Se
levantó con el mismo retraso, pero también con el mismo buen humor
de todos los días. Bajó corriendo las escaleras y al pasar junto a
la portería saludó al portero con la jovialidad de siempre. Sin
embargo el saludo no le fue devuelto sino que a cambio recibió una
extraña mirada. Se sorprendió pero estaba muy apurado para ventilar
el asunto. En la calle quiso encender el primer cigarrillo de la
mañana, pero como con el apuro había olvidado su encendedor le
pidió fuego amablemente a un transeúnte: “¿Perdón?” -preguntó
el hombre sorprendido. Repitió su pedido con su mejor sonrisa; pero
el individuo le clavó una mirada dura y se alejó diciéndole: “Es
muy temprano para payasadas”. En el metro trató gentilmente de
cederle su asiento a una señora, pero ésta lo miró con ojos
aterrorizados y huyó al fondo del coche como si la hubiera amenazado
de muerte.
Ya
en la oficina saludó a todos con su habitual estilo, galante con las
mujeres, cortés con los colegas; pero no recibió una palabra a
cambio, sino solo miradas sorprendidas disparadas desde el fondo de
dilatados ojos de sonámbulos. “¿Es que están todos locos hoy, o
toda la cuidad se volvió maleducada de repente?”. Discretamente se
escurrió hasta el lavabo y se observó en el espejo buscando en su
rostro una posible explicación. Todo estaba en orden, a pesar de las
prisas se había afeitado correctamente, no tenía rastros de
desayuno en el bigote, ni ninguna mancha en la cara. “Entonces,
¿qué coño pasa?”
Se
apersonó en la oficina del Director para exponerle la disculpa de
rutina, pero a medida que hablaba notaba cómo los ojos de su
superior crecían: en sus órbitas y su boca se abría lentamete
dejando ver sus dientes amarillos. “¿Qué mierda estás hablando
Braulio, en qué jodido idioma te ha dado por hablar ahora?”.
Sorprendido trató de replicar pero evidentemente no se hizo
entender. “Ya es suficiente con que llegues tarde todos los días,
para que ahora lo hagas también ebrio, no has logrado articular una
palabra coherente, piérdete de mi vista, no quiero verte nunca más.”
“A
mí nadie me despide, yo renuncio” -pensó, y se sentó a escribir,
pero lo horrorizaron las primeras líneas: “Yu, Breukio Púrev,
renancié… “ Tiró el papel espantado y corrió a la calle
tratando de pensar en lo que sucedía: “Dius mao, qui of exjo, pur
qkn yb nesd jaso gios jebso kdn seo xcbl...”
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