Andrew Carnegie vende, en 250 millones de dólares,
el monopolio del acero. Lo compra el banquero John Pierpont Morgan, dueño de la
General Electric, y así funda la United States Steel Corporation. Fiebre del
consumo, vértigo del dinero cayendo en cascadas desde lo alto de los
rascacielos: los Estados Unidos pertenecen a los monopolios, y los monopolios a
un puñado de hombres, pero multitudes de obreros acuden desde Europa, año tras
año, llamados por las sirenas de las fábricas, y durmiendo en cubierta sueñan
que se harán millonarios no bien salten sobre los muelles de Nueva York. En la
edad industrial, Eldorado está en los Estados Unidos; y los Estados Unidos son
América.
Al sur, la otra América no atina ya ni a balbucear
su propio nombre. Un informe recién publicado revela que todos los
países de esta sub-América tienen tratados comerciales con los Estados Unidos,
Inglaterra, Francia y Alemania, pero ninguno los tiene con sus vecinos.
América Latina es un archipiélago de patrias bobas, organizadas para el
desvínculo y entrenadas para desamarse.
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