CAMPESINO
plantando árboles y HOMBRE solitario. Se aproxima la hora solemne
del ocaso. El hombre, que ha recorrido todos los caminos del mundo,
suspira profundamente.
HOMBRE:
(Tras un largo silencio.) Oiga.
CAMPESINO:
Qué.
HOMBRE:
(Con voz cansada.) Plánteme también a mí.
CAMPESINO:
(Sorprendido.) ¿Cómo?
HOMBRE:
Que me plante.
CAMPESINO:
(Sin ceder en su sorpresa.) ¿Por qué?
HOMBRE:
Estoy cansado.
CAMPESINO:
¿Y cómo quiere que le plante?
HOMBRE:
Como si fuese un manzano.
CAMPESINO:
¿Está hablando en serio?
HOMBRE:
Yo no sé ya hablar de otra forma.
Pausa.
El CAMPESINO encoge los hombros, carga al HOMBRE sobre sus espaldas,
le traslada al pequeño hoyo y le entierra hasta los tobillos. El
HOMBRE, que ha abierto los brazos en cruz, levanta la mirada al cielo
y se queda muy quieto, apenas sin respirar, esperando el milagro de
una nueva primavera que le haga, por fin, fructificar.
Historias mínimas. Javier Tomeo, 2009.
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