Soy
un cincuentón nostálgico, por eso me hizo ilusión que esa noche
una cadena programase Furia oriental. De inmediato evoqué
recuerdos de mi infancia en un cine de barrio, embobado ante el arte
marcial del maestro chino Bruce Lee.
Intenté
hacer partícipe a la familia. Mi mujer, siempre sensata, optó por
retirarse a leer hasta ser vencida por el sueño. Mi hijo también se
acostó, no sin antes burlarse repetidas veces de tanto entusiasmo.
Con
los anuncios, la cinta terminó entrada la madrugada. Bebía un vaso
de agua cuando escuché que alguien manipulaba la cerradura de la
entrada. Al asomarme con mi batín leí la sorpresa en los ojos del
fornido delincuente. Sin dejar de proferir sonidos guturales lancé
torpes patadas y puñetazos al aire que hicieron añicos un jarrón.
No pudo atacarme ni huir, presa de un acceso de risa a causa de mi
grotesca exhibición. Aproveché su flojera para empujarle dentro del
armario, cuya puerta me apresuré a atrancar con una mesa.
Las
versiones sobre este risible episodio, claramente agigantadas, se
extendieron con rapidez. Desde entonces, a mis años, me he ganado un
respeto inesperado, junto con un apodo que me encanta: El Brus.
Ángel Saiz Mora. Esta noche te cuento. Octubre, 2014.
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