba que no había sido transformada aún
en quebradiza y gris. Las ramas estaban todas extendidas hacia el
cielo, coronadas con lenguas de fuego, y radiantes goterones del
mismo monstruoso fuego ardían encima de la casa, del granero y de
los cobertizos. Era una escena de una visión de Fusell, y sobre todo
el resto reinaba aquella borrachera de luminoso amorfismo, aquel
extraño arco iris de misterioso veneno del pozo…, hirviendo,
saltando, centelleando y burbujeando malignamente en su cósmico e
irreconocible cromatismo.
Luego,
súbitamente, la horrible cosa salió disparada verticalmente hacia
el cielo, como un cohete o un meteoro, sin dejar ningún rastro
detrás de ella y desapareciendo a través de un redondo y
curiosamente simétrico agujero abierto en las nubes, antes de que
ninguno de los hombres pudiera expresar su asombro. Ningún
espectador podría olvidar nunca aquel espectáculo, y Ammi se quedó
mirando estúpidamente el camino que había seguido el color hasta
mezclarse con las estrellas de la Vía Láctea. Pero su mirada fue
atraída inmediatamente hacia la tierra por el estrépito que acababa
de producirse en el valle. Había sido un estrépito, y no una
explosión, como afirmaron algunos de los componentes del grupo. Pero
el resultado fue el mismo, ya que en un caleidoscópico instante la
granja y sus alrededores parecieron estallar, enviando hacia el cenit
una nube de coloreados y fantásticos fragmentos. Los fragmentos se
desvanecieron en el aire, dejando una nube de vapor que al cabo de un
segundo se había desvanecido también. Los asombrados espectadores
decidieron que no valía la pena esperar a que volviera a salir la
luna para comprobar los efectos de aquel cataclismo en la granja de
Nahum.
Demasiado
asustados incluso para aventurar alguna teoría, los siete hombres
regresaron a Arkham por el camino del Norte. Ammi estaba peor que sus
compañeros y les suplicó que lo acompañaran hasta su casa en vez
de dirigirse directamente al pueblo. Por nada del mundo hubiera
cruzado el bosque solo a aquella hora de la noche. Estaba más
asustado que los demás porque había sufrido una impresión que los
otros se habían ahorrado, y se sentía oprimido por un temor que por
espacio de muchos años no se atrevió a mencionar. Mientras el resto
de los espectadores en aquella tempestuosa colina había vuelto
estólidamente sus rostros al camino, Ammi había mirado hacia atrás
por un instante para contemplar el sombrío valle de desolación al
que tantas veces había acudido. Y había visto algo que se alzaba
débilmente para hundirse de nuevo en el lugar desde el cual el
informe horror había salido disparado hacia el cielo. Era solamente
un color…, aunque no era ningún color de nuestra tierra ni de los
cielos. Y porque Ammi reconoció aquel color, y supo que sus últimos
y débiles restos debían seguir ocultos en el pozo, nunca ha estado
completamente cuerdo desde entonces.
Ammi no
se acercaría a aquel lugar por nada del mundo. Hace cuarenta y
cuatro años que sucedieron los hechos que acabo de narrar, pero Ammi
no ha vuelto a pisar aquellas tierras y le alegra saber que pronto
quedarán enterradas debajo de las aguas. También a mí me alegra la
idea, ya que no me gustó nada ver cómo cambiaba de color la luz del
sol al reflejarse en aquel abandonado pozo. Espero que el agua será
siempre muy profunda, pero aunque así sea nunca la beberé. No creo
que regrese a la región de Arkham. Tres de los hombres que habían
estado con Ammi volvieron al día siguiente para ver las ruinas a la
luz del día, pero en realidad no había ruinas. Únicamente los
ladrillos de la chimenea, las piedras de la bodega, algunos restos
minerales y metálicos, y el brocal de aquel nefando pozo. A
excepción del caballo de Ammi, que enterraron aquella misma mañana,
y de la calesa, que no tardaron en devolver a su dueño, todas las
cosas que habían tenido vida habían desaparecido. Sólo quedaban
cinco acres de desierto polvoriento y grisáceo, y desde entonces no
ha crecido en aquellos terrenos ni una brizna de hierba. En la
actualidad aparece como una gran mancha comida por el ácido en medio
de los bosques y campos, y los pocos que se han atrevido a acercarse
por allí a pesar de las leyendas campesinas le han dado el nombre de
“erial maldito”.
Las
leyendas campesinas son muy extrañas. Y podrían ser incluso más
extrañas si los hombres de la ciudad y los químicos universitarios
tuvieran el interés suficiente para analizar el agua de aquel pozo
olvidado, o el polvo gris que ningún viento parece dispersar. Los
botánicos podrían estudiar también la sorprendente flora que crece
en los límites de aquellos terrenos, ya que de este modo podrían
confirmar o refutar lo que dice la gente: que la zona emponzoñada
está extendiéndose poco a poco, quizás una pulgada al año… La
gente dice que el color de la hierba que crece en aquellos
alrededores no es el que le corresponde y que los animales salvajes
dejan extrañas huellas en la nieve cuando llega el invierno. La
nieve no parece cuajar tanto en el erial maldito como en otros
lugares. Los caballos -los pocos que quedan en esta época
motorizada- se ponen nerviosos en el silencioso valle; y los
cazadores no pueden acercarse con sus perros a las inmediaciones del
erial maldito.
Dicen
también que las influencias mentales son muy malas, y que todos los
que han tratado de establecerse allí, extranjeros en su inmensa
mayoría, han tenido que marcharse acosados por extrañas fantasías
y sueños. Ningún viajero ha dejado de experimentar una sensación
de extrañeza en aquellas profundas hondonadas, y los artistas
tiemblan mientras pintan unos bosques cuyo misterio es tanto de la
mente como de la vista. Y yo mismo estoy sorprendido de la sensación
que me produjo mi único paseo solitario por aquellos lugares antes
de que Ammi me contara su historia.
No me
pregunten mi opinión. No sé: esto es todo. La única persona que
podía ser interrogada acerca de los extraños días es Ammi, ya que
la gente de Arkham no quiere hablar de este asunto, y los tres
profesores que vieron el meteorito y su coloreado glóbulo están
muertos. ¿Había otros glóbulos? Probablemente. Uno de ellos
consiguió alimentarse y escapar, en tanto que otro no había podido
alimentarse suficientemente y continuaba en el pozo… Los campesinos
dicen que la zona emponzoñada se ensancha una pulgada cada año, de
modo que tal vez existe algún tipo de crecimiento o de alimentación
incluso ahora. Pero, sea lo que sea lo que haya allí, tiene que
verse trabado por algo, ya que de no ser así se extendería
rápidamente. ¿Está atado a las raíces de aquellos árboles que
arañan el aire?
Lo que
es, sólo Dios lo sabe. En términos de materia, supongo que la cosa
que Ammi describió puede ser llamada un gas, pero aquel gas obedecía
a unas leyes que no son de nuestro cosmos. No era fruto de los
planetas y soles que brillan en los telescopios y en las placas
fotográficas de nuestros observatorios. No era ningún soplo de los
cielos cuyos movimientos y dimensiones miden nuestros astrónomos o
consideran demasiado vastos para ser medidos. No era más que un
color surgido del espacio…, un pavoroso mensajero de unos reinos
del infinito situados más allá de la Naturaleza que nosotros
conocemos; de unos reinos cuya simple existencia aturde el cerebro
con las inmensas posibilidades extracósmicas que ofrece a nuestra
imaginación.
Dudo
mucho de que Ammi me mintiera de un modo consciente, y no creo que su
historia sea el relato de una mente desquiciada, como supone la gente
de la ciudad. Algo terrible llegó a las colinas y valles con aquel
meteoro, y algo terrible -aunque ignoro en qué medida- sigue estando
allí. Me alegra pensar que todos aquellos terrenos quedarán
inundados por las aguas. Entretanto, espero que no le suceda nada a
Ammi. Vio tanto de la cosa…, y su influencia era tan insidiosa…
¿Por qué no ha sido capaz de marcharse a vivir a otra parte? Ammi
es un anciano muy simpático y muy buena persona, y cuando la brigada
de trabajadores empiece su tarea tengo que escribir al ingeniero jefe
para que no lo pierda de vista. Me disgustaría recordarlo como una
gris, retorcida y quebradiza monstruosidad de las que turban cada día
más mi sueño.
Amazing stories. 1927.