Tras
una larga búsqueda, capturaron finalmente al inmortal, que fue
sometido sin dilación a toda suerte de experimentos clínicos. En la
rueda de prensa, los médicos dictaminaron perplejos que nada lo
distinguía fisiológicamente del hombre común, salvo su
temporalidad incesante. Hoy ocupa una tenebrosa celda del zoológico
municipal. Y hordas de visitantes intentan matarlo cada día con
inexplicable saña. Pero el inmortal persiste. Dicen que por las
noches llora muy despacio en un rincón.
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